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Joven campesino no piensa cansarse en Ciego de Ávila

La tierra premia el esfuerzo de Osniel Tabares Castellanos, quien transformó un monte de marabú en campo fértil

Autor:

Luis Raúl Vázquez Muñoz

PRIMERO DE ENERO, Ciego de Ávila.— Al otro lado de la cañada, al final del cañaveral, los golpes de hacha se escucharon con insistencia. El golpe del metal al romper la madera se detenía por unos minutos para volver con una fuerte cadencia. El viento envolvió los arbustos del monte y el marabú levantó sus ramas con las espinas en alerta.

Y allí, frente a él, sucedió. Unos brazos aparecieron entre la manigua. Eran unos minutos finales, los últimos del marabú que no se iría de este mundo con tranquilidad. La mano con el hacha se acercó y enseguida una espina se enterró con fuerza en el nacimiento del índice.

«¡Ay, carijo!», gritó Osniel. Los dedos empezaron a hincharse y el joven detalló en ese punto negro que indicaba dónde había quedado la espina. Fue un momento breve. Porque el hacha bajó con fuerza y las astillas del marabú comenzaron a volar.

Ahora Osniel Tabares Castellanos se acomoda en un borde de la guardarraya. Frente a él hay unos lotes sembrados de frijol y yuca. Son parte de las tierras que le entregaron en usufructo en el 2007. Se encuentra a más de cinco kilómetros de su casa, en la comunidad de Grúa Nueva, en el municipio avileño de Primero de Enero.

«¿Está lejos, verdad?, comenta con una sonrisa. Eso me decía la gente al principio. Todo esto andaba bañado en marabú y una hierba dura. Esa es más mala que el marabú. Porque a ese señorito ya lo conozco. También a sus “caricias”».

Y enseña la bola de carne que dejó la espina. No es la única porque en las dos manos y en los brazos de este joven de 29 años se ven las cicatrices del monte. Osniel mira sus manos y dice: «Las prefiero así y no pasar por la vergüenza de que me digan vago. Mis hijas nunca oirán eso».

—¿Y todo ese campo lo limpiaste tú solo?

—Al principio mi cuñado me ayudó y de vez en cuando algunos amigos me acompañaban, pero la mayor parte la limpié solo. Este era terreno de caña, pero la manigua se había tragado al cañaveral.

—¿Tu esposa y la familia no te dijeron que desistieras?

—¡No lo van a decir! Mi esposa Yaité me miraba con lástima. «Oye, ¿tú crees que vale la pena?», me preguntaba. Y yo que sí, vamos a meterle, tú verás, pese a que me dolían todos los huesos. Pero sin ella y mi familia no tendría el terreno sembrado. Yo pude comerme este monte porque mi casa andaba tranquila.

—Dicen que el marabú es duro de tumbar...

—Sí, eso dicen... Dame un hacha y un machete para que tú veas lo flojo que se pone.

—Pero ese monte de marabú grande que se ve por allá... parece un muro.

—Ese grande es más fácil de tumbar. Te metes por abajo y con unos buenos hachazos se va completo. El difícil es el chiquito. Las ramas y las espinas te enredan, y no tienes por dónde entrarle. Hay que partirle de frente con el machete y con maña.

—¿Dónde conseguiste los instrumentos?

—Un amigo me prestó un machete, por otro lado conseguí una guataca... Ahora tienes la tienda, que a veces no la surten bien o los precios andan un poco altos; pero, comparado con el principio, ya es algo.

—¿Cómo te decidiste a tomar tierras en usufructo?

—Yo trabajaba en Campismo. Cuando oí lo de las tierras, pensé que con eso iba a asegurar la comida en la casa y resolver algunas cosas. Me dieron 13,7 hectáreas con la condición de limpiarlas y ponerlas a producir.

—¿Pero tú sabías trabajar en el campo?

—Algo, pero no mucho. Yo siempre andaba con mi padrastro. Él conseguía trabajo en el campo y yo lo ayudaba. Pero saber, saber... eso no. Si supiera, el frijol se me hubiera dado mucho mejor. Uno está aprendiendo sobre la marcha.

—¿Hay muchos jóvenes como tú por acá con tierras en usufructo?

—No puedo afirmarlo. Veo algunos, aunque también hay otros que no se sienten muy embullados.

—¿Por qué?

—¡A saber usted! Hay mucha gente que le gusta andar de limpio y este trabajo es muy duro. Hay que darle fuerte para ver el resultado y también tiene sus trabas.

—¿Como cuáles?

—Los recursos, por ejemplo. Nosotros estamos en una Cooperativa de Crédito y Servicios (CCS) y ella pertenece a una empresa agropecuaria. Desde ahí se deben entregar los fertilizantes y los líquidos contra las plagas. Lo que todos los campesinos se preguntan es por qué si la CCS tiene personalidad jurídica, tiene que adquirir los recursos a través de la empresa. Si la cooperativa pudiera conseguir los recursos por sí sola, las cosas llegarían más rápido. Pasaríamos menos trabajo.

—Si no sabías y el frijol se te dio mal y encima de eso los recursos no llegaron, ¿todavía tenías deseos de seguir?

—Porque uno guapea y las cosas salen. Además esto es un trabajo honrado. Nadie tiene por qué señalarte con un dedo. Y lo otro es la contentura de recoger lo que sembraste. Oiga, casi hago una fiesta cuando hice la primera cosecha.

—Pero, Osniel, algún día te puedes cansar...

—Tal vez algún día, pero ahora no. Todavía no pienso cansarme.

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