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La vida en cera

Hace varios años, una familia de campesinos comenzó a «fabricar» figuras de distintos tamaños que deslumbraron a todos. Muchos no imaginaban entonces que esas obras nacían de un producto derivado de las abejas

Autor:

Osviel Castro Medel

GUISA, Granma.— En la cocina de la casa, que se ha convertido en obligado taller, está la cabeza de Eros Ramazzotti, el famoso cantante italiano. Cualquiera que lo ve desde la distancia y aún cerca puede creer que esa parte del artista romano está viva.

Se trata, sin embargo, de una porción de una estatua desarmable. A esa acuden una y otra vez con sus manos, en busca de la perfección, los jóvenes Lender y Rafael Barrios, quienes desde hace una década hacen impresionantes esculturas de humanos a partir de la cera, guiados por su padre, Rafael Barrios Madrigal.

Varias de esas creaciones son las que dejan pasmadas a las personas que visitan el Museo de Cera, en Bayamo, único de su tipo en Cuba. Allá en la Ciudad Monumento, están vívidamente perfilados los famosos músicos Polo Montañés, Carlos Puebla, Benny Moré, Compay Segundo, Sindo Garay y Bola de Nieve; el joven italiano Fabio Di Celmo, víctima del terrorismo contra nuestro país; el escritor estadounidense Ernest Hemingway; y dos personajes costumbristas de la ciudad: Rita la Caimana y Diócelis Jerez (Paco Pila).

Ahora estos muchachos y su progenitor se empeñan en terminar la imagen de Ramazzoti, que tal vez no llegue a habitar en el museo bayamés, porque la familia quiere cumplir el sueño de regalarle la escultura al mismísimo artista.

«Siempre nos han gustado sus canciones. Y queremos hacerle llegar esta obra que hemos hecho con mucho amor», confiesa Lender.

De la plastilina a las abejas

«¡Mira las arrugas, como si fueran de verdad!». «Y las orejas… ¡Son perfectas!». «¡Parece que respiran!». Así, con el estupor explícito, comentan todos los que ven los trabajos en cera de los Barrios.

Tal vez los asombrados no puedan imaginar que los autores de estas figuras casi «reales», nacidos y crecidos en las faldas de la Sierra Maestra, jamás estudiaron artes plásticas, escultura u otra rama afín. Ese empirismo sorprende el doble.

«Pasé mis primeros 13 años en las lomas de Victorino, a unos kilómetros de Guisa. Allá, de niño, vivía haciendo figuras de fango y barro; me encantaba moldear los animales que veía a mi alrededor. Los construía a mente, sin un boceto previo, pero a los días el sol me los derretía. Sufría con eso», cuenta a sus 60 años Rafael Barrios Madrigal, un «frustrado» escultor que luego sería profesor de Dibujo Técnico.

Sin embargo, no fue él quien inició los trabajos en cera, sino sus hijos: Lender y Rafael, ahora con 32 y 30 años, respectivamente. Cuando niños eran diestros en el manejo de la plastilina. Los dos hacían granjitas completas de animales. Pero les pasaba algo similar a lo de su padre: sus estatuas no duraban mucho.

Entonces alguien les sugirió encomendar al mayor de los pequeños a Luis Basterrechea, un viejo y hábil ceramista de Guisa, quien ya había modelado la cera, aunque sin una formación académica.

De esta manera comenzó la historia ligada al producto de las abejas, hace más de 20 años. Después se sumó el hermano menor y por último el papá de ambos.

Y si bien es cierto que al principio las figuras parecían algo «rígidas», también es verdad que con el tiempo fueron tomando aire artístico hasta que en 1999, a casi una década del inicio, nació la primera escultura humana: una estatua de Nat King Cole, que está ubicada en el Hotel Nacional, en la capital.

Hoy, después de haber terminado más de 6 000 figuras de cera, ellos advierten que han perfeccionado la técnica. «Cuando empezamos hacíamos las esculturas de una sola pieza. Y nos llevaban bastante tiempo. Ahora las hacemos por partes, de modo que puedan armarse y desarmarse. La de Polo Montañés, que fue la primera, nos llevó diez meses; la de Compay Segundo, seis; pero ya sabemos que podemos hacer cualquiera en tres meses», expone Rafael.

