Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Un día de toda una historia

El 27 de noviembre de 1871 solo fue el inicio de una larga cadena de crímenes contra la juventud cubana y el movimiento revolucionario estudiantil. Las coincidencias sorprenden y enorgullecen

Autor:

Pedro Etcheverry Vázquez

El 27 de noviembre de 1871 tiene un significado especial para nuestro pueblo, principalmente para la juventud. Los hechos de ese día tuvieron importantes antecedentes que no se pueden soslayar al evocar esta fecha. Sin embargo, lo sucedido a partir de ese momento, en que comenzó a desencadenarse la historia de agresiones contra el movimiento estudiantil revolucionario, también permanece latente en la memoria de todos los cubanos.

Al conocerse el alzamiento del 10 de Octubre de 1868 en La Demajagua, numerosos estudiantes universitarios abandonaron sus aulas en La Habana y se enrolaron en varias expediciones armadas para unirse a los sublevados. Otros, recién graduados, los siguieron. La hostilidad del Gobierno colonial hacia la Universidad de La Habana fue incrementándose, a medida que se expresaba el apoyo de los estudiantes a la lucha de los patriotas cubanos en la manigua redentora. En la capital el Cuerpo de Voluntarios la emprendió con extrema violencia contra lugares públicos frecuentados por la juventud, provocando desórdenes de considerable magnitud. Así fueron agudizándose las contradicciones que condujeron tres años después a un suceso que ha pasado a la historia como el fusilamiento de los Ocho Estudiantes de Medicina.

A mediados de enero de 1869 en La Habana ocurrieron una serie de disturbios entre las compañías de voluntarios al servicio de la Metrópoli española y los estudiantes que simpatizaban con la causa independentista. La situación llegó a tales extremos, que en un momento determinado la Universidad no pudo nombrar un celador español porque los alumnos exigían que fuera cubano.

La noche del 21 de enero la compañía de variedades Los Bufos Habaneros actuaba en el Teatro Villanueva. Cuando se representaba la pieza El Perro Huevero, uno de los actores gritó ¡Viva la tierra que produce la caña! Acto seguido la frase fue coreada alegremente por una parte del variado público asistente. Los leales a la Metrópoli que se encontraban en la sala se sintieron ofendidos. A los voluntarios llegó la versión de que en el teatro se estaba aclamando a Carlos Manuel de Céspedes.

Al día siguiente el periodista Gonzalo de Castañón —el mismo personaje utilizado dos años después como pretexto para acusar injustamente a un grupo de estudiantes de Medicina— publicó un artículo en el diario anticubano La Voz de Cuba refiriéndose a los voluntarios, donde señalaba como «una insigne cobardía que teniendo ellos la fuerza y estando en sus manos los fusiles, se dejaran insultar de aquella manera».

En horas de la noche del día 22, al comenzar la función el programa fue interrumpido bruscamente cuando un nutrido grupo de voluntarios asaltó a punta de bayoneta el Teatro Villanueva. Tuvo lugar un violento enfrentamiento. Hubo varios muertos y algunos heridos. José Martí, de apenas 16 años de edad, y su entrañable maestro Rafael María de Mendive, lograron evadirse con el apoyo de la codueña del teatro, cuya casa colindaba con el mismo. Preocupada por lo que pudiera suceder, Doña Leonor Pérez acudió al lugar y rescató a su hijo.

Mientras tanto, los voluntarios registraron a las mujeres de una manera ofensiva e irrespetuosa. A muchas las despojaron de los lazos azules y blancos que adornaban sus vestidos, alegando que coincidían con los colores de la bandera de Céspedes. Al otro día, el capitán general Domingo Dulce y Garay emitió una proclama anunciando que se haría pronta justicia. Quedaba claro que se incrementaría la represión.

