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El mundo anónimo de Patana

Un universo de historias y leyendas fantásticas «perdido» en la remota comunidad de Patana en Guantánamo, poblado donde se palpa, como en ninguno, la singularidad del mestizaje entre los aborígenes y los españoles

Autor:

Patricia Cáceres

¿Qué son exactamente los pataneros?, pregunté sin rodeos y con gran curiosidad a Daniel Torres Etayo, joven arqueólogo del Centro Nacional de Conservación, Restauración y Museología de Cuba.

Si bien estaba al tanto de su investigación en una pequeña y remota comunidad de Guantánamo, llamada Patana, en el extremo oriental de la Isla, el desconocimiento público del tema y la novedad del estudio me generaban otras preguntas.

Así comenzaba la plática sobre un universo de historias y leyendas fantásticas, transmitidas a través de la oralidad, de generación en generación, que no se agotaron en dos horas de entrevista.

«Patana debe su nombre a un cactus endémico de la zona oriental de Cuba. Está ubicada sobre una meseta emergida en la porción este del municipio de Maisí, específicamente a unos cinco kilómetros al noroeste de la Punta de Quemado, en el extremo oriental de la Isla».

—¿Cómo surgió?

—Fue fundada en 1870 por Narciso Mosqueda, un soldado español, y su esposa, una descendiente aborigen llamada Carmen Mosqueda. Algunos familiares afirman que llegaron a ese lugar porque Narciso desertó del ejército y quiso evadir las consecuencias; otros sugieren que la causa era un delito de homicidio.

«Lo cierto es que, cualquiera que hayan sido sus motivos, el matrimonio desapareció en la profundidad del recóndito paisaje de la región y fundó una comunidad muy cerrada, de la que nadie entró o salió durante mucho tiempo».

—¿Entonces los que viven en la actualidad en ese poblado son exclusivamente descendientes de la pareja Mosqueda?

—Sí. Son aproximadamente 127. Después de la fundación comenzaron a casarse primos hermanos con primos hermanos y se fue conformando una identidad bien definida. Además, las mujeres tenían muchos hijos.

«No fue hasta la década de los 40 del siglo XX que logró incluirse en el poblado un hombre de apellido Masó, que se casó con una patanera. Ellos dicen que a los que se atrevían a entrar les daban una “pulía”. Salvo esa excepción, todos en Patana tienen como apellidos Mosqueda Mosqueda.

«Lógicamente, esto ha traído como consecuencia numerosos problemas genéticos».

—¿Qué han heredado de su raíz aborigen?

—Primeramente su fisonomía. Los rasgos pataneros fueron estudiados en la década de los 70 del pasado siglo por Manuel Rivero de la Calle y por Antonio Núñez Jiménez, quienes hicieron análisis de sangre, mediciones antropométricas…

«Generalmente son personas bajitas, de tez oscura, ojos oblicuos, pelo negro y lacio. Una línea parece que hereda la parte española y se encuentran personas indias con los ojos azules. Pero no hay mezcla con otras etnias, como la africana.

«Comer casi todo asado en la brasa, en la ceniza caliente, es una técnica de cocción también heredada de los aborígenes. Ellos dicen: “Mamita Carmen lo comía todo así”.

«Arqueológicamente, la comunidad es muy rica. A veces en el patio de las casas encuentras la cerámica indígena. Tiene alrededor de 26 sitios arqueológicos que incluyen aldeas, lugares ceremoniales y sitios de enterramiento.

«Existe incluso una caverna local conocida como la Cueva de los bichos, donde se encuentran numerosos petroglifos en las paredes y en la que existió un gigantesco ídolo aborigen en una estalagmita.

«Lamentablemente, un arqueólogo norteamericano, Mark Raymond Harrington, quien estudió la región, cortó ese ídolo en los primeros años del siglo XX y lo envió a Estados Unidos».

—¿Cómo es la vida de un patanero?

—Levantarse bien temprano, tomar café y atender las plantaciones, pues su actividad fundamental es la agricultura. Tienen una cooperativa, y se dedican a cultivar fundamentalmente malanga, maíz, frijol, tomate, miel y café.

