Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Joaquín Borges-Triana

Los que soñamos por la oreja

De música y algo más

Una vez más, este 20 de octubre celebramos el Día de la Cultura Cubana. Cuando pienso en la fecha y en su significado, no puedo dejar de evocar el rol que en Cuba ha desempeñado la música, por encima de las opiniones de quienes entre nosotros no se han percatado ni se percatan aún de su real importancia a través del desarrollo de la historia de la nación.

El conjunto de problemáticas vinculadas a la música en un contexto como el cubano es tan grande, que discutirlos con profundidad podría ser perfectamente el temario exclusivo de un evento, en el que, de seguro, habría muy diversas opiniones.

La complejidad del asunto no data de fecha reciente. Ello se verifica al comprobar que en un discurso de Fernando Ortiz, titulado La solidaridad patriótica, pronunciado en 1911 en la distribución de premios a los estudiantes de las escuelas públicas de La Habana, donde el eminente pensador afirmaba que la práctica de la música popular proveía un espacio sociocultural que, al ser compartido por todo el pueblo, a su vez ofrecía un camino para alcanzar un nivel más alto de consolidación nacional. Ortiz concluía su intervención con palabras proféticas, escritas como para el presente: «Porque ella (la música popular) es algo más que la voz del arte, es la voz de todo un pueblo, el alma común de las generaciones».

Otro de nuestros grandes pensadores, Antonio Benítez Rojo, en su ensayo Música y nación, escasamente difundido en Cuba y que considero de tremendísima valía, parte de la idea de que es verdad que tanto en nuestro país, como acontece en todo el Caribe, en general el arte y la literatura han dado estupendas muestras, pero opina que sin discusión alguna «las más importantes expresiones culturales de la región son la música y la danza», y reitera que en nuestro caso, lo que mejor define “lo cubano es la música y el baile”».

Es curioso, y yo diría que sintomático, el hecho de que al margen de criterios como los anteriores, en el pensamiento intelectual y académico cubanos existe una propensión a la subvaloración de la música y a considerarla como un arte menor, destinada para la «gozadera», visión reduccionista que no se percata de que dicha manifestación artística tiene un rol central en nuestra cultura, lo cual implica que ni los discursos cotidianos ni los de los medios de comunicación entre nosotros pueden escapar a su influencia.

Este viernes 21 se desarrollará la asamblea de la Sección de Musicología de la Asociación de Músicos de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (Uneac), como parte de las reuniones que en semanas recientes ha venido llevando a cabo la organización. Al igual que en ocasiones anteriores, estoy seguro de que habrá consenso en cuanto al hecho de que a los músicos y a los que se dedican a la investigación de la manifestación, por lo general no se les considera intelectuales. Así, por ejemplo, los musicólogos suelen quedar ubicados en terreno de nadie, pues entre los científicos no se les ve como tales y entre los artistas, sucede otro tanto.

Todo esto me viene a la cabeza al pensar en el Día de la Cultura Cubana y al imaginar un hipotético evento nacional dedicado a la música, en el que pudieran discutirse —entre otros asuntos— lo conseguido y lo no logrado en esta esfera en el país. Así, quizá, encontraríamos respuestas a interrogantes como:

¿Cuál es la verdadera capacidad de acción de instituciones como la Uneac o la AHS para incidir en los muchos asuntos problemáticos del acontecer musical cubano? ¿Son funcionales en la actualidad las dependencias del Instituto Cubano de la Música, creadas hace más de 30 años en un contexto diferente? ¿Cómo relacionar en Cuba, de una manera equilibrada y sin detrimento de las partes, la música y el mercado? ¿Por fin, en el contexto cubano, el disco es un producto cultural o una mercancía más? ¿Cómo proteger al músico y al género o estilo cuyas propuestas, por sus características específicas, no encajan en la ley de relación entre oferta y demanda? ¿Cómo solucionar el tema de la promoción, en un contexto donde lo más favorecido no coincide siempre con lo más artístico?

La complejidad de estos cuestionamientos y de otros muchos que pudieran añadirse, me lleva a concluir que la discusión sobre la actual problemática de nuestro universo musical rebasa con creces los límites de una asamblea como la que tendrá lugar este 21 en la Sección de Musicología de la Asociación de Músicos de la Uneac. Empero, como que soy un optimista redomado, por más que todo lo lleve a uno a ser lo contrario, confío en que —por complicado que resulte el asunto— un día no muy lejano la música y sus cultores e investigadores sean valorados acorde con su real significación en nuestra cultura y a sabiendas de que, si se solucionaran las deficiencias objetivas y subjetivas que aún imperan, la manifestación también podría ser una industria con fuerte aportación a la economía nacional.

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