En horas de la noche siguiente, una compañía de voluntarios pasó frente al café El Louvre, donde acostumbraban a reunirse numerosos estudiantes y jóvenes habaneros, para tomar infusiones e intercambiar criterios sobre los últimos acontecimientos. Fingiendo que habían escuchado un disparo, los voluntarios hicieron una cerrada descarga de fusilería contra los que conversaban en el salón. Hubo algunos heridos. De allí se encaminaron a la residencia del hacendado Miguel de Aldama y saquearon la mansión aprovechando que la familia estaba de visita en uno de los ingenios azucareros de su propiedad.

Otras arbitrariedades de los voluntarios

Después, para tratar de calmar los afanes independentistas, cada cierto tiempo era conducido hacia La Habana algún cubano de cierto renombre, que resultara detenido en los alrededores del territorio insurrecto. En mayo de 1870, el capitán general Caballero de Rodas envió un mensaje a Carlos Manuel de Céspedes, comunicándole que su hijo menor, Amado Oscar de Céspedes y Céspedes, un estudiante de 22 años, había sido capturado y condenado a muerte. Le propuso respetar la vida del joven, a cambio de que él abandonara la lucha. La respuesta de Céspedes fue tajante: «Oscar no es mi único hijo, soy el padre de todos los cubanos que han muerto por la libertad de Cuba». El joven fue ejecutado el día 29.

El 24 de septiembre de 1870 el estudiante universitario y miembro de la Cámara de Representantes en la Asamblea de Guáimaro, Luis Ayestarán Moliner, de 24 años, el primer habanero que se incorporó a las fuerzas del Ejército Libertador, fue condenado a muerte por el poder colonial y ejecutado en el garrote vil.

El 10 de octubre de 1871, exactamente tres años después del alzamiento de Céspedes, fue aprobado por el poder colonial un decreto que privaba a la Universidad de otorgar el grado académico de doctor. Esta decisión obligaba a los aspirantes a viajar al extranjero para intentar alcanzar tan preciado título.

Un mes más tarde, el 23 de noviembre, 45 estudiantes del primer curso de Medicina fueron acusados por un hecho que no cometieron. El celador del Cementerio de Espada los señaló como responsables de profanar la tumba del periodista español Gonzalo de Castañón, quien había muerto en Cayo Hueso el 31 de enero del año anterior, en un duelo con el patriota cubano Mateo Orozco, por insultar a las mujeres de la emigración cubana calificándolas de prostitutas. En esta ocasión, la injusta acusación contra los estudiantes fue apoyada por Dionisio López Roberts, el gobernador político de La Habana.

Tras un oscuro y fugaz proceso jurídico caracterizado por reiteradas manipulaciones, de una manera arbitraria decidieron encausar a ocho de los estudiantes acusados, con el propósito final de que identificaran a los posibles responsables de la supuesta profanación. Como ninguno tenía algo importante que decir, el silencio de los jóvenes indignó al Gobierno colonial y al Cuerpo de Voluntarios de La Habana.

Para dar un escarmiento a la participación del estudiantado universitario en la insurrección contra el poder español, fueron declarados culpables y condenados a muerte Alonso Álvarez de la Campa y Gamba, de 16 años de edad; Anacleto Bermúdez y González de Piñera, de 20; Eladio González Toledo, de 20: Ángel Laborde Perera, de 17; José de Marcos Medina, de 20; Juan Pascual Rodríguez Pérez, de 21; Augusto de la Torre Madrigal, de 20, y Carlos Verdugo Martínez, de 17 años, quien se encontraba en Matanzas el día del presunto delito.

Los ocho estudiantes fueron fusilados el 27 de noviembre en la explanada de La Punta, frente al Castillo de los Tres Reyes del Morro, en La Habana. Dos oficiales del ejército colonial reaccionaron indignados contra estas injusticias. Los capitanes de infantería Nicolás Estévanez Murphy y Federico Capdevila Miñano renunciaron a continuar prestando servicios en las fuerzas coloniales.

Solo seis estudiantes fueron absueltos. Entre los otros 31 sancionados, siete fueron condenados a seis años, 20 a cuatro años y cuatro a seis meses de reclusión carcelaria. Tras muchas gestiones, el Rey de España firmó su indulto, pero sin rehabilitarlos por la calumniosa acusación que los llevó a la cárcel injustamente.

