Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Elección cívica y democrática sin precedentes

Este 24 de febrero se cumplen 35 años de que en abrumador referendo los cubanos nos dimos la actual Constitución socialista. El documento recoge las ansias emancipadoras, justicieras y libertarias de todas las generaciones de revolucionarios

Autor:

Luis Hernández Serrano

Oscar González Someillán, un anciano de casi un siglo de edad, nacido en Cayo Hueso, Estados Unidos, quien con 11 años cuidó allí de José Martí mientras sufría un fuerte ataque de disentería, votó a favor del Socialismo en el Referendo Constitucional del domingo 15 de febrero de 1976 y proclamado nueve días más tarde, el 24 de febrero, hace hoy 35 años.

Ocurría así una conexión simbólica singular en la unidad de aspiraciones de todas las generaciones de revolucionarios cubanos. Tal vez el único hombre que quedaba vivo en Cuba de los que habían profesado amistad al Apóstol de nuestra independencia, aprobó con su voto el Socialismo en Cuba en el Colegio Electoral número 5 del Seccional Armada, reparto Antonio Maceo, antiguo Casino Deportivo, en La Habana. Oscar residía en aquel momento en el número 1325 de la Avenida Blanquita, entre Lindero y Entrada.

Fue él uno de los 5 472 867 ciudadanos que dieron un SÍ rotundo al sistema social, económico y político legalmente establecido en Cuba, para un 97,7 por ciento de los que entonces podían ejercer el derecho a votar.

De esa forma el hombre que —junto a su hermano, de 12 años de edad— veló por la salud del Apóstol en su casa, en la 8va. Avenida, y en la de la veterana de la guerra de 1868 Paulina Pedroso, aprobó con su voto la primera Constitución Socialista del Hemisferio Occidental.

Dicha Constitución fue proclamada aquel 24 de febrero, junto a la Ley de Tránsito Constitucional, como cumplimiento del primer acuerdo del Congreso del Partido Comunista de Cuba.

Aquella votación realizada el 15 y proclamada el 24, fue un acto trascendental en el que nuestro pueblo dio aprobación jurídica a la Ley de nuestras Leyes, en el campo, la ciudad, las montañas, los barcos, las unidades militares, en las misiones en el exterior, en los campamentos productivos y ¡hasta en el más solitario cayo que compone nuestro archipiélago!

Constitución del socialismo

Aquel acontecimiento jurídico, democrático y ciudadano trascendental constituyó una demostración cívica sin precedentes. El 98 por ciento de todos los ciudadanos mayores de 16 años concurrieron ese día a las urnas.

Pero en verdad no comenzó ese día la participación del pueblo en la formulación de ese cuerpo legal. La Comisión encargada de la redacción del texto la presidió Blas Roca Calderío, quien consideró en forma amplia los aportes y criterios brindados por numerosos dirigentes, juristas y personalidades de todas las esferas de la vida nacional.

El anteproyecto obtenido fue luego sometido a un proceso de consulta popular, en el que intervinieron alrededor de seis millones de personas, entre trabajadores, combatientes, estudiantes y vecinos de las comunidades, como resultado del cual fueron modificados el preámbulo y 60 de los 141 artículos que integraban la propuesta.

De esta forma el texto sometido a referendo fue el resultado del consenso alcanzado mediante métodos democráticos y la activa participación de casi toda la población por encima de la edad juvenil autorizada a votar.

«Jamás en toda la historia de nuestra patria y de nuestro continente —dijo el General de Ejército Raúl Castro en la proclamación de la Ley de Leyes— ha sido aprobada una constitución de contenido tan revolucionario y progresista; que responda en tal grado a los intereses de la patria y del pueblo; que consagre y garantice con tal amplitud y en tal correspondencia con la realidad económica-social de la que se deriva y a la que norma jurídicamente, los principios de igualdad y justicia social, y los derechos de los individuos en concordancia con los intereses de toda la sociedad».

Y recalcó Raúl entonces: «¡Qué duda puede caber de que la Constitución que hoy proclamamos es manifestación de la voluntad y el sentir de nuestro pueblo, expresados a través de un procedimiento de democracia directa ejercida en toda su amplitud».

Precedentes

La Constitución Socialista de 1976 era la séptima que se aprobaba en el país. Las cuatro primeras habían sido mambisas, aprobadas en las condiciones de la guerra en la manigua redentora.

La primera, la de Guáimaro, que siguió a los levantamientos en armas de 1868. La segunda, la de Baraguá, fruto de la histórica y encendida protesta de Antonio Maceo. La tercera, la de Jimaguayú, del 16 de septiembre de 1895, dirigida a dar orden a la nueva guerra por la independencia emprendida ese año, a la que seguiría la cuarta, la constitución de La Yaya, aprobada el 29 de octubre de 1897.

