Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

La piedra y el pañuelo, símbolos de amor para Ernesto Che Guevara

Confesiones del Guerrillero Heroico sobre el significado de los dos únicos recuerdos que llevara a la lucha 

Autor:

Juventud Rebelde

Selva congoleña, mayo de 1965. La lluvia pertinaz impide a los guerrilleros internacionalistas cubanos reactivar sus acciones bélicas frente a un enemigo escurridizo y con fuerte apoyo logístico de colonialistas belgas y mercenarios que matan por encargo mediante suculenta paga.

Comandante Ernesto Che Guevara Pasajes de aquel drama africano refleja el Comandante Ernesto Che Guevara en su Diario de campaña. Capítulo aparte merece La Piedra, título de uno de sus más conmovedores escritos recogidos en este texto, inspirado en Celia, la madre que agonizaba en Buenos Aires.

...Me lo dijo como se deben decir estas cosas a un hombre fuerte, a un responsable y lo agradecí. No me mintió preocupación o dolor y traté de no mostrar ni lo uno ni lo otro.

¡Fue tan simple!

Además había que esperar la confirmación para estar oficialmente triste. Me pregunté si se podía llorar un poquito. No, no debía ser porque el jefe es impersonal; no es que se le niegue el derecho a sentir, simplemente, no debe mostrar que siente lo de él; lo de sus soldados, tal vez.

—Fue un amigo de la familia, le telefonearon avisándole que estaba muy grave, pero yo salí ese día.

—Grave, ¿de muerte?

—Sí.

—No dejes de avisarme cualquier cosa.

—En cuanto lo sepa, pero no hay esperanzas. Creo.

—Ya se había ido el mensajero de la muerte y no tenía confirmación.

Esperar era todo lo que cabía. Con la noticia oficial decidiría si tenía derecho o no a mostrar mi tristeza.

Me inclinaba a creer que no1.

El sol mañanero golpeaba fuerte después de la lluvia. No había nada extraño en ello; todos los días llovía y después salía el sol y apretaba y expulsaba la humedad. Por la tarde, el arroyo sería otra vez cristalino, aunque ese día no había caído mucha agua en las montañas; estaba casi normal.

Decían que el 20 de mayo dejaba de llover y hasta octubre no caía una gota.

Decían... pero dicen tantas cosas que no son ciertas.

¿La naturaleza se guiará por el calendario? No me importaba si la naturaleza se guiaba o no por el calendario. En general podía decir que no me importaba nada de nada, ni esa inactividad forzada, ni esta guerra idiota, sin objetivos. Bueno, sin objetivos no; solo que estaba tan vago, tan diluido, que parecía inalcanzable, como un infierno surrealista donde el eterno castigo fuera el tedio. Y, además, me importaba. Claro que me importaba.

II

Solo dos recuerdos pequeños llevé a la lucha; el pañuelo de gasa de mi mujer, y el llavero con la piedra de mi madre, muy barato éste; la piedra se despegó y la guardé en el bolsillo.

(...) ¿No se llora porque no se debe o porque no se puede?

¿No hay derecho a olvidar aun en la guerra?

¿Es necesario disfrazar de macho al hielo? Qué sé yo. De veras, no sé. Solo sé que tengo una necesidad física de que aparezca mi madre y yo recline mi cabeza en su regazo magro y ella me diga «mi viejo», con una ternura seca y plena y sentir en el pelo su mano desmañada, acariciándome a saltos, como un muñeco de cuerdas, como si la ternura le saliera por los ojos y la voz, porque los conductores rotos no la hacen llegar a las extremidades. Y las manos se extremasen y palpan más que acarician, pero la ternura resbala por fuera y las rodea y uno se siente tan bien, tan pequeñito y tan fuerte. No es necesario pedirle perdón; ella lo comprende todo; uno lo sabe cuando escucha ese «mi viejo».

III

¿El pañuelo de gasa? Sobre él descansó en cabestrillo el brazo del guerrillero, dañado durante la ofensiva del Ejército Rebelde en diciembre de 1958. Ocurrió cuando el asedio y liberación de Cabaiguán, estratégico poblado del centro de la Isla, famoso por sus vegas de tabaco y colonias de inmigrantes canarios.

El pañuelo de gasa; me lo dio ella por si me herían en un brazo, sería un cabestrillo amoroso, la dificultad estaba en usarlo si me partían el carapacho. En realidad había una solución fácil, que me lo pusiera en la cabeza para aguantarme la quijada y me iría con él a la tumba. Leal hasta en la muerte. Si quedaba tendido en un monte o me recogían los otros no habría pañuelito de gasa; me descompondría entre las hierbas o me exhibirían y tal vez saldría en Life con una mirada agónica y desesperada fija en el instante del supremo miedo. Porque se tiene miedo, a qué negarlo.

IV

Octubre 1997.Conmovedor tributo nacional al Che y sus compañeros caídos en combate durante la campaña guerrillera en Bolivia; sus restos reposarían desde este instante en el Mausoleo de la histórica Plaza que honra con su nombre al Guerrillero Heroico, Ernesto Che Guevara.

Aleida March, compañera del Che en la guerra de liberación, esposa y madre de sus hijos cubanos, recuerda:

«Esta vez yo no llegaba a mi ciudad natal, Santa Clara, para rememorar la historia vivida en común, sino que me traía el adiós y lo hice con añoranza, en una especie de rito que sentía que le debía. Sé que sorprendí a muchos con la decisión que había tomado y los primeros sorprendidos fueron mis hijos, que no sabían nada de lo que había resuelto hacer y hasta dudaron a que llegara al final.

«El motivo de mi resolución era aquel pequeño pañuelo de gasa que le había dado al Che como recuerdo y que guardó hasta nuestro encuentro en Tanzania, donde me lo devolvió. Aquel que en La piedra el Che, con la ironía que lo caracterizaba, da fe de lo que representaba para él ese pañuelo.

«En esas circunstancias sentía que era una deuda y le pedí a mi hija Aliucha, ya tarde en la noche —cuando se había retirado el pueblo—, que pidiera autorización para abrir el osario. De más está decir que yo no tuve valor para hacerlo, fue mi hija Celia quien lo depositó junto a sus restos para que el guerrero descansara con su pañuelo de gasa: “leal hasta la muerte”».

*Premio Nacional de Periodismo José Martí.

(1) Celia de La Serna murió en Buenos Aires, víctima de cáncer, el 19 de mayo de 1965.

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