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Julio Antonio Mella: expulsado de la Universidad, no de la lucha

En 1925 el líder estudiantil envió una memorable carta al Consejo de la Universidad de La Habana, tras ser declarado culpable de cometer injurias graves

Autor:

Juventud Rebelde

«Sin esperanza ninguna de que el Consejo Universitario falle haciéndome justicia, elevo este informe de acuerdo con lo reglamentado en el Artículo 210 de los Estatutos.

«No creo que puede hacerme justicia ese organismo, pues no es humano que desautorice a sus compañeros del Claustro de la Facultad de Derecho. El citado artículo es un simple juego para dar aspecto de dulzura a la férrea red que envuelve a los estudiantes y al pensamiento renovador en la Universidad.

«Anhelo tener la ratificación de la injusticia cometida. He aquí lo único que busco. Más que un título de Doctor, que nada va a quitar ni añadir a mis conocimientos, tengo orgullo en recibir la carta notificándome mi separación de la Universidad de La Habana».

De esta manera se expresaba Julio Antonio Mella en los primeros párrafos de la carta dirigida al Consejo Universitario . El calendario marcaba el 5 de octubre de 1925 y el despotismo se enseñoreaba en el acontecer de Cuba.

Diez días antes, el joven estudiante había sido declarado culpable de cometer injurias graves contra el profesor de Legislación Industrial, Rodolfo Méndez Peñate. Ese personaje había maltratado a su esposa, Olivín Zamora.

La actitud de Mella, de hombre, de cónyuge antes que la de alumno, le deparó la pérdida de las asignaturas matriculadas ese curso y la expulsión de la Universidad por un año.

Detrás del veredicto se enmascaraba un real odio. Desde su ascenso a la Colina en 1921, el líder estudiantil había sido un hueso duro de roer. Como él mismo expresara, había vivido en «una perpetua rebeldía contra las autoridades y contra las arcaicas normas establecidas en los Estatutos».

El fundador de la FEU sabía que su lucha iba más allá de los muros del Alma Mater. «A los vengadores no se les pide justicia. Se les vence. O se les emplaza para el día en que puedan ser vencidos. No es simplemente una venganza de los profesores de la Universidad; ustedes mejor que yo saben quiénes son los más interesados en separarme de la Universidad, y causarme el supuesto daño de no ser Doctor de la eficiente Facultad de Derecho».

Estas palabras por sí solas hubieran ratificado la sentencia contra Julio Antonio —ocurrió el 14 de octubre—; pero fueron la antesala para reconocer varios hechos donde resultó protagonista. Entre otros, expresó haber silbado e insultado al claustro desde la puerta del Aula Magna ante el intento de nombrar Rector Honoris Causa al Procónsul yanqui Enoch Crowder.

Asimismo, Mella manifestó que había calificado a la Universidad de «organismo anquilosado e inútil para la marcha de la cultura del país»; a su profesorado, con ligeras excepciones, de «museo de fósiles»; y sus edificios de «inmundas barracas».

Sobrada valentía derrochó en cada letra; la razón le asistió en todo momento y con extrema entereza asumió el abandono. Según sus propias palabras, estaría «libre de estatutos denigrantes». Simplemente no podía vivir en una institución donde se le condenaba a ser eunuco.

Consciente del futuro, afirmó: «Tengo la convicción de hacer más en los años que me restan de vida, por mi país y por la humanidad, que lo hecho en la Universidad, y lo que han hecho hasta hoy mis jueces». Y lo demostró.

La prohibición de entrar al recinto universitario no impidió que Mella hablara en el salón de actos del Hospital Calixto García el 22 de noviembre y cuatro días más tarde ante los estudiantes de Medicina y Farmacia.

Detenido veinticuatro horas después en el Centro Obrero, y encausado por infringir la Ley de Explosivos y por sedición, tuvo fuerzas para escribir uno de los episodios más extraordinarios de la historia patria. Entre el 5 y el 23 de diciembre se mantuvo en huelga de hambre. Sería el preámbulo de su partida al exilio mexicano, donde continuó la lucha.

Así era aquel «hereje» que fue expulsado ignominiosamente de la Universidad de La Habana, que hizo más por Cuba que todo sus acusadores, y quien hoy se erige como una de las figuras cimeras del estudiantado cubano.

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