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La «Secretaria» de Camilo

Olga Lleras Fernández cuenta a JR pasajes de la vida de Camilo Cienfuegos y de los días en que trabajó bajo sus órdenes durante 1959

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Cuquita a los 81, con una lucidez envidiable A sus 81 años, Cuquita —como todos cariñosamente llaman a Olga Lleras Fernández— habla de Camilo Cienfuegos como si no hubieran pasado 47 años desde que lo vio por última vez en su oficina del Estado Mayor del Ejército Rebelde, en el entonces Campamento de Columbia, hoy Ciudad Libertad.

Cuando en la mañana del 29 de octubre de 1959 llegó a su trabajo, la secretaria de Camilo —como todos insisten en llamarla— no creyó lo que le dijeron: «Te enteraste, Camilo no aparece...

«Yo no sabía qué hacer; estuve varios días sin salir de la sede del Estado Mayor, trabajando incesantemente en organizar papeles como siempre, pero a la espera de que en cualquier momento apareciera de nuevo en la puerta y me dijera: “A ver, ¿qué tengo por ahí?...”

«Cada vez que llegaba me decía eso y ya dentro de la oficina se tiraba en el suelo, se recostaba a la pared y se quitaba las botas.

«Entonces despachábamos y me mandaba a “despalillar” rápido los documentos y que todas las cartas que traían cualquier tipo de planteamiento o problema fueran enviadas a los interesados para que todo quedara resuelto lo antes posible», nos asegura.

Cada vez que se acerca el mes de octubre la vida de mi entrevistada se vuelve muy agitada. El teléfono no para de sonar. Recibe las llamadas una a una con voz parsimoniosa que no deja descubrir la edad que tiene. Hoy ha hecho un alto en su faena cotidiana y nos deja entrar a la sala de su apartamento del Vedado habanero. Cualquiera diría que es una biblioteca, pues por todos lados se amontonan papeles, fotocopias, recortes de periódicos viejos, libros, grabaciones...

Cartel hecho por Camilo (a la derecha), con sus iniciales y fecha: 5 de abril de 1951 En muchas ocasiones le han preguntado a Cuquita por qué guarda tantos documentos aparentemente inservibles. Ella tiene una sola respuesta a eso: «Son de Camilo». Y es que durante más de cuatro décadas ha ido archivando todo lo que le ha caído en las manos sobre el Héroe de Yaguajay.

De su álbum de fotos del año 1951, nos enseña una instantánea poco conocida. Camilo posa junto a un grupo de estudiantes al que se había unido para luchar contra el aumento del pasaje del transporte público. Un cartel pintado por él encabeza la protesta, y debajo aparecen su firma y la fecha.

La Secretaria, devenida historiadora por su empeño de guardarlo todo, nos habla de cómo Kmilo 100fuegos —su firma en muchas cartas de la juventud— se unió a la lucha y junto a Osmani, su hermano, participó en manifestaciones como la del 7 de diciembre de 1955, cuando miles de jóvenes bajaron por la colina universitaria hasta el Parque Maceo para rendir tributo al Titán de Bronce, donde fue herido en una pierna por las balas de la dictadura batistiana.

«Camilo decía ya por aquel entonces que no era cuestión de cambiar un presidente por otro, sino cambiar el sistema reinante por uno más justo. Él siempre iba tras Osmani y se fue alimentando de sus actos como revolucionario».

HÉROE QUE CONOCÍ

El 10 de enero de 1959 Olga dejó su trabajo en un bufete de la capital para irse a trabajar al Estado Mayor de Columbia, donde hacía falta gente de confianza. Confiesa que fueron tiempos de intenso trabajo, que tiene bien documentados para que no haya errores históricos.

«Hay dos cosas que yo he sentido mucho en mi vida: que hayan muerto Camilo y Celia. Eran dos seres extraordinarios. En todo momento podías llegar a Camilo y él te escuchaba. Su teoría y práctica era buscar siempre la unidad en donde había algún tipo de división.

«Camilo era muy jaranero, juguetón, risueño, un buen amigo, pero todo el mundo sabía que no se podía jugar cuando él decía lo que había que hacer. No entendía de incumplimientos. Era muy exigente consigo mismo, porque decía que había que dar el ejemplo.