Claro, esas «fabricaciones», sobre todo hoy, no han estado exentas de obstáculos. No siempre han sido miel. Señalan, por ejemplo, que durante semanas han quedado «varados» en una obra porque los suministradores no les han asegurado la cera que necesitan.

«Este año prácticamente no hemos hecho nada. Hay un proyecto encabezado por el Centro Provincial de Patrimonio de hacer tres esculturas: de Rita Montaner, Alicia Alonso y Manuel Sánchez Silveira, el padre de Celia. Sin embargo, no nos han asegurado la materia prima», acota Lender.

Otra dificultad que enfrentan es el color de la cera. «Para confeccionar esculturas que reflejen a personas blancas se necesita una cera especial y esa no la tenemos muchas veces, por lo que debemos inventar», dice Rafael.

Sus principales herramientas son las manos, casi nada más: una espátula, unas cuchillitas y cuando es algo más grueso, un serrucho.

«Es una labor que requiere tiempo; necesitamos ir al monte, a 15 kilómetros de Guisa, a buscar las piedras y las plantas (como el Curujey) que ambientan las esculturas. En cuanto a la cantidad de material de trabajo: imagínense. Para hacer la estatua de Compay Segundo, por ejemplo, usamos poco más de un quintal de cera. Es una faena paciente», narra Rafael padre.

Su hijo del mismo nombre confiesa que han construido una red de colaboradores, quienes les ayudan con el pelo, la ropa y otros agregados de las estatuas, aunque alguna vez han tenido que acudir a los bolsillos. «No podemos olvidar a nuestras abuelas, siempre prestas a donar parte de sus cabelleras casi blancas».

Él y su hermano subrayan que quisieran, después del permiso previo, hacer esculturas de Martí o el Che, porque tienen el tiempo y los deseos para eso, pero falta el material indispensable. «Aquí estamos, esperando los encargos para el museo de Bayamo», agrega Lender.

A mente

Otro detalle asombroso en la historia de estos artistas es que muchas de las escenas que representan en sus esculturas: las frutas en un cesto, los caballos erguidos con la musculatura a flor de piel, un colibrí en el aire cerca de una orquídea, una lechuza con un ratón apresado entre las garras… las realizan sin un dibujo o patrón.

«Generalmente hacemos “a mente” los animales; algunos que no conocemos sí los representamos a partir de fotos, y también usamos fotografías y descripciones de las personas para las imitaciones de rostros: esos fueron los casos de Carlos Puebla, Polo Montañés, Compay Segundo y Hemingway. Ahora estamos haciendo a Ramazzotti básicamente a partir de videos», apunta Rafael.

Ellos reconocen que las obras han provocado en los familiares de los representados numerosas lágrimas y a la vez «mucho agradecimiento y felicitaciones».

Pero no solo los allegados se han estremecido.

Ysmary López Comas, especialista del Museo de Cera, expone que desde el 14 de julio de 2004 —fecha en que esa institución se inauguró como galería— hasta principios de mayo de 2010, habían desfilado por esos salones alrededor de 670 000 visitantes y casi todos habían expresado fascinación por las figuras expuestas.

«Por el museo han pasado desde dirigentes de la Revolución, personalidades de la Cultura y turistas internacionales, hasta visitantes de todas las provincias», indica.

Estos hechos son los que hacen olvidar a los Barrios los escollos en su labor diaria. Y origina expresiones de humildad, como la del viejo Rafael: «¿Quién iba a decir que aquellos campesinos iban a inaugurar el primer museo de cera en Cuba?».

Los tres aseguran que, pese a las espinas, harán esculturas hasta «el día del último respiro». Se han enamorado de los zunzunes colgados en el aire, los colores de los guacamayos, los gestos bondadosos de los trovadores nacidos en cuna humilde, del río y del anoncillo en flor.

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