Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

La piel pública (I)

Carencias económicas o concepciones estereotipadas no aislaron a los jóvenes cubanos de los vaivenes de las modas. Sin embargo, para estar actualizados se requiere equilibrio y ante todo, la persona tiene que encontrarse a sí misma

Autores:

Yurisander Guevara
Carlos Ríos
Lourdes Stusser
Núñez Michel

Desde con un abrigo Dolce & Gabanna de 12 000 euros hasta con una baratísima manta para tapar el sol fabricada en los montes de Etiopía, se puede caminar por el fascinante mundo de la moda. Atrapada en los claroscuros del glamour y los costos, y aún peor, de los falsos precios que magnifican las marcas, la moda es hoy tan cambiante como lo era ya a principios del siglo XV, y más atrás.

Un sombrero de hongo desde una antigua fotografía en sepia, un pañuelo que oculta los rasgos más sensuales de un rostro femenino en el mundo árabe, unas botas que suben hasta las rodillas o un invierno brutal… todo eso no es un puro capricho cultural ni únicamente un condicionamiento geográfico.

La moda, por sobre todas las cosas, ha devenido expresión estética de las clases sociales y sus modos de vida, obviamente sostenidos por las maneras diversas en que acceden al capital.

Trece mil años atrás, hombres y mujeres se vestían protegidos por las pieles de los animales. Unos pocos siglos más tarde, ya comenzaban las primeras preocupaciones por lograr una distinción entre el modo de vestirse de unos y otros, que marcaba la diferencia del lugar que ocupaban las personas en la sociedad, determinado por la división del trabajo.

Las largas túnicas blancas que hoy podemos imaginar gracias a los dibujos en porcelana en antiguos jarrones griegos, aquellos diseños que llevaban sobre sus cuerpos los egipcios del tiempo faraónico, o las pieles que acompañaron a los vikingos en sus travesías, y que nos llegan por los poderes del cine, no son más que pasajes aislados en la larga y controversial historia de la moda.

Nadie puede negar que esta haya sufrido los vaivenes de una construcción estereotipada de la realidad, de la cual los medios de comunicación, bien revisados, no saldrían jamás ilesos. Y basta para probarlo aquello de creer que en Hawai solo usan guirnaldas de flores, o que en el trópico vestimos camisas de palmeras, o que las mujeres de París son las más elegantes del planeta.

Todas estas ciertas relatividades que nos hechizan y ofrecen tonalidades a nuestra representación social de la cotidianidad no están exentas de los grandes embrujos del mercado. Nos es suficiente saber que a pesar de no llenar las pasarelas y las agendas publicitarias de los circuitos televisivos de más audiencia, y de no haber tenido lugar la conquista de América, una mujer inca caminaría hoy por los Andes con los encantos de sus colores sobre las piernas… y estaría a la moda.

Cortes sin puntadas

Llevados por la idea de adentrarnos en los subterfugios del vestir en Cuba, un grupo de reporteros e investigadores de Juventud Rebelde sondeó a numerosos jóvenes para conocer su visión sobre el tema. La muestra abarcó a 60 personas entre 15 y 37 años de edad, de la capital y la provincia de La Habana.

Para los encuestados, la inmensa mayoría de los jóvenes no se visten adecuadamente en las diferentes ocasiones de la vida cotidiana. Argumentan que muchas veces no tienen la ropa idónea, ya que no hay mucha variedad en el ropero. Según ellos se usan bermudas, pantalones cortos, camisetas desmangadas y pulóveres apretados que enseñan el ombligo, así como pitusas de pitillo, popularmente conocidos como «de tubito». Todo lo que se usa es ropa sport (ocasional), puesto que este tipo de confección es la más cómoda por nuestro clima, y para todas las ocasiones.

Tampoco se puede obviar que se visten de acuerdo con las posibilidades económicas, ya que no todos tienen el mismo poder adquisitivo y no se les facilita tener una prenda de vestir para cada ocasión.

Algunos también aducen que la juventud es «muy loca», y hay muchas modas inventadas, porque cada cual es diferente; algunas son muy «chabacanas», y otras no quieren correr el riesgo de lucir «cheas» y fuera de onda. Existen reclamos además porque muchas personas van al teatro en zapatillas, a la discoteca en chancletas, y hasta a un restaurante.

