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Joaquín Borges-Triana

Los que soñamos por la oreja

Pedrito Martínez: rumbero de casta

El guaguancó, el yambú y la columbia tienen en la figura del percusionista y vocalista habanero Pedrito Martínez a uno de sus cultores más ilustres de la actualidad. Su talento lo ha llevado a realizar colaboraciones con gente tan prestigiosa como Brian Lynch, Steve Turre, Eddie Palmieri, Bill Summers, Arturo «Chico» O’Farrill, Bebo Valdés, Cassandra Wilson, Joe Lovano, Issac Delgado, Gonzalo Rubalcaba, Edie Brickell o Eliane Elias.

En ese importante documental que es Calle 54, y que todo amante de nuestra música debería ver, Pedrito es uno de los que representa la nueva hornada de instrumentistas cubanos en el material fílmico dirigido por Fernando Trueba. Quizá de ahí le haya surgido a dicho español la idea de que en algún momento él y Martínez podrían colaborar en algún otro proyecto.

Tras el éxito del álbum grabado por Bebo Valdés y el cantaor El Cigala, Fernando Trueba y su socio en el sello discográfico Calle 54 Records, nuestro compatriota Nat Chediak, se percataron de los muchos puntos en común entre la rumba y el flamenco, y decidieron volver a repetir el experimento, pero al revés. Si el fonograma de Bebo y El Cigala se armó a partir del repertorio compuesto por compositores latinos, en la nueva propuesta se rendiría tributo a esa figura fundamental del cante jondo que es Camarón de la Isla y a los autores españoles de los que él interpretó obras.

El escogido para tan interesante pero arriesgada empresa fue Pedrito Martínez. Así salió al mercado, en enero de 2013, el álbum titulado Rumba de la Isla, editado por Calle 54 Records y distribuido por Sony. Lamentablemente, yo no había podido escuchar el CD hasta hace pocas semanas, pues de sobra es sabido lo harto complejo que hoy resulta para quienes nos interesamos en estos asuntos, estar al tanto de lo que acontece en materia discográfica con nuestra música en Cuba y allende los mares.

En Rumba de la Isla se recogen ocho cantes de Camarón, más un tema escrito por nuestro compatriota en colaboración con otro cubano, Román Díaz. En el libreto portada del disco, hay un momento en el que se afirma: «Un trabajo de enorme originalidad, que se aleja de caminos trillados y aporta el acercamiento más creativo entre lo cubano y lo flamenco. El disco no entra a la rumbita-con-son facilona, sino que se sostiene en la percusión, con adornos de guitarra y violín que enriquecen musical y tímbricamente las canciones, consiguiendo hallazgos y sorprendentes recreaciones que se sumergen en la esencia de la música cubana, que alienta todo el álbum con imaginación y rigor».

Creo que esta vez las palabras de presentación de este disco no son exageradas en lo más mínimo, como muchas veces suele ocurrir, en función de promover las ventas. Soy del criterio de que estamos en presencia de uno de los fonogramas de mayor interés entre los facturados por nuestra gente en años recientes. Debo aclarar que la historia aquí no va en la cuerda de pretender que un cubano cante flamenco. ¡Nada de eso! Lo llamativo es comprobar el modo en que los códigos específicos del flamenco son llevados a las características particulares del complejo de la rumba.

En el excelente resultado que se aprecia en cada uno de los nueve cortes del álbum, decisoria es la participación de los músicos que acompañan a Pedrito Martínez en la aventura. Ellos son el guitarrista Niño Josele; el Piraña, en el cajón; Román Díaz, de los mejores bataleros cubanos del presente; John Benítez, en el bajo acústico y eléctrico; el afamado violinista Alfredo de la Fe, así como Abraham Rodríguez y Xiomara Laugart en las voces.

Un rasgo de los que más capta mi atención en el fonograma es el inteligente manejo que en el mismo se hace de la intertextualidad, tanto en el canto de Pedrito como en los pasajes instrumentales a cargo de violín, bajo y guitarra. Abundan también los cambios de patrones rítmicos y las excelentes improvisaciones. Así, cuando llegamos al último track, el titulado Homenaje a Camarón, composición de Martínez y de Román Díaz, y que se inicia con la música tradicional de un himno ñáñigo para concluir en una sabrosa rumba, hemos disfrutado de un trabajo musical pletórico en autenticidad y que nos pone en contacto con el quehacer de un rumbero de casta.

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