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De como la Isla de Pinos cambió su nombre por Isla de la Juventud

Dos jóvenes, entre los miles que de Oriente a Occidente del país trajeron su alegría y esfuerzo a este territorio para transformarlo en Isla de la Juventud, cuentan sus recuerdos a JR

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Juventud Rebelde

«Recordar aquellos años es volver a vivirlos», dice Malena. Muchos de quienes hoy viven en la Isla se quedaron después de ayudar a transformarla. Foto: Roberto Suárez

ISLA DE LA JUVENTUD.— En solo un año y medio Malena Barrueta González vivió tan intensamente que cuando narra esa etapa de su existencia parece que habla de toda su vida. Por eso oírla recordar los años 1967 y 68 es un privilegio. El ir y venir de recuerdos la hacen revivir aquel tiempo en que abandonó su cómodo puesto en el Ministerio del Trabajo para llegar a la Isla.

«Vine en marzo de 1967, al frente de un contingente de la Columna Juvenil del Centenario. Nunca había estado aquí. Me imaginaba que desde el barco iba a ver la isla dibujada sobre el mar, pero luego de 14 horas de viaje, cuando me asomo y veo esas lomas inmensas que siempre te reciben, quedé pasmada.

«El compromiso nuestro era solo por dos o tres meses y acabo de cumplir 40 años aquí. Sucede que vi cambiar este paisaje, crecer a Gerona —que era el casquito del paseo José Martí hasta el hospital viejo— y me enamoré de esta obra, de todo lo que vi progresar, donde yo había puesto mis manos. Los amas como hijos pues sabes el sacrificio con que los lograste. Cada obra social, casa y escuela se construía en horas extras, luego del trabajo en el campo».

Después de su arribo a este territorio, la también luchadora de la clandestinidad y alfabetizadora en su natal Bayamo, vivió en ocho campamentos de trabajo, sitios en los que se forjó como dirigente y donde —asegura— aprendió que nada es más importante que el ser humano:

«Dirigí seis de los campamentos donde estuve y siempre traté de dar el ejemplo. Era la primera en el campo y comía lo mismo que las demás muchachas, no aceptaba ningún privilegio. Muchas me decían mamá a pesar de que solo tenía 23 años. Creo que el respeto no te lo da un cargo, te lo das tú mismo al tratar a la gente. Fue en esa etapa de mi vida donde aprendí a tener en cuenta la diversidad de caracteres y de personalidades, pues a veces había un ambiente tenso donde convivíamos personas de diferentes edades, intereses y formación. Lo primero que hacía en cada campamento era organizar a los jóvenes por edades y costumbres y así obtuve mejores resultados en el trabajo.

«Las reuniones de la UJC se hacían después de las diez de la noche para no interrumpir las labores y poder cumplir el compromiso hecho al Comandante, de transformar la Isla de Pinos en Isla de la Juventud».

De alegrías y tristezas habla ahora Malena, quien desde la época de la beca dejó atrás su verdadero nombre de María Elena. Recuerdos tan tristes como el del accidente que cobró la vida de Paula Pestana —primera mártir de la columna juvenil— o como el de la vez que, por incomprensiones, casi se rinde.

Anécdotas tan graciosas como la de su boda con Riverita, cuando trajeron —casi al finalizar— al abogado y al fotógrafo en el carro de patrulla, y donde el cake exhibía un hermoso huevo de pato como símbolo de su tarea de jefa de un campamento avícola, el cual dirigió hasta sus siete meses del embarazo de los jimaguas. Era —dice— una etapa de cambios, una vorágine que imbuía a todos.

La historia

El 7 de junio de 1959, frente al antiguo Ayuntamiento Colonial, tuvo lugar el primer encuentro del pueblo pinero con el Comandante en Jefe Fidel Castro. En ese momento Fidel planteó el programa mínimo para la rehabilitación económica y social de la Isla, paso que —como escribiera el doctor Antonio Núñez Jiménez— hizo que este territorio, históricamente maltratado y olvidado por los sucesivos gobiernos de la pseudorrepública, cobrara su verdadero valor tanto en el plano nacional como internacional.

Guarida de piratas, destierro para patriotas, colonia norteamericana, presidio, zona franca, sitio de juego y corrupción como único modo de vida que los regímenes de explotación le asignaron, todo quedaba atrás luego del triunfo revolucionario.

La juventud se movilizó entonces y comenzó a organizarse en patrullas juveniles, como primer embrión de lo que luego serían los comités de base de la Asociación de Jóvenes Rebeldes, primero y de la Unión de Jóvenes Comunistas, después. Ello permitió que ya en 1962 este territorio contara con más de 20 comités de base y cerca de 200 militantes, entre la escasa población que existía entonces.

La ayuda, que llegaría de todos los rincones del país, fue iniciada en 1966 con la entrada de los integrantes de la columna Luis Ramírez López, cuyo nombre rendía tributo al valeroso combatiente de Guardafronteras asesinado en la Base Naval de Guantánamo. Ese grupo, de más de 1 500 jóvenes, llegó luego del paso del ciclón Alma y traía como estandarte el lema Reconstruir lo perdido y avanzar mucho más.

Luego arribaron las primeras Columnas Juveniles Agropecuarias para desarrollar el plan de cítricos, que fueron secundadas por la Columna Juvenil del Centenario, las Marianas, los seguidores de Camilo-Che, el EJT y miles de jóvenes que emprendieron las tareas agrícolas, industriales, de construcción, de servicios y de educación.

