Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Joaquín Borges-Triana

Los que soñamos por la oreja

Cómo cambian los tiempos

Decididamente, hay músicas que lo marcan a uno para toda la vida. Ello puede suceder, incluso, sin que nos demos cuenta. Justo lo anterior es mi particular experiencia con la obra del dúo Los Compadres, formación constituida en 1948, de inicio, por Lorenzo Hierrezuelo a la guitarra y Francisco Repilado (más conocido como Compay Segundo) al armónico (instrumento de diez cuerdas creado por el propio Repilado). Siete años después este abandona el proyecto y su lugar pasa a ser ocupado por Reynaldo Hierrezuelo, también nombrado en el mundillo musical cubano como Rey Caney.

Cuando yo era niño, desde preescolar hasta noveno grado, estudié en la Escuela Especial Abel Santamaría, dedicada a la formación educacional de ciegos y débiles visuales. El centro docente radicaba en Marianao, exactamente en la intersección de las calles 41 y 82.

Yo vivía (y sigo viviendo) en el barrio de San Leopoldo, Centro Habana, y como desde que tengo uso de razón  el transporte público nunca ha funcionado de una manera cercana a lo que podría considerarse como normal en la capital de los cubanos, debía levantarme bien temprano para poder disponer del suficiente tiempo para coger en la calle Neptuno la 34, ruta de guagua que me llevaba hasta mi escuela.

Cada día entre lunes y viernes al despertarme sobre las cinco de la mañana, por el gusto de mis padres, tenía que escuchar (en realidad, por entonces era sufrir) un programa que, si mal no recuerdo, se transmitía por Radio Progreso. El espacio era dedicado al dúo Los Compadres y juro que en aquellos ya lejanos años, llegué a odiar con todas mis fuerzas la música de dicha formación, pues los asociaba al suplicio de la obligación de madrugar.

No sé en qué momento de mi vida ulterior a esos primeros años, empezó a modificarse mi percepción en torno al quehacer de Lorenzo y Reynaldo Hierrezuelo y así, comencé a experimentar una especial atracción por la música del dúo Los Compadres, hasta llegar a ser un verdadero fanático de tan singular modo de abordar la creación musical. Y es que este dueto marca una pauta para mí hasta hoy insuperable en el devenir de nuestra música tradicional.

Mi anterior afirmación puede comprobarse con la audición de fonogramas como el denominado Colección Cuba en vivo, protagonizado por ellos; un álbum puesto en circulación a través del sello Egrem y que saliera al mercado en el año 2009, gracias a una idea de Jorge Rodríguez.

El disco recoge una presentación de Lorenzo y Reynaldo Hierrezuelo en 1979 en la sala teatro del Museo Nacional de Bellas Artes. Por entonces, la Egrem tenía la vivificante costumbre de grabar con su estudio móvil diversos conciertos y festivales, a fin de preservar la memoria sonora de lo que acontecía en el país. Lamentablemente, esa tan útil práctica desde hace rato desapareció, pero por fortuna, en virtud de lo hecho en el pasado, hoy podemos disfrutar de un trabajo de archivo como este.

Así, en el CD encontramos varios de los temas de mayor popularidad del repertorio de Los Compadres, entre ellos Hay un run run, Rita la caimana, Cómo cambian los tiempos y No quiero llanto, cortes que conservan la frescura del momento cuando hace años fueron estrenados. Tanto en estas piezas como en las restantes del fonograma es fácil apreciar la gracia, el rigor y la diversidad sonora que Lorenzo y Reinaldo Hierrezuelo conseguían solo con sus voces y dos guitarras, únicos instrumentos reales empleados por ellos, aunque por la capacidad de imitar que poseían (antecedente de lo llevado a cabo tiempo después por Vocal Sampling) daban la impresión de contar con todo un set de percusión como respaldo rítmico.

Con producción a cargo de Jorge Rodríguez, grabación de Ramón Alom, notas discográficas de María Teresa Linares y diseño gráfico de Arnulfo Espinosa, este álbum del dúo Los Compadres es de esos materiales que traen muchos y gratos recuerdos a quienes ya vamos teniendo unos cuantos añitos de vida y que, cuando ellos estaban en la cresta de la ola, éramos inmensamente felices e indocumentados, o quizá lo uno por lo otro.

 

 

 

 

 

 

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