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El bojeo a Cuba, hace 500 años, verificó lo que bien se sabía

La isla descubierta por Colón fue sometida a un letargo colonizador de casi 20 años. El cartógrafo y marino cántabro Juan de la Cosa, basándose en testimonios de ignotos marinos, la dibujó en 1500

Autor:

Fernando Dávalos

EN los primeros meses del presente 2010 se cumplirán 500 años del bojeo hispano a Cuba, ordenado por Nicolás de Ovando, gobernador de las Indias y radicado en la villa de Santo Domingo, en la vecina isla de La Española.

En realidad, su acción obedecía a un deseo del rey Fernando, de España, de 1504, para determinar si esta tierra era efectivamente isla o parte de tierra firme, y para conocer si en este territorio habría «especiería, oro y otras cosas de provecho». Pero habrían de pasar varios años sin que se cumpliera la voluntad real, hasta que en 1509 se dio inicio a esa circunnavegación por Sebastián de Ocampo, que finalizó por los días aludidos, ahora con cinco siglos exactos.

Cristóbal Colón, en su primer viaje descubridor de 1492, había seguido pocos contornos de Cuba, y en el segundo, en 1494, navegó por su parte sur y se «convenció» de haber llegado a una parte del continente asiático, lo cual era inexacto e infundado.

La premura por encontrar el valioso metal amarillo en Cuba obedecía a la llamada «hambre de oro», que azotó a Europa desde fines del medioevo y en especial en el siglo XV, cuando emergía el capitalismo mercantil y se percibía en varias naciones el inicio de la acumulación originaria. Pero si existían estas razones de oro y de especias, de grandes e insatisfechas demandas en Europa… ¿por qué fue marginada Cuba a un limbo colonizador, de 1492 hasta el fin del bojeo en 1510?

Colón ensalzó más a la española

La realeza española había recibido varias «cartas anunciadoras» de los descubrimientos, luego del atraque de Colón en Palos, al regreso del primer viaje. Una de las misivas fue dirigida al Rey español desde su escala de Sevilla, pero se ha perdido, y las otras dos se dirigieron a Luis de Santángel y a Rafael Sánchez, colaboradores reales y con actitudes positivas respecto a Cristóbal Colón, pero en todas hubo coincidencias. El marino genovés las comenzó a la altura de las islas Azores, en la vuelta de ese periplo, y en estas se reseña lo descubierto en el viaje de 1492 y se ponderan las condiciones de Cuba y La Española.

Las dos cartas conocidas, de tan similar contenido que parecían responder a una misma circular, se referían a la primera de estas tierras con un diez por ciento de su espacio, en un lenguaje parco o discreto; de la otra isla, La Española, más pequeña que la de Cuba, se ocupaba un 70 por ciento, en un estilo hiperbólico y que exaltaba sus condiciones naturales y la mansedumbre de sus indios, comparándola positivamente con la propia España. Esta errónea diferenciación de las dos islas vecinas, por Colón, fue suficiente para que se iniciara la conquista por Haití-Quisqueya (apelativos indios de La Española).

La tónica de ambas letras fue consecuente con los textos personales de Colón, en sus apuntes originales del primer viaje, hoy extraviados, y con el Diario sumarizado por Bartolomé de las Casas, basado en el anterior y aparecido en el siglo XIX. En la fecha de la llegada del descubridor a España (marzo de 1493), las opiniones del genovés, en sus locuciones con Fernando y otros altos personajes, en Barcelona, eran similares a las cartas aludidas, en las que se ensalzaba a La Española, en abierto detrimento de Cuba, lo que ayudó a crear el ambiente proclive para soslayar por largos años a nuestra Isla.

Cuba casi no fue explorada

Las dos misivas de Colón informando de su viaje fueron objeto de una relampagueante divulgación en España y en países europeos, con ese asimétrico enfoque colombino y a pesar de que Cuba era mayor en tamaño y no se quedaba atrás en recursos naturales. El estudio del Diario, en la versión de Las Casas, revela que el descubridor exploró Bariay y Gibara apenas durante las horas diurnas de cada única jornada del 28 y 29 de octubre de 1492, y rehusó reconocer el noroeste de la última bahía abierta, en ese primer viaje.

Tampoco Colón quiso reconocer la costa gibareña hasta el Cabo de Cuba (donde hoy se ubica Punta Lucrecia, al norte de Nipe). Desde este lugar de la geografía holguinera, el genovés pretendía llegar hasta Gran Inagua, Bahamas, al este, pero vientos adversos se lo impidieron varias veces. La naturaleza obligó a Colón a costear el tramo de Nipe a Maisí, que sería el único que entonces repasó su flotilla con algún detalle. En este litoral descubrió los yacimientos polimetálicos y la abundancia de elevados árboles de pino, que entonces llegaban a la costa. Apreció igual las grandes bahías de esa vertiente y sus muchos y caudalosos ríos, y conoció a los indios taínos de más desarrollo. Y en su segundo viaje, sin circunvalar aún a Cuba, agregó un segmento del litoral meridional.

