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Los que soñamos por la oreja

Otra victoria para el rock nacional

Vista del magnífico escenario del Maxim Rock desde el reservado Vista del magnífico escenario del Maxim Rock desde el reservado. No hace mucho, me leía un muy interesante ensayo titulado «La cultura del rock, los movimientos juveniles de los años 60 y las manifestaciones plurales y eclécticas de los años 70 al 90», un texto que deja claro el rol progresista que en su momento desempeñó este popular género, como parte de las dinámicas culturales producidas en Occidente hace cuatro décadas. Pensaba en algunas de esas ideas el domingo pasado, mientras asistía al concierto que ponía en marcha la nueva sede de la Agencia Cubana de Rock.

Ocurre que si una manifestación artística del decenio de los 60 en nuestro país iba a ser escenario temprano del conjunto de prejuicios respecto de la cultura que imperaron en los años 70 en nuestro contexto, esa sería el rock. Por incapacidad cultural, los por entonces encargados de regir estos asuntos entre nosotros no se daban cuenta de que tal tipo de música en Estados Unidos y Gran Bretaña estaba siendo producida por aquellos sectores que, aun desde una perspectiva no revolucionaria (en el estricto sentido político e ideológico del término, porque de otro no cabría hablar), resultaban críticos del sistema y sobre todo de la cultura del capitalismo.

Semejante actitud malogró o, mejor dicho, retrasó el desarrollo del rock en Cuba, que de no haber sido estigmatizado habría recorrido un camino parecido al del rock nacional argentino, probablemente con iguales o mejores hallazgos. Pero otra fue la historia y como afirma Fernando Rojas en su trabajo Rock aplatanado:

«En los primeros años 60 el alud de las transformaciones culturales hacía parecer despreciable cualquier influencia cultural desde el exterior a la par que las asimilaba con naturalidad. Las primeras reacciones con pretensión de organicidad contra tales influencias —particularmente en el campo de la promoción y difusión de la música— se producen precisamente contra aquellos que eran un resultado bastante inmediato de la época, el contexto e incluso de las ideas que motivaron el proceso revolucionario cubano de 1959 y su política cultural».

Afortunadamente, lo único eterno es el cambio y si bien todavía a veces suele confundirse identidad con tradición, y tradición con subdesarrollo (de lo que se desprende que proclamar que somos auténticos, reafirmando que somos nosotros a partir de un no-otros exclusivo, debía ser una tentación superada), lo cierto es que acciones como la arrancada del Maxim Rock este domingo 28, hace evidente que los parámetros de una pretendida (limitada y limitante) concepción de cubanía van ensanchándose cada vez más.

Para la puesta en marcha de la sede de la Agencia Cubana de Rock, dirigida por la promotora Yury Ávila y ubicada en Bruzón no. 62, entre Almendares y Ayestarán, se organizó un concierto a cargo de la banda Ánima Mundi. Creo que haber decidido que dicho grupo fuera el encargado de esta primera función, fue todo un acierto, no solo por la sobrada calidad de la propuesta de la agrupación encabezada por el guitarrista Roberto Díaz, sino porque con ello se demostró, además, la visión ecuménica que debe tipificar la gestión de la Agencia, al representar y acoger las diferentes tendencias englobadas hoy en el rock hecho por los cubanos.

Acerca de la actuación de Ánima Mundi, solo habría que decir: ¡Qué clase de disertación musical! Ellos presentaron un repertorio con parte de lo que será su segunda producción discográfica, temas en los que ya no emplean las gaitas como antaño. Sin dudas, lo más impresionante del concierto fue una suite de cinco partes, concebida al corte del mejor rock sinfónico de los 70 y donde los miembros de la banda evidenciaron que han consumido una copiosa cantidad de discos de los clásicos de la corriente. La obra, pletórica en complejidades tanto en sus motivos recurrentes como en su estructura morfológica, es de esas para recordar.

En cuanto a las condiciones técnicas del Maxim Rock, las mismas resultan sencillamente óptimas y ello conlleva que músicos, público asistente y trabajadores del local, deben hacer cuanto esté a su alcance para preservar el espacio, llamado a convertirse en un sitio para hacer, además de rock, cultura en toda la extensión de la palabra.

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