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¿Cómo salir de la encrucijada?

Continuar con el sistema degradante que promueve el modelo económico neoliberal, no es una opción viable para la supervivencia de la especie humana

Autor:

Juventud Rebelde

¿Podríamos quedarnos indiferentes ante las miradas de estos niños africanos? ¿Podríamos pensar en un mundo mejor si a ellos hoy se les niega el derecho básico de alimentarse? La agricultura mundial está en una encrucijada. La economía global impone demandas conflictivas a las 1 500 millones de hectáreas cultivadas. No solo se le pide a la tierra agrícola que produzca suficientes alimentos para una población creciente, sino también que produzca biocombustibles y que lo haga de una manera ambientalmente sana, preservando la biodiversidad y disminuyendo la emisión de gases de invernadero.

Estas presiones están desencadenando una crisis del sistema alimentario global sin precedentes, la cual ya se empieza a manifestar en protestas por escasez de alimentos en muchos países de Asia y África. De hecho hay 33 países al filo de la inestabilidad social por la carencia y precio de los alimentos.

Esta crisis que amenaza la seguridad alimentaria de millones de personas, es el resultado directo del modelo industrial de agricultura, que no solo es peligrosamente dependiente de hidrocarburos sino que se ha transformado en la mayor fuerza antrópica modificante de la biosfera. Las crecientes presiones sobre el área agrícola en disminución están socavando la capacidad de la naturaleza para suplir las demandas de la humanidad en cuanto a alimentos, fibras y energía.

La tragedia es que la población humana depende de los servicios ecológicos (ciclos de agua, polinizadores, suelos fértiles, clima local benevolente, etcétera) que la agricultura intensiva continuamente empuja más allá de sus límites.

Antes del fin de la primera década del siglo XXI, la humanidad está tomando conciencia rápidamente de que el modelo industrial capitalista de agricultura dependiente de petróleo ya no funciona para suplir los alimentos necesarios. Los precios inflacionarios del petróleo inevitablemente incrementan los costos de producción y los precios de los alimentos han escalado a tal punto que un dólar hoy compra 30 por ciento menos alimentos que hace un año. Una persona en Nigeria gasta 73 por ciento de sus ingresos en alimentos, en Vietnam 65 por ciento y en Indonesia 50 por ciento. Esta situación se agudiza rápidamente en la medida en que la tierra agrícola se destina a la producción de biocombustibles y en la medida en que el cambio climático disminuye los rendimientos vía sequías o inundaciones. Además, la agricultura industrial contribuye hoy con más de 1/3 de las emisiones globales de gases de invernadero, en especial metano y óxidos nitrosos. Continuar con este sistema degradante, como lo promueve un sistema económico neoliberal, ecológicamente deshonesto al no reflejar las externalidades ambientales no es una opción viable.

El desafío inmediato para nuestra generación es transformar la agricultura industrial e iniciar una transición de los sistemas alimentarios para que no dependan del petróleo. Necesitamos un paradigma alternativo de desarrollo agrícola, uno que propicie formas de agricultura ecológica, sustentable y socialmente justa. Rediseñar el sistema alimentario hacia formas más equitativas y viables para agricultores y consumidores requerirá cambios radicales en las fuerzas políticas y económicas que determinan qué se produce, cómo, dónde y para quién.

La denuncia gana espacio en Internet lo mismo en sitios alternativos que en páginas personales El libre comercio sin control social es el principal mecanismo que está desplazando a los agricultores de sus tierras y es el principal obstáculo para lograr desarrollo y una seguridad alimentaria local. Solo desafiando el control que las empresas multinacionales ejercen sobre el sistema alimentario y el modelo agroexportador que auspician los gobiernos neoliberales, se podrá detener la espiral de pobreza, hambre, migración rural y degradación ambiental.

El concepto de soberanía alimentaria, como lo promueve el movimiento mundial de pequeños agricultores, la Vía Campesina, constituye la única alternativa viable al sistema alimentario en colapso, que sencillamente falló en su cálculo de que el comercio libre internacional sería clave para solucionar el problema alimentario mundial. Por el contrario, la soberanía alimentaria enfatiza en circuitos locales de producción-consumo, y en acciones organizadas para lograr acceso a tierra, agua, agrobiodiversidad, etcétera, recursos claves que las comunidades rurales deben controlar para poder producir alimentos con métodos agroecológicos.

No hay duda de que una alianza entre agricultores y consumidores es de importancia estratégica. Al mismo tiempo que los consumidores deben consumir menos proteína animal, se deben dar cuenta de que su calidad de vida está íntimamente asociada al tipo de agricultura que se practica en los cordones verdes que circundan a pueblos y ciudades, no solo por el tipo y calidad de cultivos que ahí se producen, sino por los servicios ambientales, como calidad del agua, microclima y conservación de la biodiversidad, etcétera, que esta agricultura multifuncional genere.

La escala y urgencia del desafío que la humanidad enfrenta es sin precedentes y lo que se necesita hacer es ambiental, social y políticamente posible. Erradicar la pobreza y el hambre mundial necesita una inversión anual de aproximadamente 50 billones de dólares, una fracción al compararse con el presupuesto militar mundial que alcanza más de un trillón de dólares por año.

La velocidad con que se debe implementar este cambio es muy rápida, pero lo que está en duda es si acaso existe la voluntad política para transformar radical y velozmente el sistema alimentario, antes que el hambre y la inseguridad alimentaria alcancen proporciones planetarias e irreversibles. (Fragmentos. Tomado de Rebelión)

(*) Miguel A. Altieri es profesor de la University of California, Berkeley, Sociedad Científica Latinoamericana de Agroecología (SOCLA)

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