Sumamente poco de estas costas se informaría luego por el genovés. En su travesía del primer viaje, a horas del descubrimiento de Haití-Quisqueya, Colón intentó eliminar el nombre de Cuba (le puso el de Juana), y ya en la otra isla cercana, a los cuatro días, le impuso a esta el apelativo de Española, porque en ese corto espacio de tiempo le recordó al reino ibérico. En las 40 jornadas de su estancia en esta isla, fue cuando alabó la naturaleza y los cultivos aborígenes, que comparó con España, quizá para captar la atención del Rey, en un deliberado exceso que en la Península no se percibió.

Obviamente la mayor y mejor información de esa segunda isla grande, en detrimento de Cuba, ayudó a la decisión real para comenzar por la Española la próxima colonización, hecho que se produjo en los años que siguieron, de la última década del siglo XV. De este modo, la isla de Cuba quedó sumida en el letargo civilizatorio señalado, que vino a destrabarse paulatinamente después del expreso deseo del rey Fernando, en 1504. Hay que afirmar, sin embargo, que Cuba no dejó de ser conocida con esa voz, a contrapelo de Juana, y hasta su condición insular se tenía también muy clara aún antes del 1500.

La demora en ejecutar el bojeo solicitado por el rey es explicado por el historiador y docente Fernando Portuondo del Prado, como causada por la rebeldía de los naturales de Haití-Quisqueya: «Los asuntos de Santo Domingo embargaban todas las energías del gobernador: los indios se sublevaban exacerbados por los abusos de los colonos, y Ovando aplicó por sí mismo y mandó a aplicar sin restricciones la terrible doctrina del escarmiento». Tal era la referencia que podría esperarse para la siguiente colonización hispana de Cuba, a la que el soberano indicaba se diera un tardío bojeo para saber si era tierra firme, como afirmó Colón sin haberla circunvalado ni siquiera una vez.

El mapa de Juan de la cosa

Desde el descubrimiento de Cuba, los días 27 y 28 de octubre de 1492 (el primero de estos fue avistada, pero la flotilla no pudo acercarse por la hora y porque caía un aguacero), se había filtrado a las tripulaciones de Colón su corto y pegajoso nombre, y así fue llamada luego por los marinos y aventureros que desde entonces la observaban en sus viajes en busca del «fabuloso noroeste» (Yucatán y México). De este modo se conoció en Santo Domingo y probablemente en varios puertos españoles. Algunos cruzaban por el norte y otros por el sur de Cuba, y se fue asentando, en la práctica, que se trataba de una isla, aunque formalmente no se efectuara todavía un bojeo «oficial».

Las apreciaciones de esos capitanes y pilotos, al parecer, llegaron hasta el cartógrafo Juan de la Cosa, que en 1500 llegó a trazar un mapamundi en el que Cuba aparecía como isla, y era llamada con este nombre. Aquel marino vizcaíno, avezado en náutica, había viajado con el genovés en los dos primeros viajes al Poniente, como maestre y propietario de la nao Santa María.

Luego se conocieron otros mapas antiguos en que aparece Cuba con costas diferentes de la realidad, quizá salidos también de los informes de ignotos marinos que recalaban por sus inmediaciones, hasta que el bojeo dispuesto por Ovando las esclareció mejor.

Ocho meses de circunnavegación

Comenzó el aplazado bojeo al mando de Sebastián de Ocampo, con dos navíos que zarparon de Santo Domingo rumbo a Cuba, de la que tomaron su costa norte hacia el oeste. Avistaron Maisí y Baracoa, y se enfiló hacia Moa y la bahía de Tánamo, y luego a Nipe. Se identificó el colombino Cabo de Cuba, y a Bariay, Gibara y Puerto Padre, y a poco la bahía de Nuevitas y la cayería de los Jardines del Rey (por cayo Coco), y el resto del archipiélago de Sabana-Camagüey, hasta la Punta de Hicacos, por Varadero.

Pronto aparecerían por babor las conocidas Tetas de Camarioca y la bahía abierta de Matanzas, con su elevado Pan al fondo, y los Arcos de Canasí. Se divisó la bahía de La Habana, con su brote natural de chapapote, que sirvió a los veleros que llegaban al puerto de Carenas. Se identificaron las bahías de Mariel, Cabañas y Bahía Honda, y hasta avistaron el Pan de Guajaibón, en el Guaniguanico montañoso, y más tarde los peligrosos arrecifes de los Colorados y un cabo extremo luego nombrado de San Antón.

Tomaron por aquí los mares del sur, y pronto se identificó al hoy Cabo Francés, al sur de la ensenada de Cortés, por el meridiano 84 oeste, en Guanahacabibes, donde Colón dio por terminado su acercamiento meridional a Cuba, sin que le cupiera duda de que era «tierra firme».

Los dos navíos del bojeo español continuaron hasta la bahía de Jagua, que exploraron y donde reconocieron un pequeño cayo que aún lleva el apellido Ocampo. Este primer viaje redondo reconoció a Macaca, por el Guacanayabo, y la tripulación se deleitó con el verde paisaje montañoso de la Sierra Maestra y los riscos del Maisí meridional.

Los marinos del viaje de Ovando-Ocampo supieron de inmediato que habían completado una vuelta completa a la isla de Cuba, y que Colón se equivocó.

Se terminaba aquí la primera circunnavegación de Cuba, en ocho meses, que verificó lo que a gritos se sabía: que esta alargada tierra era una isla. Quedaba así abierto su camino para la conquista, colonización y «evangelización», a casi 20 años de su descubrimiento por el genovés.

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