Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Joaquín Borges-Triana

Los que soñamos por la oreja

Una obra necesaria

El anuncio de la puesta en circulación de un libro acerca de música en nuestro país siempre resulta motivo de regocijo. Por eso, los que nos vinculamos de una u otra forma a la esfera, tenemos que sentirnos felices con la noticia de que el próximo 10 de febrero, a las 4 de la tarde, en la sala Martínez Villena de la UNEAC, se presentará una nueva edición de la obra Diccionario de mujeres notables en la música cubana, texto de la musicóloga Alicia Valdés y que vuelve a publicarse, ahora a través de la Colección Mariposa de la Editorial Oriente.

Desde esta columna me he referido a la propensión existente en los últimos años en nuestro medio editorial (reflejo de lo que suele suceder en el pensamiento intelectual y académico) a la subvaloración de la música y a considerarla como un arte menor, destinada para la «gozadera», una de las razones por la que escasean libros sobre la temática y se menosprecia la importancia de las revistas especializadas en el asunto. Ello es contrastante con lo que a lo largo de nuestra historia han considerado figuras fundamentales en el devenir del pensamiento de la nación.

Solo quiero poner un par de ejemplos al respecto. Fernando Ortiz, en su discurso titulado La solidaridad patriótica, pronunciado en 1911 en la distribución de premios a los estudiantes de las escuelas públicas de La Habana, afirmaba que la práctica de la música popular proveía un espacio sociocultural que, al ser compartido por todo el pueblo, a su vez ofrecía un camino para alcanzar un nivel más alto de consolidación nacional. Y concluía su discurso con palabras proféticas, escritas como para nuestros días: «Porque ella (la música popular) es algo más que la voz del arte, es la voz de todo un pueblo, el alma común de las generaciones».

Por su parte, otro de nuestros grandes pensadores, Antonio Benítez Rojo, en su ensayo Música y nación, escasamente difundido entre nosotros y que considero de tremendísima importancia, parte de la idea de que es verdad que tanto en Cuba, como acontece en todo el Caribe, en general el arte y la literatura han dado estupendas muestras, pero opina que sin discusión alguna «las más importantes expresiones culturales de la región son la música y la danza».

De lo expuesto por personalidades como Ortiz y Benítez Rojo, se comprenderá la importancia de la música en (y para) nuestra cultura y en concordancia con ello, de que vean la luz textos que investiguen sobre las diversas aristas producidas en torno a dicha expresión artística. En el caso del trabajo de Valdés, el mismo nos proporciona de manera ordenada y exhaustiva una cantidad de datos en relación con el quehacer de compositoras, intérpretes vocales e instrumentales, directoras de orquestas y de agrupaciones corales, musicólogas, investigadoras y pedagogas, información que para muchos nos resulta de obligatoria consulta en nuestra labor cotidiana.

Otro mérito del libro de Alicia es que, de algún modo, se inscribe dentro de los estudios que relacionan el tema de la música y el género de sus practicantes, pobremente abordado en nuestro país. El discurso académico que se define como neutral resulta a la postre muy masculino, o sea, que una perspectiva de género para indagar en torno a la práctica musical es más que necesaria.

Al reflexionar acerca de la presencia de la mujer en la historia de la música cubana, hay una gran cantidad de interrogantes que aguardan por serias exégesis. Por ejemplo: ¿Las cuestiones de género pueden quedar limitadas únicamente a lo corporal-baile? ¿Qué rol ha jugado lo sexual en las estrellas femeninas que ha tenido nuestra música? ¿Han sido acaso expresión de la liberación sexual femenina o, por el contrario, manifestación de convertir a la mujer en mercancía? ¿Cómo ha sido la división social del trabajo en la música cubana? ¿Existen entre nosotros en lo musical estereotipos de género? ¿Cuáles? Digo esto último a propósito de la vestimenta, los movimientos en la escena, las letras de las melodías, la forma de cantar, la publicidad, los videoclips…

En fin, que ya es hora de que en Cuba en lo concerniente a los estudios de música y mujer avancemos del imprescindible recuento biográfico a una fase superior y crítica, en la que se intente establecer las diferencias, si es que existen, en la práctica musical por el género masculino y el femenino.

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