Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Tiernos trazos de una liberación

Son existencias distintas de una misma vida de emancipación. JR intenta dibujar, con estampas de jóvenes cubanas, cómo estas van concibiendo la fantástica poesía de la igualdad

Autores:

Marianela Martín González
Lisván Lescaille Durand
Julieta García Ríos
Juan Morales Agüero
Osviel Castro Medel
Ana María Domínguez Cruz
Luis Raúl Vázquez Muñoz

Tiene en la fisonomía las huellas del trajín entre el barro difícil y el horno tórrido y duro de la vida. Pero ella se ríe de sus 33 abriles y de los machistas que aseguraban que un oficio como el suyo no era para mujeres.

Yanuris Dean Tamayo fabrica ladrillos. Desde hace cinco años los moldea con sus manos de paloma y huracán, los crea con el encanto de los alfareros duchos: aquellos que excavan, extraen el «fango mágico» y luego lo muelen, lo apisonan, lo echan al molde y lo cocinan durante ocho horas en el horno hasta que esté el producto, el cual ha de sacarse a los dos días, después que las brasas se hayan enfriado.

Ahora Yanuris, quien estuvo buen tiempo sin faena por los dos retoños que le espigaban preciosos y más tarde anduvo con traje de CVP durante tres años, se inquieta un poco por las lluvias estivales. No es que reniegue el aguacero, sabe que hace falta, pero el agua constante no deja tejer el ladrillo, que es el símbolo pujante de la economía en el hogar modesto y cómodo.

Los chubascos le desbaratan el trabajo, que lleva paciencia y fuerza, y sol en la piel, y dolor en los músculos. «Me pagan cada unidad a 30 centavos. Entre mi hermano Tomás y yo podemos quemar dos hornos enteros en un mes, que son 20 000 ladrillos. Él es quien los pone al horno. Si no fuera por este trabajito… no sé, no podría tener las cositas que ahora tengo ni pudiera comprarles a los muchachos todo lo que les haga falta», dice.

Yanuris, quien tiene la piel de bronce, se abruma algo porque la carreta de leña necesaria para el horno, la que debe comprar cada vez que cocina el ladrillo, no ha llegado. Y le hace falta una «tierrita» en estos días de agosto. Pero luego mira al esposo, Rubiel, chofer, y se ríe, porque suelta chiste: que ella come mucho. Y vuelve a nacerle la sonrisa por otro detalle insoslayable: «No soy la única alfarera de esta zona. Entre La Cañada y otro barrio cercano, El Almirante, trabajamos en esto diez mujeres: Norelis, Alina, Vivian, Esther, Leonor, Elsi, María, Griselda, Miguelina (la mayor, con 56 años) y yo».

Ahora Yanuris, quien en 2008 entregó para la construcción estatal ¡126 600! ladrillos y 44 400 en 2009, se posa en el futuro y todavía se ve entre barro, carretillando y acomodando piezas rojizas, porque «yo nada más llegué hasta noveno grado y esto, aunque es duro, no me disgusta y me ha sacado adelante». (Texto y foto: Osviel Castro Medel)

El peso de la igualdad

Camina con elegancia hacia la plataforma. El «integral» se ciñe a la figura escultural de la cubana de 1,75 metros de estatura. Las ventanas de su nariz se abren, aspiran el aire que luego expulsa con cierta delicadeza. Sus pasos son seguros, el contoneo de sus caderas disimula la tensión.

Es junio de 2009. Tamara Hernández Conde sale por primera vez de Cuba. Va rumbo a los Estados Unidos. En Houston paga el precio de ser cubana, cuando las autoridades locales dilatan el chequeo migratorio. Ella integra el equipo nacional femenino de levantamiento de pesas, y todas pierden la conexión que las llevará hasta Chicago. Horas más tarde volarán allá para participar en el Campeonato Panamericano, clasificatorio para los Juegos de Guadalajara 2011.

A sus 23 años, Tamara es licenciada en Ortopedia y Traumatología. En este tiempo alternó los estudios con las prácticas de salón en el prestigioso Hospital de Ortopedia Frank País, y el deporte. Ahora estudia Cultura Física y sueña con subir al podio en los Juegos Olímpicos de Londres 2012.

