Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Los maestros cubanos no creen en vendavales

Autor:

Zenia Regalado

Tras el paso del huracán Gustav todos los trabajadores de Educación se presentaron en sus puestos, a pesar de que las viviendas de 903 de ellos fueron perjudicadas, y de estas, 139 resultaron derrumbadas totalmente

LOS PALACIOS, Pinar del Río.— Sus espacios y alegrías fueron mutilados por el vendaval. De tener casa propia pasó a dormir en el comedor de la vivienda de su mamá, porque Gustav le llevó el techo de la suya.

Intentó quedarse allí mientras su hijo dormía en casa de la abuela. Buscó unos pedazos de fibra y con ellos cubrió una habitación, pero la intemperie comenzó a hacer sus estragos. Con vistas a solucionar el problema de su techo tiene el número 42 en su barrio, en la carretera a Mango Macho, Los Palacios.

Su vivencia no es única. Miles de personas están en situación parecida y aplican alternativas.

Aracelis Castillo Rodríguez, de 34 años, es maestra multigrado en la escuela Felicia Lazo, en la carretera al entronque de San Diego. La institución fue derrumbada por los vientos y es construida nuevamente, pero esta vez de mampostería y fibras con fuertes ganchos.

Está ubicada en una zona nombrada Loma de candela, a solo unos diez kilómetros de la estación que vio romper el anemógrafo cuando registró una racha de más de 300 kilómetros por hora.

Con la muñeca negra

La casa de visita de la CPA José Manuel Lazo brindó sus locales como aulas provisionales para la escuela Felicia Lazo, en fase de terminación. Foto: Daniel Mitjáns Los alumnos de Aracelis, provisionalmente en la casa de visita de la CPA, son como un soplo de brisa fresca para sus preocupaciones.

«Mi hijo, que está en primer grado, y mis alumnos, son las mayores motivaciones para mis días. Por ellos saco fuerzas para enfrentar las tensiones, sobre todo cuando veo que adelantan en lo que les enseño, como ocurrió esta semana con una carta que les pedí que redactaran. Una de las mejores escritas fue de una alumna muy tímida, quien se escondió debajo de la cama al saber que se acercaba un huracán, por tener mucho miedo, a pesar de que su casa era de mampostería y no tuvo ningún problema.

«Durante varios días ella manifestó esos temores; se le veía retraída en clases, pero las actividades en el aula la han devuelto al mundo infantil», narra la maestra.

La Muñeca Negra en recortes de papel apareció sobre las mesas escolares. Soles, nubes y estrellas la acompañaban en las clases de Educación Artística. Ellos olvidaban las imágenes de raíces y techos levantados que les acompañaron durante días.

Se cumple la máxima

Toma vuelo la máxima en las palabras de Pototo, un vecino de Loma de la Candela cuyos ocho hijos fueron alumnos de la escuelita derrumbada, y que ahora tendrá una nueva para sus nietos: «La escuela para mí es sagrada», dijo.

El sentido de pertenencia de los vecinos de este barrio duramente azotado por Gustav es el elemento que más distingue al lugar, a tal punto que la casa de Pototo y Elvira —una de las dos de mampostería— sirvió de albergue a 62 personas cuando parecía que el mundo se acabaría y la gente salía de sus hogares dando gritos.

Allí aún están guardadas las dos computadoras del centro, el video y otros medios escolares, pero también funcionó un consultorio ambulante bajo el huracán, y el médico hasta dio varios puntos en la terraza de Pototo y Elvira a uno de los vecinos, a quien le cayó una teja en la cabeza antes de refugiarse en lugar más seguro.

Se nos antoja que alrededor de la escuela se tejen y entrelazan los mejores sentimientos de los habitantes del barrio, al modo de decir de Teresa Rivero Benítez, la directora.

En ese tejido de buena voluntad coinciden personas como Magali Rivero, la auxiliar de limpieza del centro escolar, cuya vivienda sustituyó durante un mes a la bodega de la comunidad, La Revoltosa. También Tania Barbosa, asistente de enfermería del consultorio, quien tiene una hija en segundo grado y asevera que nada faltó, ni el oxígeno, aunque el lugar se incomunica debido a la subida de las aguas de la presa.

La nueva escuela

Vecinos de la comunidad colaboran en la terminación de la nueva escuela. Foto: Daniel Mitjáns Como el Ave Fénix se levanta la nueva escuela, escoltada por una enorme raíz, prueba de la furia de los vientos. Sus 29 niños de preescolar a sexto tendrán tres aulas y un laboratorio de computación.

Una brigada de constructores venezolanos —que en gesto solidario donó sus cajas de herramientas— levantó las paredes de mampostería y colocó las fibras.

Ahora trabajadores de Educación, con el apoyo de vecinos y maestros, laboran en lo que falta: dar «fino», concluir las aceras, la fosa e instalar las tuberías al tanque elevado que los abastecerá de agua.

Maestros de oro como Martín y La China están muy felices con la nueva obra, al igual que Luisa Ramírez Beltrán, directora de Educación en Los Palacios, cuya casa fue derrumbada totalmente, aunque no habla de ello.

Sin embargo, resalta cómo una semana después de los meteoros ya el territorio tenía 750 canalones, y el 15 de septiembre 20 locales del Estado y 62 casas de familia se brindaron para recibir a los niños.

Todos los trabajadores de Educación se presentaron en sus puestos, a pesar de que las viviendas de 903 de ellos fueron perjudicadas, y de estas, 139 resultaron derrumbadas totalmente.

El heroísmo cotidiano abre anécdotas en todas partes de este municipio. Quienes se mantuvieron en el preuniversitario Ángel Cayetano Ramírez junto a los evacuados se mudaron de local varias veces bajo el huracán, cuando volaban puertas y ventanas. Terminaron en el interior de una nevera en desuso, junto a la cocina.

Al salir vieron los techos de la primera y la segunda plantas pintados de naranja. El viento alzó el barro y fue el autor de la infernal obra. Allí ya se reparó la carpintería de las dos primeras plantas y el curso se desarrolla con 320 alumnos internos y 234 seminternos.

De 41 escuelas dañadas en ese territorio se han reparado 30, aunque de estas a 14 les faltan las tablillas de las persianas, marcos y algunas puertas para quedar totalmente listas.

A pesar de las roturas y grietas que aún surgen por todas partes, hay cierta belleza en la atmósfera que rodea a las ruinas; es el contraste que mide la fuerza de los seres humanos.

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