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Radicalidad en los principios y la armonía para juntar voluntades

En el aniversario 116 de la caída en combate del Apóstol se le debe honrar manteniendo vivas sus enseñanzas, promoviendo lo más ampliamente su legado y dándole continuidad en el relevo más joven

 

Autor:

Armando Hart Dávalos

Cuando las balas españolas lo derribaron de su caballo en Dos Ríos, el 19 de mayo de 1895, comenzó para el Maestro con el morir la vida como él mismo expresó en su conocido verso.

A 116 años de aquel trágico acontecimiento lo que más resalta es precisamente lo vivo y actuante que está entre nosotros, proyectándose cada vez con más fuerza la vigencia de su ejemplo y de su pensamiento.

En la raíz de la tragedia de Dos Ríos está su ética, que le llevó al combate en este terreno, sin ser un guerrero, y a ponerse al frente de la guerra que había convocado y organizado para lograr la independencia de Cuba.

Ese sentido ético es la razón más profunda para venir a Cuba y poner su propia vida en la balanza del peligro: «El hombre de actos —había dicho él— solo respeta al hombre de actos [...] ¡La razón, si quiere guiar, tiene que entrar en la caballería! y morir, para que la respeten los que saben morir!». Estaba consciente que debía enseñar con el ejemplo, único modo de ejercer con sus ideas una influencia mayor para el presente y futuro.

Es pura especulación suponer, como han dicho o sugerido algunos, que Martí tuviese una vocación suicida, o que buscase conscientemente la muerte. El valor de su decisión heroica está en que ella constituía una exigencia de la tarea política y revolucionaria que se había planteado.

En Dos Ríos, aquel 19 de mayo de 1895, sobrevino una de las adversidades más costosas de cuantas ha sufrido nuestro pueblo en toda su historia.

Habían transcurrido apenas 38 días desde su desembarco en Playitas, en la región oriental del país, para encabezar la guerra «necesaria, humanitaria y breve» que había organizado y convocado cuando el azar, propio de toda lucha, nos privó del más extraordinario conductor, cuando se decidía el ser o el no ser de una nación independiente.

Tanto Máximo Gómez como Antonio Maceo reconocían en él su talento para aglutinar fuerzas y hacer frente en el terreno político a los colosales desafíos que tenía ante sí la causa de la independencia. El propio Gómez lo expresó así cuando se produjo la intervención yanqui en Cuba.

Hoy, a 116 años de su ascenso a la inmortalidad debemos insistir en la necesidad del estudio de su pensamiento. En él hay tres ideas claves que en una ocasión como esta quiero destacar: el valor de la ética enlazada con toda la complejidad del sistema social y cultural que Martí sintetiza en el concepto «la utilidad de la virtud». Históricamente, la virtud se consideraba por las religiones como algo apreciado pero que podía no ser útil, y por otra parte existían personas que hacían cosas útiles que no eran virtuosas. En su concepto sobre la utilidad de la virtud, el Apóstol expresa un pensamiento filosófico que merece ser estudiado. Se fundamenta en que Martí relacionaba la bondad con la inteligencia y con la felicidad. También relacionaba la maldad con la torpeza y con la estupidez. Esto tiene un enorme valor pedagógico.

En la civilización actual no se estimula suficientemente la idea de que no hay felicidad mayor que la de hacer un bien a los demás. Feliz es un médico cuando cura a un enfermo y no creo estar planteando nada utópico. ¿Por qué la bondad no va a conducir a la felicidad? Y si esto es así la maldad conduce inevitablemente a la infelicidad.

Otro elemento importante en Martí es lo que él llamó «el equilibrio del mundo». Resultó profético el mensaje que nos dejó en los últimos párrafos de la carta a Manuel Mercado. Para el Apóstol la guerra de independencia de Cuba se hace para evitar que Estados Unidos se apodere de las Antillas, caiga con esa fuerza más sobre las tierras de América y ponga en peligro el equilibrio del mundo.

Otro aspecto importante de la cultura de José Martí es lo que yo he llamado «la cultura de hacer política». Él la concibe como una vocación de servicio al pueblo, como un sacrificio, con una correspondencia entre el decir y el hacer. Uno de sus rasgos esenciales es el superar el «divide y vencerás» de la vieja tradición reaccionaria de Maquiavelo y aún de antes, de la época de Roma, y asumir el principio «unir para vencer». En Martí y en Fidel está presente con mucha fuerza esa cultura de unir voluntades para lograr el objetivo propuesto. Radicalidad en los principios y armonía para juntar voluntades. Una conducta regida desde luego por principios éticos. Eso implica asumir la defensa de los intereses de la mayoría. Como dijo Martí: (...) dígase hombre, y ya se dicen todos los derechos1.

Resumiendo lo expuesto sobre las concepciones martianas podemos subrayar la importancia de los tres principios siguientes: el principio de la utilidad de la virtud, del equilibrio del mundo y de la cultura de hacer política. Y pienso que debíamos profundizar en el estudio de esos principios martianos.

Todo este legado ético sirvió de fundamento a la acción y al pensamiento de la Generación del Centenario bajo el liderazgo de Fidel. La irrupción de aquella Generación en la vida pública de la nación se produjo como una respuesta al golpe de estado de Batista, a la violación flagrante de la ley y del derecho. Y nació también con los antecedentes de un lema tan querido por nuestra generación, que es «vergüenza contra dinero», que simbolizaba la lucha contra la corrupción y la degradación ética.

Honremos al Apóstol en este aniversario de su caída en combate manteniendo vivas sus enseñanzas, promoviendo lo más ampliamente su legado y dándole continuidad en el relevo más joven.

1 José Martí, Mi raza, Periódico Patria, Nueva York, 16 de abril de 1893, t. 2, p. 298

 

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