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La sangre de los buenos

Este 7 de diciembre se recuerda la muerte de Raúl Cervantes, primer mártir de Ciego de Ávila en la lucha contra la dictadura batistiana

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Raúl Cervantes fue herido de muerte en la esquina de las calles Maceo e Independencia, la cual se ha convertido en sitio de peregrinación los 7 de diciembre. CIEGO DE ÁVILA.— Fue una sorpresa. La noche del 6 de diciembre de 1955, Raúl Cervantes llegó a su casa y le confesó a su hermano Carlos Manuel: «Mañana hay una manifestación; pero si nos suenan, nosotros vamos a dar». Carlos se sorprendió: «¿Y con qué?» «Con palos», respondió el hermano.

Temprano en la mañana del 7 de diciembre, los Cervantes salieron de su casa. El plan era concentrarse en el Instituto, avanzar en manifestación por la calle Independencia en homenaje a la muerte de Antonio Maceo y depositar una ofrenda floral en el busto de José Martí, en el parque que lleva su nombre.

No fue posible. A dos cuadras del Instituto, los uniformados dispersaban a golpes de porra a la juventud. Entonces los Cervantes y su grupo se concentraron en el portal de la cafetería de Cosme-Gómez, frente al Teatro Iriondo. Un pickup, un carro para el reparto de leche, frenó y unos policías se abalanzaron contra el grupo de jóvenes.

Raúl se deslizó pegado al edificio del Banco de Canadá. Carlos fue menos afortunado. Corrió en zigzag por la calle Maceo. El policía Rafael Ruz Placeres exclamó: «Párate, cabrón» y disparó cinco tiros. Ninguno acertó, pero un grito lo detuvo en seco: «¡Muchacho, párate, que te van a matar!».

Era el sargento Grego, un policía honesto. Aquel grito era un ruego, porque Ruz Placeres tomaba despacio la puntería. Carlos se volteó y los policías empezaron a golpearlo. Cervantes veía a Placeres a su izquierda, con el rostro lleno de rabia, cuando lo vio estremecerse por un golpe en la espalda.

Allí estaba Raúl, armado con un madero. Ruz Placeres giró el brazo. Enseguida se oyó un disparo y Raúl se quedó erguido con una mirada de sorpresa y melancolía. Los policías intentaron llevarse a Carlos, pero el sargento Grego gritó: «¡Déjenlo...; vámonos de aquí!». Carlos miró al suelo. En medio de un charco de sangre, estaba su hermano Raúl.

La advertencia de un viejo mambí

Raúl Cervantes moriría tres días más tarde, a las diez de la mañana, después de realizarle dos operaciones y pasarle 22 transfusiones de sangre. En medio de una conmoción nacional, las principales agrupaciones políticas, opuestas a Batista pero seguidoras del diálogo, enviaron a sus representantes en un intento por obtener un reconocimiento con vistas a las elecciones.

Ante la maniobra, el Movimiento 26 de Julio y el Partido Socialista Popular movilizaron a sus hombres. En La Habana, por el aviso de Pedro Martínez Brito y José (El Moro) Asseff Ayala, el presidente de la FEU, José Antonio Echeverría, indicó que Joe Westbrook, José Machado (Machadito), Juan Pedro Carbó Serviá y Wilfredo Ventura viajaran a Ciego de Ávila.

Los choques no tardaron en aparecer en el patio de la casa de los Cervantes, la número 364 en la calle Abraham Delgado, donde se ultimaron los detalles del sepelio. Tony Varona, del Partido Auténtico, junto con Raúl Chibás y Luis Conte Agüero, del ala más conciliatoria con Batista dentro del Partido Ortodoxo, insistieron en darle al entierro un tono moderado.

Carlos recuerda cómo las voces se elevaban, hasta que Joe Westbrook se irguió ante Conte Agüero y le gritó: «¡Tú eres un pendejo!». Porque había más. De forma pública, el joven asesinado era un integrante de la Logia AJEF y el financiero de las Juventudes del Partido Ortodoxo, pero en el mayor secreto Raúl era miembro del Movimiento 26 de Julio y uno de sus fundadores en Ciego de Ávila.

