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Joaquín Borges-Triana

Los que soñamos por la oreja

De música y tecnología

Está claro para todos que las innovaciones tecnológicas transforman las culturas. Eso es algo que ya fuese sobradamente explicado por Walter Benjamin en su célebre ensayo La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica. Ahora bien, los procesos de globalización cultural son incipientes, heterogéneos y se encuentran en acelerada transformación como consecuencia de los cambios tecnológicos que los hacen posibles.

La expansión de la música popular anglosajona en los últimos 50 años no solo ha conllevado el auge y desarrollo de un nuevo sector comercial para la acumulación de capital, sino a la vez un vehículo de gran magnitud, tanto para la extensión en todo el mundo de la cultura occidental, como para la difusión de una serie de avances tecnológicos, que por doquier han sido usados en su reproducción y consumo.

A la par de dicha realidad, la profusa circulación en urbes de las otroras metrópolis, como Nueva York, París y Londres, de sonidos y de músicas provenientes de los países subdesarrollados ha resultado posible a tenor precisamente de la existencia misma de estos medios internacionales de comunicación y gracias a esos propios avances tecnológicos, que son los que han propiciado que la producción de la música popular se haya «democratizado», al brindarle la oportunidad a numerosos músicos de autoproducirse sus propias grabaciones, sin la necesidad de esperar porque la industria fonográfica (privada o estatal) preste atención a su propuesta, la cual ahora se puede encauzar sin tener que pagar enormes cifras de dinero por el alquiler de un estudio, así como comercializar directamente sin la intervención de intermediarios.

El metainstrumento que es el estudio de grabación multipista, algo a lo que hasta hace muy poco tiempo resultaba un privilegio acceder, en la actualidad se ha incorporado a un metainstrumento mayor: la computadora personal o instrumento total, al decir del musicólogo español Israel V. Márquez, «capaz de albergar en su interior todo tipo de recursos y materiales para la edición y creación musicales, esto es, un verdadero estudio de grabación digital».

Como apunta Pierre Lévy, uno de los primeros efectos de la digitalización es que ha situado el estudio de grabación a la disposición del bolsillo individual de cualquier músico, que en el presente posee la capacidad para controlar personalmente todas las fases de producción de la música, desde la etapa de creación hasta la de las orquestaciones, mezcla, masterización y distribución. El hecho de que un músico se anime a asumir las (virtuales) riendas del carruaje e ir hacia la montaña (léase industria privada o estatal) cuando esta no viene a él, como expresa nuestro compatriota Manuel Santín, «genera la policromía y también la dispersión cualitativa, hay que reconocerlo, pero que se convierte en testimonio fiel de los tiempos que corren».

El célebre crítico y semiólogo francés Roland Barthes afirmaba acerca de la pintura que sería posible escribir una historia distinta de la misma, de forma que atendiera no ya a las obras ni a los artistas, sino a los instrumentos y a los materiales, es decir, a la tecnología utilizada por los autores para la realización de estas obras. Semejante proyecto vale por igual para la pintura como para el resto de las artes y resulta mucho más evidente en una época donde la tecnología se halla cada vez con mayor presencia en nuestras vidas, configurando las formas de sentir, experimentar y pensar la actualidad.

La música siempre se ha creado y transmitido mediante distintas tecnologías. El arribo de la computadora y la era digital ha hecho más evidente este proceso, mediante el cual la tecnología incide en lo musical. De lo anterior se desprende que la historia de los instrumentos musicales (y por supuesto, también de la grabación, producción y recepción) es, en este sentido, una historia de tecnología, como han demostrado los investigadores Jeremy Gilbert y Ewan Pearson.

Así pues, siguiendo a Roland Barthes, la historia de la música puede interpretarse, no solo como una historia de sus obras y artistas, sino además de sus instrumentos y materiales: una historia de su tecnología.

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