Desde entonces, la idea de cambiarle el nombre de Isla de Pinos por Isla de la Juventud se convirtió en un propósito de quienes vinieron a transformarla; pedido hecho por los propios jóvenes a Fidel el 12 de agosto de 1967, durante la inauguración de la presa Vietnam Heroico. En aquel memorable discurso el Comandante en Jefe dejaría planteada la nueva concepción del trabajo: «... propongámonos no solo revolucionar la naturaleza, sino revolucionar aquí también las mentes, revolucionar la sociedad, puesto que aquí se presentan condiciones objetivas que hacen factible eso, por ser una región muy poco poblada, por ser una región que adquirirá un tremendo desarrollo técnico, por ser una región donde se reúne para trabajar y para crear un numeroso contingente de entre los más entusiastas de nuestros jóvenes».

La inauguración de la Escuela Secundaria Básica en el Campo (ESBEC) 14 de junio, en 1971, marcaría el inicio de un ambicioso programa educacional, en el que se construyeron alrededor de 60 instituciones de ese tipo, que acogieron a estudiantes, no solo del país, sino también de Asia, África y América Latina. Más de 22 000 alumnos de unas 33 naciones accedieron a la enseñanza en este territorio.

La transformación quedaría también descrita por Núñez Jiménez: «Al arribar hoy a la cubanísima Isla de Pinos, los viajeros quedan sorprendidos por una actividad inusitada, febril. Desde que se desembarca en los muelles del río de Las Casas, en Nueva Gerona, capital de la ahora llamada Isla de la Juventud, se contempla el panorama de una isla que se desarrolla a paso de gigante: potentes buldóceres y poderosos camiones y tractores salen del barco y toman el camino de los campos. A medida que uno se adentra en la pequeña ciudad —que conserva aún el estilo arquitectónico de los tiempos de la colonia hispánica— el escenario es dominado por el trabajo creador de miles de hombres y mujeres que levantan edificios o reparan casas o construyen caminos o escuelas, fábricas o presas».

Símbolo de una generación

Entre aquellos que forjaron la nueva sociedad estuvo Eloy López Jay, fundador y director del Telecentro Isla Visión y a quien hablar de la década del 70 le devuelve la picardía y jovialidad en la mirada: «Cuando vivía en el municipio Río Frío, hoy Niceto Pérez, en Guantánamo, estuve entre quienes tuvieron la tarea de crear la UJC a partir de la AJR. Allí creamos los comités en la base y luego, en la primera Asamblea, me seleccionaron como primer secretario de la organización.

«Ya en 1967 pasé a la Escuela Nacional de la UJC Fulgencio Oroz, en Ciudad de La Habana, y al graduarme como mejor expediente, junto a otros seis compañeros, fuimos seleccionados para venir a la Isla.

«Nos ubicaron al frente de algunas granjas que eran entonces como municipios con varios comités de base. Me correspondió dirigir la granja Revolución, que quedaba cerca del hoy poblado Ciro Redondo. Me impresionó mucho como los muchachos, la mayoría habaneros, se convertían casi en vaqueros. Gente que jamás había ni montado a caballo, ni enlazado una vaca, aquí aprendieron a hacerlo.

«Eran jóvenes comprometidos con la Revolución, que disfrutaban trabajar. En ese tiempo el trabajo mismo era un estímulo, pues se seleccionaba a los mejores para incorporarse —en horario nocturno— a las labores extras en la construcción de obras sociales.

«Como todos participé en la campaña diez por uno, donde cada joven debía abrir diez huecos, de uno por uno, y que después se llenaban con materia orgánica para mejorar la tierra y poder sembrar las plantas. A pie de obra estuve en la construcción de la presa Los Indios, del mirador del Abra, una de las obras más hermosas para mí, pues además de ser el diseñador de ese sitio participé en la construcción de los escalones en la montaña. También fui de los primeros que abrió el paso, machete en mano, en la Sierra de Caballos para la construcción de la torre de televisión a 300 pies sobre el nivel del mar.

«Nací en Guantánamo y mi familia todavía me reclama que regrese, pero uno llega a querer tanto a la Isla que queda atrapado. Era una etapa muy linda y que albergó mucha esperanza, no era cambiar un nombre por cambiarlo, sino que esa transformación, que demoró 11 años, devino símbolo de una generación.

«Por ello aquel acto del 2 de agosto de 1978 —año del XI Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes, celebrado en Cuba— selló un compromiso, una etapa de trabajo creador. El esfuerzo era retribuido ahora con el cambio de Isla de Pinos por Isla de la Juventud».

Desde la misma escalinata del Presidio Modelo, por donde descendieran Fidel y sus compañeros el día que el pueblo logró su amnistía, se materializó la proclamación. En presencia del Comandante en Jefe y de invitados de diversos continentes, los protagonistas del cambio escucharon las palabras de Raúl Roa, entonces vicepresidente de la Asamblea Nacional del Poder Popular: «(...) Ya hoy la Isla es parte viva de Cuba. (...) la vida canta por todas partes, la esperanza flamea en los corazones; el trabajo, y la defensa convergen en la acción cotidiana; el espíritu internacionalista florece pródigamente en las escuelas (...) con sus aulas abiertas a todos los niños y adolescentes del mundo. La Juventud marcha al frente, marca el paso, da el ejemplo haciendo suya la Isla...».

Bibliografía: Con todo derecho Isla de la Juventud, Colectivo de autores; Isla de Pinos. Piratas Colonizadores Rebeldes, Antonio Núñez Jiménez.

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