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Conversando con Pedro Trigo

Con 93 años de edad (cumplidos en junio) Pedro Trigo López es de los pocos sobrevivientes de los hechos del cuartel Moncada, en Santiago de Cuba. Él y su hermano Julio formaron parte del grupo que el 26 de julio de 1953, bajo las órdenes del entonces joven abogado Fidel Castro, asaltó esa instalación militar, la segunda en importancia de la nación, a fin de dar inicio a la lucha armada contra la dictadura de Fulgencio Batista. Julio fue detenido tras el combate y, al igual que muchos de sus compañeros, asesinado luego de sufrir horribles torturas. Pedro logró escapar milagrosamente de la ciudad. Lo que sigue es una síntesis de la larga plática que sostuvo con el escribidor, en la que evocó pasajes de su participación en el trascendental suceso y relató los pormenores de su primer encuentro con Fidel, ocasión en la que, precisó, lo escuchó aludir a la Reforma Agraria. Desde hace algún tiempo, Trigo López está radicado en España, donde encabeza un fuerte movimiento de solidaridad con Cuba. Achaques propios de su edad, y de la de su esposa, más lo grave de la situación epidemiológica, le han impedido el retorno a Cuba.

Yo soy Fidel Castro

Pedro Trigo conoció a Fidel en la localidad habanera de Santiago de las Vegas, antes del golpe de Estado batistiano de 1952. Allí, en una asamblea del Partido Ortodoxo, Pedro dijo que en el propio territorio, el presidente Carlos Prío había adquirido cinco fincas rústicas, de las que expulsó a los arrendatarios que las trabajaban y en las que tenía como jornaleros a miembros de las Fuerzas Armadas. Fidel lo abordó cuando bajó de la tribuna. Se identificó. Yo soy Fidel Castro, dijo, y preguntó si lo de las fincas era cierto. Ante la respuesta afirmativa de Pedro, comentó que le había dado una gran idea. «¿Qué te parece si nos damos a buscar todos los datos, entrevistamos a esos campesinos desalojados y denunciamos el caso?».

Prío había adquirido las fincas Lage, Gordillo, Pancho Simón, Potrerillo de Menocal y Paso Seco; 54 caballerías en total que unificó bajo el nombre de El Rocío, nombre de su hija mexicana y que aún identifica a la zona. En 48 de aquellas 54 caballerías se asentaron el parque Lenin, la escuela vocacional del mismo nombre y el Jardín Botánico Nacional.

Fidel aseguró a Pedro que lo buscaría al día siguiente, a las ocho de la noche, para precisar la forma en que acometerían la investigación, pero a las ocho de la mañana tocaba ya a su puerta. Llegó acompañado de Juan Martínez Tinguao, valioso compañero, y no demoraron en unírseles José Luis Tassende y Gildo Fleitas, muertos más tarde en el Moncada. Como primera tarea debían fotografiar a los más de cien campesinos desalojados, algunos de los cuales llevaron hasta 18 años trabajando en aquellas tierras.

Recuerda Trigo que Fidel, luego de probar que las fincas en cuestión eran propiedad de Prío, denunció el hecho desde las páginas del periódico Alerta, y que antes, durante la reunión que sostuvo con los campesinos expulsados, habló sobre la necesidad de impulsar en el país una ley de Reforma Agraria que acabara con el latifundio y diese la propiedad de la tierra al que la trabajaba.

A partir de ahí Trigo no pierde contacto con Fidel y recuerda que pocos días después del golpe de Estado el joven abogado le habló de lo imperioso que resultaba crear un movimiento revolucionario que se opusiese a la dictadura naciente. Le orientó entonces que organizara en el pueblo de Calabazar, donde vivía, una célula insurreccional que conformarían obreros, campesinos, estudiantes y profesionales dispuestos a empuñar las armas para llevar la Revolución al poder. No se atrevía Pedro a afirmar que aquella fue la primera célula de lo que fue el Movimiento 26 de Julio, pero sí que estuvo entre las tres primeras. Pedro y su hermano eran entonces obreros textiles.

«Y ahí empezamos a conspirar —precisa—. Abel Santamaría, a quien conocí por aquel entonces, me pidió que citara a los hombres de mi grupo para reunirse con ellos. Se interesó por nuestro nivel escolar y preguntó enseguida cuántos leíamos a José Martí. Algunos lo hacían; otros, no. Y dijo Abel que todos debíamos leerlo porque él sería el guía de la acción que llevaríamos adelante y porque era extraordinaria la vigencia de su pensamiento, no solo para aquellos momentos, sino para el futuro».

Fue mediante Pedro Trigo que se allegó la mayor parte de los uniformes militares que se utilizaron en el asalto al cuartel Moncada. Un pariente suyo, Florentino Martínez, enfermero del Ejército y que terminaría siendo uno de los moncadistas, los consiguió para el Movimiento, en tanto que en la casa de Melba Hernández, una de las mujeres incorporadas a la acción, la otra fue Haydée Santamaría, se confeccionaron los de aquellos combatientes que, como Fidel, requerían de tallas no disponibles en el lote adquirido.