Otra de las causas que van en detrimento de la moda es la desaparición de las revistas con diseños cubanos, por lo que los patrones que se siguen son los de las publicaciones extranjeras.

«Si algo distinguía a los cubanos era la costura doméstica, de gran arraigo a través de las distintas generaciones», afirmó Jesús Frías, director del capitalino Taller Escuela Experimental de Diseño. «En los años 80 se dio la mejor época de la cultura del vestir en el país, pues existían numerosos eventos que promovían el diseño de ropa. Había una correspondencia entre lo que se aspiraba y a lo que se podía acceder como propuestas nacionales. La desaparición de estos medios con la llegada del período especial hizo que sufriera mucho la Industria Ligera, lo que dio al traste con muchos de estos proyectos.

«A medida que comienza la recuperación económica del país, toda vez que no han desaparecido por completo los elementos de carácter económico que limitan el desarrollo de una moda nacional, el tiempo pasa y hace falta retomar esos temas, pues la moda puede ser un importante elemento ideológico».

Para Andrés Herrera Esquivel, de 34 años y director del cine municipal de Bejucal, «como cubanos copiamos modas internacionales para sacar las nuestras, siempre que estén acorde con el clima. A veces la ropa de las tiendas no es de la mejor calidad, y la de buena calidad, el precio no se ajusta a nuestras posibilidades. En otras ocasiones algo barato ya pasó de moda, porque esta es cíclica. Con respecto a las marcas, lo que prefiero es estar vestido a mi gusto», asegura.

Gabriel Pozo, supervisor integral del Poder Popular en un municipio habanero, estima que los jóvenes no se visten adecuadamente para todo «porque algunos van muy ligeros, y hasta hay hombres que les faltan el respeto a las mujeres por “culpa” de lo que tienen puesto. No me gustan las modas extranjeras, pues nuestro clima es muy caluroso para estas, y las tiendas están fuera de moda, con piezas muy viejas. Por eso prefiero la reciclada. Los precios no están acordes al salario de uno».

Yordanis Palacios Armas, estudiante de Microbiología en la Universidad de La Habana, es categórica al afirmar que «la juventud en el mundo tiene la tendencia a ser esclava de las modas y los comportamientos marcados por la publicidad. No es malo ir a la moda, pero no puede ser el centro de la vida. En nuestro país, aunque no se estimula eso en los medios de comunicación, no quiere decir que estemos ajenos a las influencias de las telenovelas, películas y revistas. Siempre los jóvenes se han vestido diferente a las personas de más edad, porque existe una clasificación de ropa juvenil, y hasta los cuerpos se ajustan a las tendencias de la moda; veo muy mal que una mujer madura se ponga ropas que no le quedan bien, simplemente por estar en “onda”».

La filóloga capitalina Beatriz González Argudín estima: «Las modas son imposiciones sociales de un grupo de poderes que obligan a la actualización desenfrenada del ropero de determinados grupos humanos, y lidiar con ella  depende mucho de la personalidad de cada cual. Lo malo es que también se rechaza en los grupos por estar “fuera de moda”, y los jóvenes, sobre todo los adolescentes, son muy susceptibles a la aprobación de las personas de su edad.

Mientras, una de las participantes en el sondeo, Claudia Montes de Oca, comparte las modas que muestran los medios extranjeros. «Las ropas que venden en las tiendas en realidad no satisfacen la demanda de los jóvenes en cuanto a diseño, actualidad y variedad. No busco marcas; busco la ropa que me gusta, pero es innegable que muchas veces la ropa de marca presenta más calidad de confección que las otras menos conocidas».

Y sin ser «de marca», un grupo de sastres y modistas conocidos popularmente como «los artesanos», casi siempre tienen en sus roperos piezas que se mantienen muy en boga entre los jóvenes desde su aparición a mediados de los años 90.

Si bien las tiendas recaudadoras de divisas, los puntos de venta de ropa reciclada y los artesanos constituyen las principales opciones para adquirir ropa, en los últimos tiempos han surgido «otras» en domicilios fijos o de vendedores ambulantes, que no por pequeñas tienen menos clientela.