En agosto de 2006 comenzó a levantar pesas cuando las cubanas regresaron de los XX Juegos Centroamericanos y del Caribe, en Cartagena de Indias. Fue una improvisada delegación, creada en apenas siete semanas para debutar internacionalmente y oficializar así el deporte entre las damas.

Tres años más tarde, en Chicago, Tamara se inclina frente a la palanqueta. «Tranca» la espalda. Solo escucha su voz interior que le repite: «Tú puedes con eso; dale, p’arriba». Sabe que no puede fallar.

Coloca la punta de los pies por debajo de la palanqueta, los nudillos están al mismo nivel. No habrá desliz. La vista se pierde en el horizonte, cierra con fuerza los puños, en el segundo que dura el arranque, su cara se va desfigurando. Encima de la cabeza, sus brazos se levantan cual expresión de victoria y sostiene 87 kilogramos, 12 por encima de su peso corporal. Ella, capitana del equipo, ocupa el octavo puesto del certamen. Su actuación, junto a la de otras muchachas, acaba de darle el boleto a Cuba para los Juegos Panamericanos de Guadalajara 2011.

Decidirse por los hierros fue osado para la joven ex integrante del equipo juvenil de atletismo. La madre dudaba de sus salidas diarias. Ella mentía a medias al decir que iba a un gimnasio para fortalecer su cuerpo. Fue el doctor y profesor Ragnar Calzado, quien se hizo su cómplice, el que habló con la familia y la apoyó en la facultad docente.

A Tamara no le faltan piropos en la calle, esos que son el termómetro para sentirse atractiva. Sin embargo, la gente advierte que es deportista y cuando conocen la especialidad parecen sentirse defraudados.

Cierto día, al salir de las prácticas, alguien cuestionó la feminidad de ella y del resto de la selección. Me cuenta que se le acercó hasta tener su rostro junto al de él. Pidió argumentos por su ofensa. El muchacho, ruborizado, calló. Solo se le oyó decir: disculpa. (Julieta García Ríos. Foto: Jorge Luis Barcelán)

Gerenciar la existencia

Cumplió 28 años de edad. Pero a juzgar por la imagen que proyecta, si declarara algunos más —solo estoy figurando, ¿eh, mujer?—, le creería. Es alta, desenvuelta, de verbo fácil, afectuosa… Su abultado abdomen exhibe un valor agregado: siete meses de embarazo. Tiene una mirada que irradia don de mando. Lo ostenta.

En la Sucursal 6441, adscripta al Banco de Crédito y Comercio (BANDEC) de Las Tunas, Aymara Bello Fernández posee una investidura poco frecuente, tratándose de una persona tan joven: la Gerencia Contable. El hecho ratifica la certeza de que los cargos de dirección no reparan en sexo ni antigüedad, sino en talento y competencia.

«Me licencié en Contabilidad y Finanzas en la Universidad de Las Tunas hace cinco cursos —precisa la muchacha—. Fui ubicada en calidad de adiestrada en esta sucursal. Durante la etapa aprendí mucho con la experiencia de mis compañeros y con la dinámica diaria. Ambas me ayudaron mucho cuando asumí después el frente que ahora atiendo.

Según Aymara, se siente de maravillas en el sistema bancario por la organización que lo caracteriza y por el prestigio de que goza. «Aquí el control y el rigor son el pan de cada día. Y fíjese en este detalle: más del 90 por ciento de nuestra plantilla está compuesto por mujeres. Parece que no trabajamos mal, ¿verdad?

«Para dirigir un colectivo laboral se precisan ciertas aptitudes y actitudes —asegura—. Entre las primeras, sensibilidad para ponerse en la piel del subordinado cuando afronta algún problema. Y, entre las segundas, la capacidad de organizar la jornada laboral de cada quien para que nada quede a expensas de la improvisación. Ahhh, y priorizar la atención esmerada al cliente. A él nos debemos».

Por el cargo que ocupa en la sucursal, la joven gerente debe dirigir a personas que la aventajan en edad y experiencia. Eso no le acarrea conflictos ni menosprecio. Por su manera de ser —exigente, pero sin extremismos— se granjeó la confianza y el respeto del colectivo. Y esos son los sentimientos que priman actualmente en su sección.