Había nacido el 30 de septiembre de 1933. Trabajaba como barbero y en su educación influyó el ejemplo de sus progenitores, descendientes todos de mambises. Su padre, el capitán José Pablo Cervantes, peleó toda la invasión de 1895 con Máximo Gómez y las historias de la guerra se complementaban con las reliquias familiares.

Una de ellas, convertida en una especie de altar intocable, era una foto de Serafín Sánchez Valdivia con sus estrellas de general mambí. José Pablo, quien fue su subordinado, aseguraba que en Cuba no existía un hombre con las virtudes de valentía, honestidad y honradez, como las que él apreció en su jefe.

Por eso se extrañó cuando Raúl apareció con una petición insólita. «Papá —le pidió—, ¿usted me permite poner a Fidel al lado de Serafín Sánchez?». Y le enseñó un cuadro. En él se veía a Fidel en el vivac de Santiago de Cuba y discutiendo con el coronel Alberto del Río Chaviano, después del ataque al cuartel Moncada.

José Pablo detalló el retrato. Con voz recia, preguntó: «¿Y ese joven tiene méritos para estar al lado de Serafín Sánchez?». Raúl sonrió: «Sí, papá, él los tiene. Ese hombre es el que va a arreglar a Cuba». El mambí miró firme a su hijo. «Muy bien —dijo—; sí lo cree así, déjelo. ¡Pero usted no se equivoque!».

La marcha del silencio

El entierro del joven mártir fue el más grande acontecido, en mucho tiempo, en Ciego de Ávila, y en él estuvo presente la FEU. El entierro de Raúl Cervantes, el domingo 11 de diciembre, fue el más grande en mucho tiempo en Ciego de Ávila. Una multitud tenía copada las calles, nadie hablaba y en la marcha solo se oía el ruido de los zapatos. Al frente del sepelio, un grupo de jóvenes desplegó una bandera cubana y una tela con la frase de José Martí: «La sangre de los buenos no se vierte nunca en vano».

La ciudad fue tomada. El Tercio Táctico de Camagüey, una unidad élite de combate, estaba en Ciego de Ávila. En el cuartel de la Guardia Rural sus efectivos se alinearon en posición de fuego en la azotea. Desde allí, divisaron el río humano, compacto y silencioso, que ocupó los alrededores del Parque de Los Buenos y los techos de las viviendas. Escucharon los discursos y luego vieron el reinicio de la procesión rumbo al cementerio.

Meses después, el reconocimiento a Raúl llegaba por las palabras del mismo Fidel. En el artículo La condenación que me pide, publicado en la revista Bohemia, el 11 de marzo de 1956, Cuba entera conoció el gesto del joven avileño. Defendiéndose de los ataques de la cúpula ortodoxa, dividida y desgajada de sus miembros de base, y poniendo en claro los principios de lucha del Movimiento 26 de Julio, Fidel escribió:

Al frente del sepelio, un grupo de jóvenes desplegó una tela con una frase de Martí. Cervantes no sería olvidado. «Basta decir a modo de epílogo (...) que el joven Jorge Barros (...) es un viejo compañero (...) de lucha del que esto escribe y miembro estimado de nuestro movimiento (...), como también lo era Raúl Cervantes (...), que antes de expirar me hizo el altísimo honor de enviarme su pluma a través de sus familiares y un mensaje donde expresaba que iba a reunirse gustoso con los compañeros caídos, porque tenía fe absoluta en el triunfo definitivo de nuestros ideales»1.

Concluía así, con el entierro, un episodio dentro de la cadena de acontecimientos de aquel invierno de 1955. Algunos creían que lo más grave había pasado y solo restaba darle paso al tiempo para ubicar las cosas en su lugar. Un día detrás del otro y las huelgas, las protestas, los disparos de la policía, incluso la muerte de ciudadanos y las familias enlutadas, quedarían en el recuerdo. Era una esperanza fallida. Lo peor aún estaba por llegar.

(Fragmentos del libro inédito Invierno caliente, en preparación por los autores de este artículo)

1Fidel Castro: cita del artículo publicado por Bohemia el 5 de marzo de 1956, página 69.

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