En Santiago de Cuba

«Se nos dio la orden de trasladarnos a Santiago de Cuba y ya allí nos agrupamos en la granjita Siboney, en las afueras de la ciudad. Se hablaba de la acción a la que nos abocábamos y se decía que sería a la hora cero, pero salvo Fidel y Abel, creo que ninguno de nosotros sabíamos de qué acción se trataba ni cuándo sería. Yo me enteré de que atacaríamos el Moncada pasada la una de la mañana del mismo 26 de julio, cuando Fidel me lo hizo saber en la Plaza de Marte mientras esperábamos la llegada del doctor Mario Muñoz, otro de los combatientes. En su espera, hicimos un recorrido por la ciudad, pasamos por el cuartel y fuimos a la casa del periodista Luis Conte Agüero, la llamada «Voz más alta de Oriente». Fue allí donde me enteré de que ya con el Moncada en nuestro poder, yo debía tomar la Cadena Oriental de Radio para que Conte arengara al pueblo. Como Conte no se encontraba, porque había salido para La Habana dos días antes, Fidel me dijo que no me preocupara porque él, que presentía que Conte era un cobarde, había instruido a uno de los combatientes, el poeta Raúl Gómez García, para que llamara a los santiagueros a la lucha. De vuelta a la granjita pregunté a Abel si todo estaba debidamente sincronizado. Sí, Pedrito. ¿Tienes alguna duda? Y añadió: «Mira, piensa lo peor, que nos maten a todos. Si es así, de todas maneras triunfamos porque salvamos la vigencia de Martí en el centenario de su natalicio». Quién iba a pensar, dice Pedro, que horas después Abel estaría muerto.

Pero Pedro Trigo no llegó a combatir en el Moncada. Su hermano Julio, en cambio, que ya en Santiago recibió de Abel la orden de regresar a La Habana a causa de la hemoptisis que se le presentó como consecuencia de la severa enfermedad pulmonar que padecía, no obedeció y combatió junto a Abel en el Hospital Civil, desde donde el grupo que integraban también Melba y Haydée apoyó la acción principal. Disparó hasta que no le quedaron balas para hacerlo.

En el trayecto de la granjita Siboney hasta el Moncada, algunos de los autos tripulados por combatientes perdieron el rumbo en una ciudad desconocida y no pudieron participar en el combate.

Ese fue el caso de Pedro Trigo. Iba ya por los Elevados de Quintero cuando escuchó los disparos e intentó reorientarse. ¿Dónde queda el Moncada?, preguntó a un santiaguero corpulento que, calzado con chancletas de palo, venía bailando desde Santiago, que celebraba entonces sus fiestas de carnaval. Vea, respondió el sujeto. Coja por ahí y siga los tiros. Cuando Trigo y sus compañeros llegaron a la posta tres del cuartel, ya Fidel había dado la orden de retirada.

Fueron momentos angustiosos, recuerda Pedro Trigo. Iban ocho combatientes a bordo del vehículo y comprendió que así no llegarían a ninguna parte. Algunos tendrían que seguir a pie, buscar otra vía de escape, pero nadie quería abandonar el automóvil hasta que él y dos compañeros lo hicieron. Deambuló por Santiago, sin conocer la ciudad, y se quitó el uniforme militar que llevaba puesto, al igual que casi todos los combatientes, encima de la ropa de civil. Vio acercarse un ómnibus. Lo hizo detener y preguntó a dónde se dirigía. La Habana. Ya en su asiento, el conductor le facilitó un peine. Péinese y arréglese la guayabera, que ya veremos cómo salimos de esta. A la altura de El Cobre, otro combatiente abordó el vehículo. Vestía con pantalón de militar y la camisa que le facilitó un campesino. La camisa más chillona que vi en mi vida, recordaba Trigo.

En Calabazar lo esperaban agentes del Servicio de Inteligencia Militar (SIM) con órdenes de detenerlo. Lo condujeron a la sede de ese cuerpo represivo y lo encerraron en el mismo calabozo donde tenían ya al dominicano Juan Bosch, que nada tenía que ver con el Moncada, pero como había sido el escritor de los discursos de Carlos Prío, su detención era una forma de complicar al exmandatario con sucesos en los que no tuvo responsabilidad alguna.

La suerte, sin embargo, estaba del lado de Pedro Trigo. No pudo la Policía probarle su participación en lo del Moncada y un taxista de su pueblo, un sujeto batistiano hasta los huesos, aseguró, confundido, haberlo tenido como pasajero aquel domingo 26 de julio. Por tanto, si estaba en Calabazar, no podía haber estado en Santiago de Cuba. Lo dejaron en libertad con la advertencia de que no saliera del poblado y que limitara sus movimientos de la casa al trabajo y viceversa. Pero cuando Melba y Haydée quedaron libres, luego de cumplir sus condenas, se puso al servicio de esas valerosas mujeres y lo mismo haría con Fidel, tras la amnistía de 1955. Luego de la partida de Fidel hacia México, siguió dentro del Movimiento 26 de Julio hasta que tuvo que partir al exilio.

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