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Joaquín Borges-Triana

Los que soñamos por la oreja

Franco Rivero y su acercamiento a la música lecuoniana

Soy de los que considera que en materia de piano, solo existen dos grandes escuelas: la rusa y la francesa. Los cubanos hemos tenido la fortuna de beber de ambas tradiciones y creo que en ello radica una de las razones por las que nuestra pianística ha alcanzado los notables lauros que registra. Sencillamente resulta impresionante la cantidad de buenos pianistas surgidos en este país, tanto en el ámbito académico como el popular. Entre los nombres de jóvenes instrumentistas del universo de las teclas blancas y negras, uno que está llamando la atención con lo que hace es Franco Rivero, quien ha registrado en fonograma el repertorio para piano de Ernesto Lecuona.

«El piano fue siempre la principal fuente de inspiración y plasmación primera para cualquier tipo de las obras musicales que Lecuona gestó. Las composiciones que aquí se escuchan fueron agrupadas por Franco Rivero mediante adecuados ordenamientos dramatúrgicos, contrastantes pero equilibrados, mostrando en cada uno de los cinco discos esa diversidad genérica y estilística que caracteriza la música lecuoniana».

Las anteriores son parte de las palabras escritas por el musicólogo y director del Museo Nacional de la Música, Jesús Gómez Cairo, para presentar el impresionante trabajo fonográfico llevado a cabo por Franco Rivero en torno a la obra pianística de Ernesto Lecuona, sin la menor discusión uno de los compositores cubanos de música académica que ha gozado de mayor fama a escala internacional.

Hijo del oboísta Jorge Rivero (uno de los mejores ejecutantes de su instrumento en el contexto entre cubanos), con Franco se hace realidad aquello de que hijo de gato caza ratón. Su formación ha sido compartida entre conservatorios de Cuba y de México, país en el que reside desde hace años y donde ha llevado adelante su carrera como instrumentista, sin perder en ningún momento el vínculo con la tierra que le viera nacer como ser humano y artista.

La puesta en circulación de un trabajo discográfico en el que se recoge la totalidad de la obra pianística de Ernesto Lecuona interpretada por Franco Rivero, es una de las mejores decisiones asumidas por el sello Producciones Colibrí, perteneciente al Instituto Cubano de la Música. Aunque se ha hablado poco de lo que no dudo en catalogar como todo un suceso cultural, los que saben de la materia estarán de acuerdo conmigo en que esta producción es un ejemplo de lo que debe ser la preservación de nuestra memoria sonora, vista no ya únicamente como parte del patrimonio cultural de la nación sino como algo vívido y que tiene que ponerse al alcance de las nuevas generaciones.

Contentivo de cinco volúmenes, el primero se inicia con un repaso de las danzas del maestro Ernesto Lecuona, entre las que sobresalen las pertenecientes al ciclo que el compositor denominó Afrocubanas. Por su parte, el segundo abarca miniaturas, versiones para piano de algunas piezas cancionísticas que gozaron de suma popularidad en su momento de aparición, así como varios temas de los conocidos como danzas cubanas.

El tercer volumen, uno de los que más disfruto al escuchar la obra en su totalidad, nos entrega un puñado de valses, fantasías y otras danzas de la amplia producción de Ernesto Lecuona, destacándose entre ellas la titulada A la antigua. No puedo soslayar que en este tercer CD, también se incluye otra composición del catálogo de Lecuona que ha gozado de enorme popularidad desde su estreno, me refiero a Rapsodia negra, en la cual la interpretación de Franco Rivero deja claro que él ha sabido aprehender las particularidades del estilo lecuoniano.

Nuevamente las formas danzarias reaparecen en el cuarto álbum de la serie, acompañadas de uno que otro vals y de una suite infantil, que dan paso al quinto y último disco de la producción fonográfica, el cual pone énfasis en los trabajos de Ernesto Lecuona concebidos a partir de una perspectiva hispánica, con destaque particular para la afamada Suite Andalucía.

Con grabación a cargo de Tony Carrera y Giraldo García, así como trabajo de productor musical por parte del ya mencionado Jesús Gómez Cairo, esta es una obra de auténtica valía, por lo cual se siente aún más la ausencia del respaldo promocional que un material discográfico así debería generar. Aunque ante producciones como esta algunos se cuestionan sus posibilidades para colocarlas en el mercado y conseguir su realización desde el prisma económico, creo que ello pasa a un segundo plano, porque aquí lo fundamental es el valor cultural y la importancia que reviste para el desarrollo espiritual de la ciudadanía una propuesta como la acometida por Franco Rivero, que con su quehacer corrobora una vez más la idea de que el patrimonio de una nación también se encuentra en esa región donde reina lo intangible que es la música.

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