Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Reparan ascensores del sector residencial en Ciego de Ávila

En la mayoría de los casos, el mantenimiento es un desafío a la ingeniosidad

Autor:

Luis Raúl Vázquez Muñoz

CIEGO DE ÁVILA.— Son las 10:45 de la mañana. Sopla un aire otoñal y una mujer se aproxima frotándose las manos. Pero no lo hace a causa del viento. Abre los ojos ante la puerta del ascensor y exclama: «¡¿Y está funcionando?! Ay, mi madre, si esta noticia es tan buena como el anuncio del pago». Y entra en la cabina.

Felipe Segredo Concepción, administrador del Edificio Doce Plantas, sonríe. «Esto ha sido así la mañana completa», comenta. «Imagínese: aquí viven 568 personas y los dos ascensores llevaban siete meses y medio parados. Cuando se rompía uno estaba el otro, pero esta vez fueron los dos. El trauma fue grande».

Un hombre aparece apoyado en el brazo de su esposa. El administrador dice que es un vecino al que operaron recientemente del bazo. Otro aparece con una muleta y un tercero llega con su aparato del asma. Va a tomar la escalera, cuando se queda con el pie en alto.

«Sí, sí, funciona—aclara Segredo. El inquilino encoge la boca del asombro y se dirige al elevador. Una viejecita llega a la carrera con la jaba de los mandados. Levanta los brazos y grita: «¿Funciona?», y de un salto entra a la cabina. Segredo se ajusta los espejuelos. Apunta hacia la cabeza de los ascensores y sentencia: «Estos “bichos” sí que no descansan».

Los planos están en Moscú

«Realmente están sobreexplotados. Por eso se rompen con demasiada frecuencia y hasta hay que inventar las piezas», confiesa Ernesto Herrera Pérez, especialista de la subdirección técnica de la Unidad Provincial Inversionista de la Vivienda.

El júbilo de los vecinos del Edificio Doce Plantas no es gratuito. Hoy en el territorio avileño se acomete un programa de reparación de elevadores, cuyo propósito es tener en funcionamiento todos los equipos interruptos para el mes de diciembre.

«Así estarían en funcionamiento los 22 ascensores bajo responsabilidad de la Vivienda, de los cuales hoy siete están detenidos y de ellos cinco tendrán remodelación capital», añade Herrera.

La reparación de estos últimos implica la modernización de tres con sistemas automatizados. Sin embargo, el alistamiento de esos equipos es un desafío al ingenio de los mecánicos, quienes deben echar mano a la inventiva.

«Hay que ir puerta por puerta, cerrojo por cerrojo y en ocasiones volver a empezar porque ocurrió un falso contacto cuando ya todo funcionaba bien, como ocurrió en el Doce Plantas», explica Giovanni Muñoz Manresa, ayudante de mecánico.

Se encuentra encima de la cabina de un elevador, justo en el piso 8. Y es inevitable un sobrecogimiento cuando el ascensor inicia su ascenso lúgubre. Se mueve en un túnel en posición vertical, apenas hay claridad y por todos lados se siente un olor a grasa y petróleo.

«No se preocupe, que a todo uno se acostumbra», dice una voz en lo alto. Es Servando René González Delgado, mecánico con más de 20 años de experiencia. Junto a Giovanni, Servando integra una brigada de la Empresa de Construcción y Montaje Especializado (ECME) conformada también por Luis Miguel Roblejo (mecánico instalador) y Fidel Igarza Pagano (ayudante).

«Esos equipos son rusos y tienen más de 20 años de trabajo—explica Servando. No existen ni los planos técnicos, a lo mejor en Moscú; pero en Cuba no están. Por eso no se sabe cómo está diseñado el sistema eléctrico cuando se va a hacer una reparación capital. Eso obliga a ser más cuidadosos».

Lo sabe bien. En una ocasión Servando se quedó encerrado dentro de un ascensor del Microdistrito C durante una hora y media. Pero el susto grande fue en el Hospital Antonio Luaces Iraola. Estaba dentro de la cabina y el equipo se disparó. Se detuvo en el último piso. El mecánico se escurrió por la escotilla de seguridad. Lo hizo a tiempo. Unos segundos después, el ascensor bajó a toda velocidad. Cuando lo recuerda, Servando se echa a reír y dice: «Tuve un poquito de suerte. Eso nada más».

Los acompañantes

Ante una reparación capital, los técnicos deben ir hasta el más mínimo detalle. Pero esa labor se multiplicó en el ascensor 1 del Edificio 22, en el Microdistrito C. Parecía una misión imposible.

«El equipo llevaba unos cuantos años detenido. Desde febrero estamos aquí. Le faltan muchos componentes y tampoco existen los planos. Hemos tenido que innovar paso a paso», explica Antonio (Tony) Fernández Morales, jefe de la Brigada de COMETAL, de la Industria Sideromecánica.

Al inicio, el inventario arrojó que, entre otros males, el elevador se encontraba fuera de nivel, no tenía cerraduras, la cabina mostraba un estado crítico al igual que cada puerta en los nueve pisos, los rieles por donde se desliza el equipo se hallaban oxidados, la pizarra dañada, el cuarto de máquinas no presentaba seguridad alguna y el foso estaba inundado.

«Prácticamente se ha tenido que hacer nuevo —confiesa Carlos Ramón La O, mecánico con más de 20 años de experiencia—. El esquema eléctrico lo hemos tenido que hacer pasito a pasito, probando cada conexión. Al final se le quiere instalar un autómata, pero antes hay que hacer unas cuantas pruebas».

Como ahora. Junto a Carlos Ramón y Antonio se encuentran los otros técnicos: Lisvany Fernández Rodríguez, con cinco años de experiencia, y Yonalkys Ruiz Rodríguez, quien hace dos años salió del Servicio Militar y se integró al equipo. Están atentos a los parámetros de una red acabada de instalar.

Si funciona, el ascensor podrá moverse a otro piso. El aire es pesado. Esa será buena parte de su faena durante el día. Los chorros de sudor corren y el polvo se pega con mayor facilidad al cuerpo. Tony advierte: «No se salgan del corral». Y señala el espacio sobre la cabina del ascensor con las barras de protección.

«Es el lugar más seguro. A veces cuando los «vecinos» se despiertan tienes que pegarte al piso hasta que se calmen». Uno lo mira extrañado. «¿Y quiénes son esos?». Lisvany toma una lámpara y la dirige hacia arriba. A un costado del techo, arropados en sus alas de vampiros, se ve un racimo de murciélagos. Cuando sienten la luz, algunos chillan y otros enseñan los dientes. Tony se recuesta a la baranda, los mira y anuncia: «Esos son nuestros vecinos».

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