Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

El Duende

La tecla del duende

Chiquillos

Nos vamos a los archivos. JR estuvo de cumpleaños, momento para evocar. Del maestro del Periodismo y el Humor, Enrique Núñez Rodríguez, son estas estampas publicadas el 20/11/1988.

«Me gusta jugar con los niños. Provocarlos, en el buen sentido de la palabra, para disfrutar de sus reacciones, frescas, inesperadas, llenas de esa gracia sin estrenar que tanta falta nos está haciendo en nuestros escenarios y pantallas. (…)

«Llena de gracia fue la respuesta que me dio en Cárdenas, Matanzas, un chiquillo adorablemente feo que, metido hasta la cintura en una cuneta, disfrutaba de una de las inundaciones habituales en esa zona. Cárdenas estaba bajo el agua. Yo venía del Circuito Norte hacia La Habana, y mi carro apenas podía avanzar en aquel mar, como de café con leche, que eran las calles de la bella ciudad de las bicicletas. De pronto vi al niño, disfrutando. Me encantó aquella cara fea y sucia y las greñas negras que chorreaban, impregnadas de lluvia. Me acerqué lentamente y fingiendo total ingenuidad, le pregunté:

—Por favor, ¿ha llovido mucho por aquí hoy?

«La respuesta que me dio puede lucir irrespetuosa a la luz de la educación formal. Pero es tan cubana, tan nuestra, que no puedo resistir la tentación de reproducirla. Me dijo:

—¿Usted es comemierda? ¿No ve cómo está la calle?

«Tenía entonces solo cinco años. (…)

«Iba por una de las aceras de El Vedado, muy cerca de la Uneac. Sentí, a mis espaldas, el traquetear de dos chivichanas, esas carriolas de manufactura casera que constituyen el terror de los peatones y los padres. Temí que pudieran atropellarme. Pero, en realidad, los dos chiquillos eran unos verdaderos ases del timón y me pasaron, uno por cada lado, a una velocidad que me pareció supersónica.

«Cuando me vi ileso tuve tiempo de mirar. En una de las chivichanas, la peor de las dos, iba un chiquito de apenas seis años que se detuvo a esperarme, quizá listo para recibir mi regaño (…). Era la chivichana más mala que he visto en mi vida. Las maderas viejas y sin pintar. Las ruedas desgastadas y sin cajas de bolas. El timón era una tabla agujereada por el comején. En fin, un desastre. Me detuve junto al niño y le pregunté con toda ironía: —Oyéee, compadre, ¿dónde te compraste esa chivichana?

«El tono de admiración con que le pregunté no pudo escapar a su perspicacia. Se lo vi en los ojos. Y entonces, en menos de lo que lo cuento, me respondió: —¿Dónde iba a ser, compadre? ¡en la shopping!...».

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