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Los que soñamos por la oreja

Arnaldo Oliva y Jorge Conde, siempre en mi recuerdo

Jorge Conde, mítico vocalista de Los Kents, a la extrema derecha, con espejuelos Jorge Conde, mítico vocalista de Los Kents, a la extrema derecha, con espejuelos. Escuchaba en la mañana del domingo anterior el programa A esta hora, espacio transmitido por Radio Metropolitana, y en una de sus secciones, dedicada a poner viejas grabaciones para que los oyentes identifiquen al artista, disfruté de un tema de Los Mensajeros, una de esas bandas perdidas en la historia del rock en Cuba, y en la que tuviese rol protagónico el teclista y guitarrista Arnaldo Oliva, quien fuera luego integrante de Los Dada. Mientras oía la música, pensé que indirectamente aquello era un tributo a Oliva, pues apenas un par de meses atrás, él había muerto.

No sé cómo ni por qué, pero de inmediato me vino a la mente que, el 17 de febrero, un amigo me informaba de que ese fin de semana había fallecido Jorge Conde, mítico vocalista de Los Kents, Sesiones Ocultas y Almas Vertiginosas, grupos habaneros que fueron mis ídolos cuando yo era un adolescente que perseguía los conciertos de tales agrupaciones, en lugares como el Círculo Social Camilo Cienfuegos o la costa de Cojímar. Sé que la muerte de Oliva y del Conde no es noticia para los medios de comunicación y entre nosotros, pocos (a saber, Humberto Manduley y Frank Delgado) se han referido en la radio y en un concierto a la desaparición física de una porción de los más caros recuerdos afectivos de parte de nuestra generación.

Ocurre que continúa pendiente en la Isla el estudio multidisciplinario del devenir de un nutrido grupo de músicos como Oliva y el Conde, protagonistas de una escena que no por ignorada deja de ser importante. Ello es necesario porque así se daría al traste con la tendenciosa exclusión de la creación más periférica del hipotético corpus cultural de nuestro país, excomunión de la que no se salva la faena musical, no obstante ser esta (a su manera) otro testimonio del quehacer integral de un contexto, con rasgos propios que lo identifica. Las ciencias sociales cubanas se enfrentan al reto de diseñar propuestas interpretativas para aproximarse a los llamados fenómenos culturales de «baja intensidad», esos que existen y hasta llegan a configurarse como todo un movimiento, pero ajenos a los resortes promocionales convencionales.

El reconocimiento y estudio de este específico modo de asumir la música y que en el pasado tuviera en bandas como Los Dada, Los Kents, Sesiones Ocultas o Almas Vertiginosas, nombres de culto para un sector de nuestra población, quizá hasta consiga explicar mutaciones en los códigos comunicativos de la reciente producción musical que en Cuba ha gozado de mayor popularidad y es que esta última se ve penetrada por aquella otra creación. El ejercicio de la imaginación investigativa, esa que gusta proponer nuevos problemas intelectivos y someter a examen, desde las más impensables perspectivas, una realidad ya incorporada al imaginario plural en forma de rígidos esquemas intelectuales, tiene en toda una zona de la música en nuestro país un campo de investigación por analizar.

Entre nosotros ha prevalecido un tipo muy específico de mirada, en la creencia ingenua de que los indiscutibles méritos que ostenta una parte de la producción de la música popular cubana son suficientes para suprimir «la otra historia», esa que no es tan excelsa desde el punto de vista de los niveles de popularidad por ella registrada, pero que existió y, a su manera, sirvió de pedestal invisible a la gran Historia. No puede obviarse que hoy, términos como «alternativo», «underground», «independiente», cobran creciente crédito cognoscitivo.

Y es que «el margen» no solo ha adquirido relevancia sociológica, sino que se vuelve en sí mismo premonitorio de un devenir estético, a través del cual intuimos que eso que llamamos «un gran clásico» no es más que el contrato simbólico y temporal suscrito por el imaginario colectivo, en respuesta al temerario afán de representarnos la vida de algún modo legible. Por todo lo anterior, y porque también la vida sigue describiéndose de acuerdo a lo que representa para nosotros este o aquel estímulo, y pocas veces en relación con lo que ese estímulo es en sí mismo, al margen de que sean o no reconocidos, en mi mente siempre habrá un espacio para evocar del mejor modo posible a Arnaldo Oliva y Jorge Conde.

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