En ciertos puntos de la capital encontramos a particulares que ofertan «lo último». Allí, un short puede costar hasta 40 CUC, y los precios generalmente no bajan de los 20. Ello indica que a esos lugares pueden acudir, únicamente, ciertos sectores más solventes de la sociedad.

Quién «dicta» cómo vestir

Jesús Frías, director del Taller Escuela Experimental de Diseño, opina que si de algo adolece el país es de una educación sobre cultura del vestir. «La manera en que la gente puede abordar una imagen es lo que se conoce por cultura del vestir, y eso trasciende a la ropa. En los medios la presencia de estas pautas es bastante escasa, casi nula, pues no hay un seguimiento, y lo que aparece en ellos muchas veces no es lo más representativo ni son los más autorizados en el tema.

«Ese vacío lo llena la gente con lo que ve en televisión, en películas y series. Por eso a veces la interpretación es totalmente errónea y te encuentras a las personas con atuendos que no tienen nada que ver con el clima nuestro», sentenció.

Para la experimentada diseñadora María Elena Molinet, buen vestir «hoy es una frase un poco kitsh y antigua. Antes, en las crónicas de moda, aparecían las referencias al buen vestir. Hoy es simplemente una ropa cara y hermosa. A mí me interesa el traje hermoso y utilitario, que no tiene por qué ser caro.

«Digo hermoso y utilitario en el sentido de que sirva para varios propósitos, no para una sola ocasión. Por ejemplo tenemos a Laritza Ulloa, una locutora que aparece en pantalla con una vestimenta de acuerdo con la ocasión.

«Los medios de comunicación influyen en cuanto a las concepciones del vestir, y creo que han hecho muchísimo daño. Hay falta de información y lo que se muestra muchas veces como moda es una total distorsión.

«Hay además una tendencia total a maltratar la vestimenta, y no se debe tomar a la ligera, pues es una cosa que el hombre usa desde que nace hasta que muere. Se cree que hablar de vestimenta es algo superficial, pero no todos saben qué es el vestir.

«Existen regulaciones en ciertos lugares, sobre todo restaurantes, donde se fijan normas según su nivel. Pero desgraciadamente son constantemente violadas.

«Las personas deberían aprender a vestirse de acuerdo con el lugar adonde van. Eso debe surgir de manera espontánea, no mediante imposiciones. Hay muchas maneras de educar en la forma del vestir, un trabajo muy hermoso que debimos hacer hace mucho tiempo», explicó Molinet.

Maniquíes de temporada

Pero ¿qué es la moda? El Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española la define como «uso, modo o costumbre que está en boga durante algún tiempo, o en determinado país, con especialidad en los trajes, telas y adornos, principalmente los recién introducidos».

Para la joven diseñadora Diana Azcue, la moda es un fenómeno que siempre ha estado dictado por las clases dominantes, «aunque no creo que en Cuba se exprese de esa manera. En nuestro país se usa lo que vemos en las películas, las revistas y las telenovelas de otros países».

El director Jesús Frías afirma que «la moda es un fenómeno económico que tiene otras aristas desde el punto de vista cultural y social, pues la necesidad de cubrir el cuerpo no está determinada por los cambios que hace la industria de la moda. Buena parte de esta en el mundo de hoy está sustentada por la publicidad».

Sin embargo, María Elena Molinet es categórica en su definición de moda. Para ella este término tiene dos formas de expresarse. Primero la Moda, con mayúsculas, es «un sistema económico total y absolutamente capitalista, que depende única y exclusivamente de la economía de las personas, sobre todo de la mujer. Y aquellas que tengan un nivel económico altísimo son las que pueden llegar a sus rangos más elevados». El otro término de moda, escrito así con minúsculas, es el que se refiere a los modos de vivir.

En lo que coincidieron todos los entrevistados es que para producir moda es necesario contar con una industria que la respalde.

«El diseño de vestuario en Cuba está bastante deprimido, pues la Industria Ligera no está desarrollada. Los diseñadores no tienen respaldo por parte de esa industria, y por eso sus creaciones no se reproducen, en la mayor parte de las ocasiones. La ropa a la que acceden los cubanos se compra en otros países, y si no, se adquieren las piezas y aquí solo las cosemos. Pero eso es un problema, porque la fisonomía del cubano es distinta a la de los chinos y los europeos», explicó Azcue.

