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Desigual combate en La Habana

El 5 de septiembre de 1957 debieron producirse acciones armadas en varias ciudades. Un protagonista nos ofrece detalles de aquel episodio en la capital

Autor:

Juventud Rebelde

El Palacio Presidencial sería cañoneado desde una fragata surta en la rada habanera, pero la Marina traicionó a los revolucionarios.

Entre los jóvenes resulta poco conocido que en la capital cubana también se producirían acciones armadas el 5 de septiembre de 1957.

Alrededor de las 5:00 a.m. de ese día llegaron a mi casa, sita en Panchito Gómez No. 151, municipio de Cerro, Arsenio Franco Villanueva, Armando Cubría Ramos y Ramón Calviño, quien conducía un auto Oldsmobile de 1956 (estos dos últimos posteriormente traicionaron a la Revolución). El auto era propiedad del segundo teniente Eduardo Sotolongo Medina, representante del Ejército en la conspiración para el levantamiento que habría de producirse ese día en diferentes ciudades del país, siendo la capital el objetivo fundamental, pues se habían comprometido sectores del Ejército, la Marina y la Policía.

Las acciones se iniciarían cuando una fragata surta en el puerto de La Habana, cañoneara el Estado Mayor de la Marina de Guerra y el Palacio Presidencial, edificios donde hoy tienen su sede varias dependencias de las FAR y el Museo de la Revolución, respectivamente.

Nosotros teníamos como objetivo tomar la radio motorizada, en la calle Sarabia en el Cerro, operativo en el que participarían alrededor de una docena de policías de esa Unidad, que nos facilitarían el acceso y control de la misma. Una vez ejecutada la acción, teníamos previsto entregar las armas que tomáramos allí a compañeros del M-26-7, los que a esa hora se movilizaron por decenas a lo largo de las calles Reina y Carlos III.

Mi grupo estaba acuartelado en la Asociación de Alumnos de la Escuela de Comercio de La Habana, en Ayestarán (actual Politécnico de Economía Habana), esperando por las armas cortas que yo les llevaría.

Minutos después de las 6:00 a.m., que era la hora convenida para el inicio de las operaciones y ante la ausencia de los esperados cañonazos, Arsenio Franco decidió ir hasta el Malecón a ver lo que sucedía con la fragata.

Posteriormente supimos que la Marina de Guerra se había echado para atrás en el último minuto sin comunicárselo a nadie.

Arsenio fue detectado por la policía en el Malecón, pudiendo escapar tras un violento tiroteo. Allí fue detenido Ramón Calviño, quien a partir de ese momento se convirtió en delator, asesino y torturador de sus compañeros.

Al salir llegó a mi casa otro grupo de combatientes tripulando el Plymouth/53, propiedad del ex sargento de la policía Luis E. Trujillo Collazo. Eran Ramón Funes, Raúl Marcuello, Félix La Guarda y Armando Gamboa, integrantes de los grupos de acción que participarían en la operación de la radio-motorizada.

Ante la demora en el inicio de las acciones, Armando Gamboa, quien era el chofer del carro, decide salir a ver qué estaba pasando. Yo accedo a ir con ellos, pues a pesar de estar a solo cuatro cuadras de donde estaba acuartelado mi grupo, preferí emplear el auto para trasladar el saco con las armas, los magazines y las balas, ya que pesaban bastante.

Salimos y, a cien metros, en Ayestarán y Aranguren, nos rodeó la policía, conminándonos a que bajáramos del carro y nos rindiéramos.

Estábamos frente al inmueble del Royal Bank of Canada, motivo por el cual, después, se nos acusó falsamente en la prensa de intentar asaltarlo. Los uniformados abrieron fuego con armas largas sobre nosotros, casi a quemarropa, muriendo inmediatamente Raúl Marcuello y Félix La Guarda, que iban en el asiento trasero.

Armando Gamboa subió el carro por encima de la acera, iniciando la huida por Ayestarán, en tanto yo respondía el fuego por la ventanilla, y así fuimos por todo Ayestarán, intercambiando disparos con la policía.

Al llegar a la calle Desagüe chocamos con un carro parqueado, momento en el que abandonamos el vehículo Armando Gamboa y yo.

Armando cayó combatiendo, mientras yo me retiraba bajo las balas por la acera de enfrente. Funes había continuado con el carro, haciendo zigzag, hasta la calle Infanta, logrando escapar. Días después fue entregado a la policía, quien lo torturó bárbaramente y lo asesinaron con 36 balazos.

El alto costo de aquella traición no fue solamente los cuatro héroes caídos en desigual combate en La Habana. Cienfuegos, que sí cumplió su compromiso con la historia, se quedó sola enfrentando el poderío militar de la dictadura, que bañó en sangre la ciudad.

Hoy la Revolución, con su inmensa obra moral y material, ha cumplido el sueño de estos mártires de una Cuba nueva, libre e independiente, causa de todo el pueblo.

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