«Dirigir en el sector bancario es complejo —admite Aymara—. Y más para la mujer. El trabajo es intenso, diario y no espera por mañana. Nosotras debemos cumplirlo con calidad, y, al unísono, asumir los múltiples deberes como madres y esposas. En mi caso tengo otro niño, Marlon, de dos añitos. Es arduo llevar tantos intereses, incluyendo las tareas de la UJC. Pero nos crecemos y salimos adelante.

«Evito traer al trabajo los problemas domésticos —acota—. A fuerza de tenacidad me creé un mecanismo de desconexión que me lo propicia. Sin embargo, frecuentemente cargo con los problemas del trabajo para la casa. Quienes ocupamos responsabilidades no nos podemos librar de eso si queremos que todo marche bien. Una se va acostumbrando…

«Nos falta por conquistar más protagonismo en sectores en los que aún no hemos hecho suficiente acto de presencia. Y demostrar, de una vez por todas, que podemos cumplir exitosamente cualquier encomienda, por compleja que sea. Eso nos falta». (Texto y foto: Juan Morales Agüero)

La ciencia del decoro

Hace lo que cualquier mujer en esta Isla: entra en la cocina, limpia, lava… Es una equilibrista que vigila por la armonía de su hogar; busca un pedacito de tiempo para leer; pasea a su perro bien temprano en la mañana; y a veces, al filo del ocaso, anota un punto para su equipo de voleibol, como hacía en los tiempos del preuniversitario.

Nada de eso agobia la vida de la Doctora en Ciencias Biológicas Marta Ayala Ávila, quien dirige el Departamento Farmacéutico de la Dirección de Investigaciones Biomédicas del Centro de Ingeniería Genética y Biotecnología (CIGB), porque siempre tiene algo tremendo entre sus manos.

Ahora, junto a su equipo, desarrolla una estrategia de inmunoterapia activa y pasiva antiangiogénica que permita la obtención y aplicación de anticuerpos y vacunas contra el VEGF (factor de crecimiento del endotelio vascular). Cuando venza ese reto estará más cerca de la solución para combatir el cáncer y la degeneración macular asociadas a la edad.

Evoca a la anciana que erigió su puesto de mando frente a un fogón, desde donde se esmeraba para hacer feliz a una prole numerosa, inventando platillos para la familia y los visitantes.

«Tanto a mi abuela, que me crió, como a mi madre, las he superado en la manera de ver la vida, entender y aprovechar las potencialidades que tenemos las mujeres. Hay esencias de ellas que me van acompañar siempre, están en el corazón mismo; tienen que ver con la manera decente de andar por el mundo. Toda esa sapiencia ancestral se la transmito a mi hija de 15 años. Siempre le insisto en que cultive las cosas que perduran; que ponga, como Sor Juana Inés de la Cruz sugería, «riquezas en su pensamiento y no su pensamiento en las riquezas».

Esta cubana, que durante muchos años integra la dirección del Comité del PCC en su centro, agradece las oportunidades que la Revolución ofreció a las mujeres para hacer realidad metas sociales, emanciparse y romper tabúes.

Por echar esas batallas desde que se graduó trabaja en el CIGB, un centro reconocido mundialmente por sus aportes en la salud, principalmente. Ha participado en condición de autora, coautora y colaboradora en investigaciones que han merecido premios de la Academia de Ciencias de Cuba.

Además ha formado parte del equipo que ha desarrollado y empleado a escala industrial una tecnología para la producción del anticuerpo monoclonal recombinante CB Hep 1, a partir de plantas, y en la obtención del candidato vacunal basado en una variante mutada del VEGF humano para la terapia activa del cáncer. También ha contribuido a lograr los primeros fragmentos de anticuerpos recombinantes contra el virus del dengue, útiles en la identificación de serotipos, a partir de una biblioteca universal sobre fagos filamentosos.

«Auque tengamos innumerables compromisos profesionales, las mujeres somos el soporte de la familia, esencialmente inventoras y fiscalizadoras de las labores que se realizan en el hogar. Hay veces, cuando el estrés quiere molestarme, en que quisiera cambiar la cocina por las descargas que esporádicamente organizamos. Mi esposo toca la guitarra, canta canciones de Silvio y un amigo de muchos años interpreta otras de su autoría. Esa es una de las cosas que más disfruto y anhelo cuando me agoto.

