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Desembarco frustrado

La maquinaria diversionista yanqui echó a andar un plan con la pretensión de aniquilar a la joven Revolución Cubana. Así fue como la Primera Villa de Cuba mostró la estirpe de su pueblo en los días difíciles de abril de 1961

Autores:

Haydée León Moya
Arlin Alberty Loforte

En la antigua región de Baracoa sobraban ejemplos de desembarcos que contaron con el apoyo de los pobladores: el arribo de los Maceo, Flor Crombet y sus hombres por Duaba, y el de Martí, Gómez y otros patriotas por Playita de Cajobabo, ambos durante la gesta independentista de 1895.

Entonces pensaron que en La Primada de Cuba, con esos antecedentes, su exuberante geografía y el aislamiento con respecto al resto del país, podía funcionar muy bien su plan. Y eso fue lo que tuvo en cuenta la Agencia Central de Inteligencia (CIA) cuando orquestó una invasión mercenaria por las costas de Baracoa, prevista para el amanecer del 15 de abril de 1961.

Como si el cubano no tuviera suficiente sabiduría para distinguir los abismos entre patriotas y mercenarios, la maquinaria diversionista yanqui echó a andar con la pretensión de aniquilar a la entonces joven Revolución Cubana. Así fue como la Primera Villa de Cuba, en los días difíciles de abril de 1961, mostró la estirpe de su pueblo.

Operación Marte

Elexis Fernández-Rubio Navarro, presidente de la Unión de Historiadores en Baracoa, cuenta que según algunos testimonios de la época, un telegrafista que trabajaba en la marina percibió una señal no usual e informó al mando, ubicado en El Castillo.

El desembarco estaba planificado para la madrugada, de manera que comenzaran sus acciones simultáneamente con el primer golpe aéreo mercenario, para atraer así la atención del mando cubano y distraerlo de la otra dirección principal, Bahía de Cochinos, que tendría lugar 30 horas después.

En tal empeño, el día antes un grupo de barcos, en misión de la CIA, se acercó a las inmediaciones de la ciudad. Al frente venía el traidor Higinio, «Nino», Díaz Añe. La mayor parte de los buques pertenecían a la Marina de Guerra norteamericana, para proyectar la imagen de una expedición de mayores proporciones.

Todavía no se sabía que en la acción intervendría una fuerza élite que recibió preparación en una instalación naval en Belle Chase, Louisiana, para cumplir misiones especiales. Estaba compuesta por 160 hombres que gozaban de la mayor confianza de la CIA y venían cínicamente vestidos con el uniforme del Ejército Rebelde.

El propósito era desembarcar para apoderarse del territorio, desde el que simularían un ataque de las tropas cubanas contra la ilegal Base Naval de Guantánamo. Con esa acción pretendían obligar definitivamente al Gobierno de turno de la Casa Blanca a intervenir en el conflicto que se crearía con la invasión mercenaria.

Según Andrés Martínez Utria, profesor de la filial de Ciencias Médicas en Baracoa, después de la explosión del vapor francés La Coubre, el 4 de marzo de 1960, la aspiración era convertir a Oriente en un segundo Escambray, escenario de la encarnizada lucha contra bandidos.

Esa idea tenía como fundamento que existían elementos inescrupulosos y apátridas que pudieran apoyarlos, pero ni estos ni aquellos sabían lo que les esperaba. Esos pocos estaban controlados por los revolucionarios.

No era algo nuevo para los baracoenses, pues entre julio de 1960 y el 13 de abril de 1961 se desplegaron actividades encubiertas, como el desembarco de 27 mercenarios y tres norteamericanos en Bahía de Navas, entre Moa y Baracoa, quienes fueron capturados días después por las fuerzas del Ejército Rebelde y las Milicias Nacionales Revolucionarias.

Con los primeros indicios del desembarco, las fuerzas cubanas en Baracoa comenzaron a distribuir las armas. Parte de la población, especialmente niños, ancianos y mujeres, fueron evacuados en las montañas El Paraíso, Las Minas y Sabanilla.