«Fue un ejemplo de disciplina en lo militar; llevar el traje era algo muy importante para él, al punto que prohibió beber con el uniforme o cometer algún tipo de indisciplina.

«Camilo era único. Yo tendría que emplear mucho tiempo en mencionar cualidades especiales de él. Lo que mucha gente no ha podido reunir en toda su vida lo tenía como ser humano, pero sobre todo fiel a Fidel que había que ver.

«El 30 de abril del ’59 le pagaron su salario y yo misma no me podía creer la cifra que estaba puesta en aquel cheque que me dio para que se lo fuera a cambiar. Era su pago como jefe de las tropas de tierra, mar y aire. Eran 113 pesos con 61 centavos. Aquello me impactó tanto que dije: “Qué inmenso es mi jefe”. Fui a La Habana Vieja y le saqué una fotografía que guardo con celo hasta el día de hoy».

En la memoria de Cuquita están grabados cada uno de los pasajes que nos cuenta, y nos asegura que Camilo traía su vocabulario bien cubano de la Sierra y nunca la llamó secretaria ni nada que se le pareciera.

«A mí me decía Michelina. No supe hasta tiempo después por qué me decía así. Alguien me contó que si él tenía afinidad contigo eras Michelín, si no, Tracatán. Yo he terminado por aceptar que soy la secretaria de Camilo, pero siempre digo que él nunca me lo dijo, yo me encargaba de la correspondencia y de otras tareas, despachábamos a menudo y yo mecanografiaba todo lo que él me pasaba».

¿Y del amor?, le insisto. «Uno muy grande —me contesta— desde la infancia: la mujer por la que llegó a grabar en el yate Martha III de Batista: “Paca I y Camilo”; la que lo esperó años, la misma por la que le temblaba la taza de café entre las manos cuando la veía».

EL ÚLTIMO DESPACHO, LA CARTA INCONCLUSA

«La última vez que lo vi fue el 27 de octubre, cuando despachamos. Había ido y venido de Camagüey durante la semana y traía consigo unos documentos ocupados al traidor Huber Matos, entre estos un cheque al portador por más de 4 000 pesos. Me preguntó si reconocía la firma. Realmente no pude, porque había sido emitido en Camagüey, así que le recomendé que preguntara en algún banco de esa ciudad.

«Camilo se llevó en su último viaje desde La Habana una de las revistas que el traidor estaba editando y el cheque para saber quién era el que le estaba suministrando tanto dinero. Se creía que los norteamericanos, o la misma CIA, estaban detrás de aquello», nos afirma Cuquita.

Unos días antes, en el Hospital Militar de Marianao, donde estuvo ingresado, Camilo respondió la última carta personal de la que se tenga noticia.

«Yo fui con la correspondencia y al leer la carta del amigo me dijo: “Dame con qué escribir”. Allí, acostado en la cama, escribió sobre una libreta. Le contestó a Rafael Sierra, viejo compañero que se fue con él a Estados Unidos en los años ’50. Lo interrumpen por alguna cuestión de trabajo: “Llévatela —me pidió—, la terminaré después para que la mandes...”

«Nunca lo hizo y aquí la tengo conmigo».

Nuestra mayor aspiración: la libertad

de la Patria

Última carta personal, inconclusa, escrita por Camilo ¡Hermano Rafael!

El tiempo ha pasado veloz, esta noche me parece aquellas de México en las que te escribía antes del viaje a Cuba, esta noche al leer su segunda carta han regresado los recuerdos de tantos episodios vividos estrechamente hermanados por esas extensas tierras norteamericanas, esta noche en mi cama de enfermo (hace 4 días estoy en el Hospital) he podido hacer recuento de todos los años que juntos pasamos, de los viajes, trabajos, fríos, fiestas y sueños de libertad que fueron transformándonos de muchachos a hombres con alguna experiencia, estos recuerdos algunos gratos otros tristes, nuestras aspiraciones, algunas no alcanzadas otras sí, al menos la principal, la que fue guía y meta, la mayor, la causante de nuestros desvelos es hoy hermosa realidad la libertad de nuestra Patria.

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