«Mi familia me hace sentir feliz. Poder contar con los abuelos, las hermanas y las tías también me hace dichosa. Saber que están saludables, viven en armonía y puedo ayudarlos es algo que no tiene precio». (Marianela Martín González. Foto: Roberto Suárez)

Como tener tu día y noche

Llamamos dos veces a la puerta y nos adentramos entre orquídeas, rosales y árboles frutales. No veíamos a nadie… «¿Aquí vive la futura policía Yanet Valdés?», preguntamos.

—Y Grave de Peralta, porque madre tiene—, nos respondió una voz entrecortada por la risa, al mismo tiempo que su dueña se deslizaba tras las cortinas y se nos acercaba.

—Adelante, pónganse cómodos que ahora mismo la llamo.

Veníamos a conocer a una de las mejores estudiantes del Curso Integral de Agente de Orden Público que a partir de febrero próximo, ya graduada, prestará sus servicios en la capital. Nos sentamos en una modesta sala, ataviada con tiernas fotografías familiares.

Pequeña, delgadita, con una tímida sonrisa que acompañaba su mirada azul y su cabellera rubia, Yanet se abrió paso entre los demás. Venía acompañada de su novio, colega de estudios también, tan joven y apenado como ella.

Se sentó junto a su abuelo y su mamá para sentirse más segura ante las preguntas que se le avecinaban. Sin embargo, poco a poco la confianza ocupó lugar y esta dulce joven nos contó cómo pudo materializar su sueño.

«Muchos de mis amigos se asombraron por mi decisión, porque no concebían que me atrajera un trabajo tan activo y peligroso, siendo yo una persona callada, tranquila y medida. Ahora me relaciono mejor con las personas, soy más firme y cuidadosa en mis decisiones y con lo que he aprendido de defensa personal no le tengo miedo a nada. En realidad, cuando manda la vocación no hacen falta muchas explicaciones», confesó Yanet.

Por eso su familia recibió con agrado la noticia y la apoyó desde el inicio. Lo más importante para su madre es que «la niña» llegue a ser alguien en la vida, trabajando en lo que le gusta, aunque sabe que las preocupaciones no la abandonarán nunca.

«Su función social es trascendental, porque debe velar por la tranquilidad de todos y garantizar el cumplimiento de la justicia siempre. Es un trabajo muy arriesgado, debido a que se expone diariamente a muchos peligros, pero esa fue su elección», nos comenta.

Rudis Pupo, su novio, aprieta las manos de Yanet para aliviar su nerviosismo. Y entre risas nos dice que se le unieron dos motivos en el mismo lugar para ser feliz.

«Dejé mi casa y me alejé de mis padres para estudiar en la capital y ser parte de las filas del Ministerio del Interior como policía. He tenido ya muy buenas experiencias en mi trabajo y además me enamoré de alguien que como yo piensa servir a este país desde el corazón». (Ana María Domínguez Cruz. Foto: Roberto Suárez)

La tierra da vida

En la frescura de sus 30 años, Marianne Alba Utria desanda entre los surcos de la notoriedad en un apartado y fértil paraje de la geografía oriental cubana: La Mula de Sabana, en el municipio guantanamero de Maisí.

Ella ha sudado la camisa para hacer parir la tierra. Cosecha malanga y otros cultivos varios desde hace una década, tiempo en que la búsqueda de ganancia en río revuelto condujo a no pocos labriegos a la dejadez y el desaliento por extraer las riquezas del campo cubano.

Cuando camina entre sus paisanos sabe que algunos la calibran por el presunto bulto de sus bolsillos; el de una «malanguera» con promedio de 300 quintales, y ganancias de más de 50 000 pesos en una buena cosecha. Y no es que Marianne sea la gallina de los huevos de oro; todo lo contrario: «Ese dinero es la garantía del sustento familiar y las inversiones imprescindibles para la próxima cosecha», razona la muchacha, también estudiante de tercer año de Derecho en la sede universitaria municipal de Maisí.