Según Mario López, director de Ingeniería de la Unión de Confecciones Textiles del MINIL, esta entidad tiene en todo el país 123 fábricas dedicadas mayormente al sector estatal, en la producción de uniformes. De estas, 31 ya tienen implementado el sistema de doble turno de trabajo, por lo que las capacidades productivas aumentan.

De la producción de estos centros, solo el siete por ciento se destina a la confección de vestuario que luego se comercializa en la red de tiendas recaudadoras de divisas.

Actualmente se lleva a cabo un proceso de inversión con el que se prevé montar nuevos centros de este tipo, para así aumentar la producción de ropa.

«Tenemos la proyección de importar lo menos posible. En el país existen cuatro empresas que se dedican a la producción de mezclilla y tienen equipamiento para hacer este tipo de prendas», explicó López.

«Contamos además con otros lugares en los que se les hacen los diseños a esas piezas. Las principales empresas de este tipo están en Pinar del Río, la Alba, y en Villa Clara, la Cenit. Sus producciones tienen amplia aceptación, pues no más llegan a las tiendas “vuelan”. Lo que sucede es que los niveles de producción no son elevados y por eso casi no se ven estas producciones.

«De lo que sí tenemos abastecido el mercado es de trusas Vanessa para mujeres y Náutico para hombres, con un nivel de ventas muy bueno. Hasta el momento se han vendido más de 50 000 solo en este año.

«Otro producto que se vende mucho es el pulóver Imagen Cuba, con imágenes del Che o determinados motivos de cubanía, pero quien mayormente los compra es el turista», puntualizó el directivo.

Para confeccionar la ropa, esta institución se nutre de diseñadores que laboran en los diferentes centros creativos, además de modelos de revistas y catálogos especializados.

López reconoció que «las marcas cubanas no se conocen mucho, y tenemos que difundirlas más, pues muchas veces las personas no buscan la calidad del producto, sino que se fijan en la marca. Así quizá muchos no conocen a 799, Continental, Bríos, Bisonte, Lobo y Belinda».

¿Entonces los diseñadores cubanos no dejan una huella en la forma del vestir nacional?

«Talento hay bastante —afirma Diana Azcue—, al igual que ganas de hacer, pero como los proyectos no se llevan a cabo, la influencia nacional es mínima. Sin embargo, en otros países los diseñadores cubanos son bien reconocidos y obtienen numerosos premios.

«En la actualidad, la mayoría de los que estudian Diseño industrial en Cuba no escogen la carrera de vestuario, porque no tienen trabajo cuando se gradúan, y nadie quiere hacer proyectos que no tengan un fin determinado. Para revitalizar el diseño de vestuario cubano sería necesario revitalizar primero la industria», puntualizó la novel diseñadora.

«La gran mayoría de los estudiantes de Diseño optan por el apartado gráfico —amplió Frías—, pues las condiciones para ese tipo de trabajo sí están creadas. Eso va en detrimento de la carrera de Vestuario. Ocurre así por la contracción del mercado de trabajo. Muchos cumplen el servicio social y luego se lanzan a hacer sus proyectos independientes. Otros se quedan, pero en realidad no tienen muchas oportunidades. También influye la personalidad de los diseñadores, pues algunos esperan un camino fácil y desisten muy tempranamente.

«El tema de la moda en Cuba tiene que pasar por un fenómeno de confluencia para adaptarlo a nuestras condiciones, y así promocionar lo nuestro.

«Ser auténtico es parecerse cada vez más a los sueños que uno tiene de sí mismo. Para estar a la moda debemos ser equilibrados y saber lo que nos sirve en el vestir. Ante todo, la persona tiene que encontrarse a sí misma, pues pretender ser un maniquí de temporada es muy difícil para el bolsillo y la psiquis», concluyó el directivo.

(Colaboraron en este trabajo Sara Cotarelo, Elayna Espina y Nelly Osorio, del equipo de investigaciones sociales de Juventud Rebelde)

 

 

 

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