Así lo recuerda Catalina Rodríguez Mora, quien entonces tenía 14 años. «Yo vivía en el malecón y no olvido cómo la policía, a las dos de la mañana, tocó a las puertas de las viviendas y dijeron que desalojaran la ciudad, porque había un desembarco mercenario.

«Vivimos días muy tensos —rememora Catalina—; veíamos los barcos en el horizonte y pensábamos que iban a atacar, pero demostraron que tenían miedo. Lo que sí sé es que mientras quedara un baracoense vivo, esta tierra no la pisaba ningún mercenario».

Los pobladores de Baracoa tuvieron durante varias horas a los barcos mercenarios frente a sus costas, por lo que la movilización fue masiva. La orden era que si tomaban la ciudad se entregarían sus cenizas. También se colocaron sacos de arena a lo largo del litoral y cuando se apagaron las luces, los de tierra divisaron los barcos y a la vez los agresores se llevaron la sorpresa de que los estaban esperando, pero no precisamente de la forma en que calcularon.

Al calar los barcos frente a las costas, los invasores percibieron la sólida defensa de las tropas cubanas. El comandante Eddy Suñol estuvo al frente del Batallón 80 de las Milicias Revolucionarias, al cual se sumaron los 400 milicianos baracoenses. Juntos hicieron de la antigua Ciudad Primada un bastión que resultó después disuasivo para los asustadizos mercenarios que pretendían desembarcar. El miedo pudo más que su esmerada preparación y se retiraron cobardemente.

No se les permitió regresar a la Florida, sino que fueron llevados a las instalaciones militares norteamericanas en la Isla de Vieques, Puerto Rico. En Miami, como burla, esta acción fue bautizada años más tarde como «El bojeo a Cuba».

Era cierto. Baracoa fue cuna de importantes epopeyas mambisas, de varias expediciones, pero definitivamente sus costas y el pueblo nunca recibirían ni a traidores ni a mercenarios. Muy simple, les salió el tiro por la culata.

Por Baracoa no pudieron penetrar

BARACOA, Guantánamo.— Por aquí también intentaron penetrar. No pudieron. Porque aunque estaba aislada y todavía no había transcurrido un tiempo suficiente para que la naciente Revolución resolviera los problemas generados por tantos años de desgobierno y atraso, les faltó calcular que el pueblo tenía otra estirpe.

Por eso este viernes, en el escenario del fallido desembarco mercenario de la madrugada del 15 de abril de 1961, fue recordado el aniversario 50 de la victoria militar de Playa Girón, la primera gran derrota del imperialismo yanqui en América.

Con la presencia del general de cuerpo de ejército Sixto Batista Santana, se reconoció la heroica participación del Batallón de Jiguaní, venido desde la hoy provincia de Granma, de la Escuela de Responsables de Milicias de Moa y de los combatientes de la región de Baracoa, en defensa de las costas orientales.

El vicealmirante Julio César Garandilla Bermejo, recordó los hechos de los días del preludio de la invasión mercenaria, y los múltiples intentos de subvertir desde Baracoa el orden de la Isla, como parte de esa hostilidad que no cesa por parte de los Estados Unidos contra Cuba.

«Baracoa siempre estuvo dentro de los planes imperialistas por su aislamiento geográfico, su cercanía con la ilegal Base Naval norteamericana y por los problemas aún no resueltos por la naciente Revolución».

Así dijo Garandilla Bermejo al referirse a las acciones mercenarias previstas para la madrugada del 15 de abril de 1961 en la Ciudad Primada, simultáneamente con los golpes aéreos de Santiago de Cuba, San Antonio de los Baños y Ciudad Libertad, con el objetivo de desviar la atención del mando cubano de la dirección principal en Bahía de Cochinos.

La joven Laritza Martínez, vicepresidenta de la FEEM en Baracoa, expresó el compromiso con la continuidad histórica de la Revolución.

Una jornada de especial connotación en la ciudad que aquella madrugada de los gloriosos días de abril de 1961 no dejó entrar la deshonra. La del pueblo que frustró la llamada Operación Marte, gestada por la dirección de la CIA y el Pentágono. La que hoy tiene el desarrollo y prosperidad que seguramente no tendría si hubiese caído en las garras de los mercenarios.

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