Amparada en el Decreto Ley 259, que entrega tierras ociosas en usufructo, la joven dispone de su propia parcela desde hace un año, la que mantiene con la ayuda del hermano Lioneidis y el padre Cirilo.

Cuando sale del sonrojo que le ocasiona nuestra interrogante de si se considera una mujer del campo que ha acariciado el éxito, reflexiona que si como tal se asume el sentirse realizado y disfrutar lo que se hace, entonces la fortuna le llega cada día de su existencia en aquellas serranías.

«Tengo en mi modesta casa las cosas que me son necesarias para vivir cómodamente, satisfacer mis necesidades, y, si me lo propusiera, podría tener más bienes materiales, pero pienso que a nosotros los campesinos no nos interesa el lujo y la ostentación; eso es vanidad pueril».

En su peregrinaje por La Mula de Sabana, en su labor política como doble militante, de la UJC y del Partido, y como afiliada de su delegación en uno de los bloques de la FMC maisiense, Marianne suele aconsejar a sus compañeros con su peculiar filosofía: «La tierra da vida, no mata a nadie», sostiene. (Lisván Lescaille Durand. Foto: Leonel Escalona F.)

Ama de su casa

El niño rehúye la cámara. Oculta el rostro detrás de una toalla y su mamá, Leyanis García Reyes, se ríe. Enseguida aclara que su pequeño, Yoel David Flaqué García, tiene una pequeña colección de toallitas: una para cada menester, ya sea el desayuno y la comida, y con su año y nueve meses ya exige que cada una sea la que esté en la mesa en el horario señalado.

«No sé de dónde saca esas cosas —se ríe la madre—. Es la candela este muchacho; no deja que nadie se inmiscuya en lo que él puede hacer solo. ¿A quién habrá salido?».

Leyanis tiene 33 años y está casada con Joel Luis Flaqué Cervantes. Es ama de casa y esa decisión de quedarse ella a tiempo completo en el apartamento del Microdistrito C, en Ciego de Ávila, fue compartida por ambos.

Su compañero trabaja y ella atiende la casa y el niño. Confiesa que a veces piensa en buscar un empleo para cambiar aires. «Salir de las cuatro paredes», dice; pero enseguida lo piensan entre los dos y dejan las cosas como están.

«A mí me gusta trabajar en la casa —dice—. En cambio no me agrada mucho laborar en otra parte. Antes tuve dos empleos: en una farmacia y después en un círculo infantil. Pero regresé al apartamento. Llevamos ocho años de casados. ¿Se asombra?; hoy en día no duran muchos los matrimonios, ¿verdad?

«Lo importante es la comunicación. Tampoco en la vida una mujer puede andar con tantos celos y creando fantasmas donde no existen. Más de un matrimonio se ha roto por eso, por simplezas que al final no conducen a nada. Creo que soy afortunada. Mi esposo me apoya, mis suegros también me ayudan mucho con el niño y la casa. Y no todas las mujeres pueden tener esa suerte.

«Eso es algo por lo que me mantengo aquí en el apartamento. Aunque sé que para otras, que están prácticamente solas y en función de ama de casa, no es fácil. Conozco casos que pasan mucho trabajo. Ser mujer y llevar sola un hogar puede ser muy complicado, y más aún como está la vida de compleja.

«Por eso el hogar hay que cuidarlo. Pero una razón importante por la que no trabajo fuera es el niño. Mi esposo y yo llevábamos siete años buscándolo y no salía embarazada. Hasta pensábamos ir a La Habana, hacernos todas las pruebas posibles…

«Incluso pensé en resignarme. Cuando una mujer dobla los 30 ya muchas cosas no son iguales. Y de pronto salí en estado. ¿Se imagina? La vida nos cambió. Pensar que ese niño nunca iba a llegar, que tendría que acomodarme a esa idea, y sin esperarlo el médico te dice: “Estás embarazada”. Por eso no quiero trabajar fuera de la casa. No tengo deseos. ¿Usted lo ve ahí jugando con sus cosas? Eso es lo que deseo. Estar todo el tiempo al lado de mi hijo». (Texto y foto: Luis Raúl Vázquez Muñoz)

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