Lejos de amedrentarse, el estudiantado cubano respondió de manera viril y continuó apoyando la causa independentista. Al año siguiente circuló en Madrid una hoja impresa titulada El 27 de noviembre de 1871, firmada por José Martí, que en ese momento solo contaba con 19 años. Esa noche, su autor pronunció un discurso en homenaje a los Ocho Estudiantes de Medicina asesinados en La Habana.

En 1873 el hijo de Gonzalo de Castañón viajó a La Habana y visitó la tumba de su padre. Declaró que el panteón no había sido dañado. Así se ratificó que los jóvenes fusilados eran inocentes. Nadie imaginaba que este hecho constituiría solo la parte inicial de una larga cadena de crímenes, que serían cometidos a partir de ese momento contra la juventud cubana y el movimiento revolucionario estudiantil, en defensa de gobiernos corruptos que representaban las aspiraciones políticas de minorías privilegiadas e intereses económicos extranjeros.

Coincidencias de la historia

En noviembre de 1925, el dictador Gerardo Machado declaró ilegal a la Federación Estudiantil Universitaria y el 27 de noviembre, durante el acto por el aniversario 54 del fusilamiento de los Ocho Estudiantes de Medicina, el líder estudiantil Julio Antonio Mella, de 22 años, fue arrestado y acusado falsamente de tener explosivos, cometer actos terroristas y conspirar para fomentar una sedición. Mella se declaró en huelga de hambre. Tras la enorme presión ejercida por el pueblo, Machado tuvo que ponerlo en libertad.

El 27 de noviembre de 1956 los aparatos policiales de la dictadura batistiana atacaron violentamente una manifestación estudiantil en homenaje a los Ocho Estudiantes de Medicina. Hubo varios heridos en los alrededores de la Universidad de La Habana. Al día siguiente se vio interrumpido el curso académico cuando el Consejo Universitario suspendió las clases y formuló una declaración pública condenando la brutal represión policíaca contra el estudiantado. Esta fue la última manifestación realizada por los estudiantes universitarios contra la tiranía. Pero la lucha continuó.

El líder estudiantil universitario José Antonio Echeverría, de 25 años, resultó muerto en marzo de 1957 durante un enfrentamiento con la policía batistiana, frente a los muros de la Universidad de La Habana, en la calle 27 de Noviembre. Y cuatro años después, un 27

de noviembre, fueron encontrados los cuerpos sin vida del brigadista alfabetizador Manuel Ascunce Domenech y su alumno Pedro Lantigua Ortega, de 16 y 43 años, respectivamente, asesinados por terroristas a sueldo de los servicios de inteligencia norteamericanos. En esta misma fecha, pero de 1962, fue destruida la escuela rural Mi Dulce Madre, en Güinía de Miranda, Fomento, antigua provincia de Las Villas, por grupos de alzados que cumplían indicaciones de la CIA.

Ninguno de estos hechos quedó sin respuesta. El poder colonial estaba prácticamente derrotado por el Ejército Libertador en 1898, cuando tuvo lugar la intervención norteamericana. En enero de 1959 el Ejército Rebelde derrotó a la tiranía batistiana a pesar del apoyo del Gobierno de los Estados Unidos. Y en 1965 las bandas terroristas fueron exterminadas por nuestras Fuerzas Armadas y las Milicias con el apoyo del pueblo.

Cada año, el 27 de noviembre, la juventud cubana, combatientes de las Fuerzas Armadas Revolucionarias y del Ministerio del Interior y el pueblo en general, acuden unidos a La Punta, el lugar donde fueron vilmente asesinados los Ocho Estudiantes de Medicina. Allí, frente al monumento que se erige en su memoria, se les recuerda con profundo respeto y se les rinde el homenaje que merecen, a ellos y a todos los estudiantes y los jóvenes cubanos caídos en defensa de la Patria.

El autor es Doctor en Ciencias Históricas e investigador titular del Centro de Investigaciones Históricas de la Seguridad del Estado.

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