Luego vendría la quinta, la de 1901, que marcó el nacimiento de la Cuba neocolonial, encadenada a la Enmienda Platt. Y la sexta fue la de 1940, heredera en cierta medida de las luchas revolucionarias de los años 30, que le imprimirían un sello progresista y avanzado a algunos de sus artículos, convertidos después en letra muerta por el sistema imperante.

Solo la Revolución pudo al fin convertir en realidad los principios de justicia social que se plasmaron en aquel texto, en gran medida gracias al papel que desempeñaron en la Asamblea Constituyente de 1940 los delegados comunistas.

Pero la Revolución no se podía quedar en el marco liberal-burgués de la Constitución de 1940. Al avanzar hacia transformaciones estructurales más profundas, recuperar el patrimonio usurpado a la nación por los monopolios y los terratenientes y entrar de lleno en la construcción socialista, el país reclamaba una Ley Suprema que sustentara jurídicamente los cambios trascendentales operados en la Isla y sirviera de fundamento a la vez a todas las demás leyes y normas que debieran ser elaboradas y puestas en vigor.

«La Constitución es —diría Raúl— el documento más importante que rige el proceso de institucionalización de la Revolución. Al discutir el proyecto de nuestra Constitución y luego votar por ella, nuestro pueblo ha estado decidiendo directamente sobre el régimen económico-social, sobre las instituciones a través de las cuales considera que debe organizar sus actividades y dirigir el desarrollo social; sobre el papel, facultades y funciones de esas instituciones; sobre los derechos y las libertades de los ciudadanos; sobre los deberes de todos».

Tras 16 años en vigor, la Asamblea Nacional del Poder Popular, en uso de sus facultades, modificó en 1992 algunos artículos de la Constitución.

A 35 años de aquel referendo y de aquella consulta popular de 1976, viene a nuestra mente lo dicho por Oscar González Someillán: «Ya me puedo morir tranquilo, porque se ha hecho de verdad una Revolución».

El voto de Martí en la mano de Oscar

A Oscar González, quien había nacido el 13 de agosto de 1880, el Maestro le regaló la primera edición de su libro Versos Sencillos, texto que llevó y sostuvo en las manos al momento de votar, como un homenaje al Autor Intelectual del asalto al Cuartel Moncada.

Su abuelo materno era el médico y conspirador revolucionario Pedro Crescencio Someillán, quien fue deportado a la Isla de Fernando Poo durante la guerra de 1868, por lo que el resto de la familia tuvo que emigrar a Cayo Hueso y allí fue donde Oscar nació, del vientre de María de la Concepción.

En dos cuartetas suya, expresó en 1976: «El 28 de enero / que guardamos en el alma, / nació un hombre muy sincero / en la tierra de la palma. // Primero nació Martí, / más tarde Fidel, en pos… / Yo a los dos los conocí, / entre los dos nací yo»/.

«Martí se me acercó —contó Oscar— y me dijo con una nobleza inenarrable, a la hora de dedicarme su libro: “¿Cómo se llama tu hermano?”. Yo le dije: Arturo Armando, pero le dicen Armando. Y escribió: “A mis enfermeros queridos, Oscar y Arturo González. De su hermano viejo, José Martí. El Cayo, diciembre de 1891”».

Dijo que el Maestro, después de preguntarle el nombre de su hermano, se fue a su mesita, escribió en el libro y se lo trajo. «Él siempre estaba ocupado. En aquel momento se había vestido como para salir. Pero nunca lo vi ponerse ante el espejo. Era extremadamente afable. Mantenía, no completamente, una sonrisa en sus labios, pero sí una expresión tranquilizadora y agradable en su cara».

Oscar estuvo en Cayo Hueso hasta que se acabó la guerra de Martí. Lo entrevistamos cuando se cumplían 85 años de que había atendido al Apóstol enfermo del estómago, al pie de su cama, en Cayo Hueso. Y al despedirnos de él, en 1976, estrechamos su mano, la misma que tuvo el privilegio de saludar directamente al fundador del Partido Revolucionario Cubano y dirigente máximo de la Revolución de 1895.

Oscar llegó al Colegio acompañado de su hija Esther y de su bisnieto Héctor Ruiloba, de nueve años, alumno del tercer grado de la escuela primaria Noel González.

Al llegar frente al busto de Martí, este hombre de casi cien años miró con devoto silencio la piedra gris y después, a la vista del resto de los electores que observaban atentos el singular suceso, besó a la pionera que flanqueaba la urna, dio la mano al pionero y en voz muy baja, exclamó: «Yo tenía más o menos esa edad cuando conocí al Apóstol».

Sobre la Constitución que aprobaba con una cruz, afirmó Oscar: «Se ha sabido hacer realidad, paso a paso, el deseo martiano».

Y en torno a la presencia de su bisnieto allí y de los demás pioneros, comentó: «Se pueden sentir felices como se hubiera sentido Martí y como me siento yo ahora, porque andarán un camino libre, justo, seguro, sin miedo».

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