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La acción que trocó el apoyo

El interés de la CIA de contar con bandas contrarrevolucionarias que apoyaran una invasión a la Isla, se vio frustrado gracias a los cientos de jóvenes que, como el santaclareño Bernardo Mendoza, subieron antes de abril de 1961 al Escambray para aniquilar el bandidismo

Autor:

Yoelvis Lázaro Moreno Fernández

SANTA CLARA, Villa Clara.— Cincuenta años después la prolongada cicatriz en la parte izquierda de su espalda atestigua todavía lo ocurrido. «Yo pensé que había muerto. La bala penetró y de súbito fui al piso. Me había roto el tirante de la mochila y destrozado el brazo derecho. Cada vez que hablaba soltaba coágulos de sangre por la boca. Después casi no me podía parar.

«Por un momento sentí el tableteo de la ametralladora otra vez. Cuando busco con la cabeza veo a uno de mis compañeros tinto en sangre. Lo habían herido. Fue entonces cuando saqué fuerzas de no sé dónde y me levanté corriendo. Pero qué va, por mucho que nos apuramos para socorrerlo había caído definitivamente».

Para el santaclareño Bernardo Rosendo Mendoza Rodríguez el recuerdo de su entrañable amigo Pablo Pich Girón, asesinado en medio del empinado lomerío del Escambray, le despierta las nostalgias y le desata una furia visible, a pesar de la calma que aparenta llevar a sus 85 años.

Aquel fatídico encontronazo con una tropa de bandidos aconteció en enero de 1961, a pocos metros del lugar en que los alzados, dos días antes, habían puesto fin a la vida del joven alfabetizador Conrado Benítez.

«Imagínate, todavía andábamos encabronados por lo que le habían hecho al maestro voluntario cuando nos mandaron a ir hacia el lugar del asesinato para “peinar” la zona, que era de lo más peligrosa.

«La muerte de Conrado fue el día 5, y al amanecer del día 7 nos informaron bien temprano que debíamos abandonar el sitio donde estábamos. A toda mi compañía, que era la número tres, la trasladaron en camiones hasta Caracuzey y de ahí a Pitajones.

«Luego de haber avanzado caminando varios kilómetros, alrededor de las tres de la tarde, cuando íbamos a cruzar un arroyo, sentimos el ruido de las ametralladoras y al momento teníamos encima de nosotros a aquella tropa de bandidos bien armados».

—¿Qué sucedió después?

—Hubo combate hasta que retrocedieron. Allí fue donde mi amigo Pablo cayó muerto y siete de los diez hombres de mi escuadra fuimos heridos, pero no dejamos de ofrecerle resistencia al enemigo.

«Los pocos compañeros que no fueron lesionados buscaron unas hamacas y llevaron a los que más mal estábamos hasta el bohío de una familia muy humilde, ubicado en la punta de un pequeño farallón, y al que luego llegaron los alzados, y derribaron el caballete y todas las paredes de yagua de aquella casa.

«Al rato de estar allí sentimos un helicóptero de la gente nuestra que trató de bajar para recogernos, pero no pudo por las complejidades de la zona. Poco después llegó un camión que nos llevó de vuelta a Pitajones. Hacía día y medio que no comíamos nada».

—¿Cómo era el movimiento de bandidos en las lomas?

—Los alzados, que llegaron a formar grupos pequeños pero numerosos, eran contrarrevolucionarios. Muchos procedían del viejo ejército de Batista. Otros eran antiguos mayorales de la zona o personas sin escrúpulos enviadas y pagadas por Estados Unidos.

«Lo inaccesible del Escambray y las dificultades para trasladarse en el terreno permitía a esos elementos moverse allí con mucha agilidad, atemorizando y perturbando la vida de los campesinos de esta región y de asentamientos cercanos. Uno de los objetivos de ellos era constituir focos para que apoyaran la invasión a la Isla que ya se preparaba.

«Los bandidos se sostenían gracias al apoyo que agentes de la CIA les hacían llegar sin falta por aire o por mar. Por el día era muy poco el movimiento. Más bien por la noche era cuando ellos salían a hacer de las suyas».

—¿Quiénes subieron las lomas para combatir el bandidismo?

—En su mayoría jóvenes que vinieron de todas las provincias del país, que integraban, junto a otros combatientes de más experiencia, las Milicias Nacionales Revolucionarias (MNR). También participaron miembros del antiguo Ejército Rebelde.

El historiador y combatiente José R. Herrera Medina, en su libro Operación Jaula, señala que durante este período de enfrentamiento a la contrarrevolución interna se ocuparon más de 900 armas, entre fusiles, morteros y ametralladoras.

En esta primera etapa, que se ubica hasta abril de 1961, los objetivos de la limpia del Escambray fueron cumplidos exitosamente, pues se probó la eficacia de las MNR con el desarrollo de una operación en la que participaron cerca de 60 000 milicianos, y sobre todo se eliminó el peligroso foco de enemigos que la CIA preparaba como apoyo a la acción mercenaria, que poco después quedó frustrada en las arenas de Playa Girón.

—Cuando los mercenarios intentaron entrar por la Ciénaga de Zapata, usted todavía estaba convaleciente de la herida...

—Sí, me habían tenido que operar dos veces por la lesión tan grave que tenía en el pulmón derecho. Pero aun así también estuve en Girón, aunque realmente cuando llegamos lo más duro había pasado y ya era evidente el fracaso de los imperialistas.

Con elocuencia y honda tristeza, Bernardo evoca ahora estas anécdotas guerrilleras de hace medio siglo, por las que dejó a un lado su oficio de ferroviario para, como muchos otros jóvenes, subir lomas y tronchar, con los desvelos de aquellos años mozos que todavía lo entusiasman, la aspiración de rabiosos usurpadores.

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