«Aun cuando sus conocimientos agrícolas son empíricos, rotan los cultivos de manera correcta, tienen control biológico de plagas y manejan adecuadamente los recursos.

«En ocasiones hacen fiestas conocidas como guateques, donde gustan mucho de entonar canciones picarescas, de doble sentido».

—¿Cuál es la identidad de estos pobladores? ¿Qué rasgos, además de los indígenas, los identifican como pataneros?

—Ante todo, tienen una forma de hablar particular. Usan muchos arcaísmos y por eso su manera de expresarse es distinta a la de los campesinos tradicionales cubanos.

«Pienso que se debe a su carácter de comunidad cerrada, donde todo se basa en la lengua oral. Y es que la mayoría de los pataneros aprendieron a leer y a escribir, pero casi no usan estos conocimientos».

—¿Alguna leyenda en Patana?

—Sí, muchas. Por ejemplo, cuentan que en la década de los 60 en la región habitó un alma en pena, una especie de espíritu conocido como la Vosión de Ovando, que estuvo cumpliendo, según ellos, una misión.

«Lo que hacía era asustar a las personas. A veces aparecía en una forma indeterminada, en otras como una mujer india, o como un toro que perseguía a la gente por el monte y en ocasiones era hasta como un torbellino de viento.

«Dicen que una vez un patanero, Eloi Mosqueda, se enfrentó a la Vosión y le dijo que no creía en ella… Esta le lanzó algo, una especie de maleficio, y este hombre estuvo seis meses en una cama postrado; no en coma, pero sí en un estado de desconexión con la realidad.

«En general hay mucha mitología animista, de espíritus naturales. Creen en el nagualismo, que es la capacidad de las personas de tomar alma y cuerpo de animales a su antojo.

«Hablan por ejemplo de la Ciguapa, espíritu de mujer que a veces se presenta en forma de india, bonita, desnuda, y otras en forma de ciguapa, que es una lechuza típica, o también como una voz.

«En Patana también había, dicen, brujas, específicamente dos: Pino y Esmerada, mujeres bonitas que iban desnudas y volaban sin escoba.

«Según explican, para poder alzar vuelo decían unas oraciones y se untaban unos ungüentos en las articulaciones. Su destino siempre era las Canarias, en España. Los pataneros aseguran que les encargaban cosas a estas mujeres y ellas, fuera lo que fuera, se las traían de allá».

—¿Cuánto ha mejorado Patana en el tiempo que usted ha podido visitarla y estudiarla?

—Estudio esa comunidad desde hace 18 años. Llegué en pleno período especial y había una situación muy difícil para vivir.

«Patana ha mejorado mucho sus condiciones de vida en los últimos tiempos. Es destacable, en lo que se ha logrado, la labor de Elidio Masó, el delegado del Poder Popular.

«Desde hace aproximadamente tres años tienen acueducto y una planta eléctrica que enciende tres horas al día. Cuentan además con una sala de video, con paneles fotovoltaicos y con televisión satelital. Se hacen gestiones para la instalación de un teléfono.

«Sin embargo, a pesar de las transformaciones notables, los más jóvenes se están marchando de allí.

«Esto pone en peligro la continuidad de una comunidad única, repleta de tradiciones y costumbres, un lugar fascinante, que cuenta con su versión propia de la historia de Cuba desde los indios hasta la Revolución, a partir de sus circunstancias especiales de autoaislamiento».

—¿Sigue siendo una comunidad inaccesible, tal como lo fue en los primeros años de fundada?

—Patana es un poblado apartado, pero no tan escondido como en 1870. Sin embargo, al exterior del municipio sigue viéndose como un sitio medio fantasma.

«Cuando uno mira el mapa, ve que la comunidad queda en línea recta a seis kilómetros de la cabecera municipal, o sea, muy cerca. Pero cuando preguntas allí por ella, o en la punta de Maisí, o en cualquiera de los poblados que la rodean, siempre te dicen que es una región remota, que queda lejísimo, y a veces está a pocos kilómetros de distancia».

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