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En el corazón de la nación

Más allá de los homenajes en un lugar sagrado de la Patria, Martí debe acompañarnos en todas las batallas

Autor:

Osviel Castro Medel

DOS RÍOS, Granma.— Acaso ningún otro gran suceso del pasado tenga tantas versiones —algunas encontradas— como aquel acaecido cerca de las 2:00 de la tarde del 19 de mayo de 1895 en estos campos de Dos Ríos.

Gonzalo de Quesada y Miranda, fervoroso martiano, llegó a plantear al respecto: «Probablemente nunca se sabrá con certeza cómo se produjeron realmente los acontecimientos».

Y tal vez ninguna otra tragedia guerrera haya dejado tanto dolor en los cubanos como la caída gloriosa y prematura del Apóstol.

Máximo Gómez, tildado en ocasiones de jefe duro, escribió con «amarguísimo dolor» en su Diario de Campaña: «Esta pérdida sensible del amigo y del patriota, la flojera y el poco brío de la gente, todo eso abrumó mi espíritu a tal término que dejando algunos tiradores sobre un enemigo que ya de seguro no podía derrotar, me retiré con el alma entristecida».

Pero, al margen de reconstrucciones de los hechos y del golpe terrible, lo cierto es que la épica muerte de Martí estimuló aún más las ansias por la definitiva independencia y sirvió de ejemplo singular para los tiempos futuros.

«Murió —escribió el Generalísimo— en una hora de dura refriega y a los primeros pasos de esta guerra, como si al despertar de este pueblo, que él mismo sacudiera, quisiera haberle dado ejemplo de resolución y de bravura».

Y tiempo después enfatizaría: «Yo no he conocido otro igual en más de treinta años que me encuentro al lado de los cubanos en su lucha por la independencia de la Patria».

José Julián Martí Pérez, el Mayor General del Ejército Libertador cayó —aunque parezca manida la frase—, para convertirse en simiente y en huella persistente más allá de estos terrenos atravesados por el río Contramaestre.

El primer monumento

Sin duda, el primer homenaje póstumo al organizador de la guerra necesaria tuvo lugar en el propio Dos Ríos, en julio de 1896.

En esa fecha Gómez pasó por el lugar con unos 300 jinetes, entre los que se encontraban el General Calixto García y el entonces Coronel Fermín Valdés Domínguez, el conocido amigo de Martí.

Después de desmontarse de su caballo, el insigne dominicano, en un extraordinario silencio, tomó varias piedras del río Contramaestre y las colocó alrededor de una cruz de madera que marcaba el punto exacto de la caída del Maestro.

«Todos lo imitaron —escribió Valdés Domínguez— y conmovidos cargaron las suyas (...) Las piedras que se habían depositado al ir desfilando (...) las acercamos y algunos números las colocaron formando un cuadrilongo de Oriente a Occidente, quedando el frente (...) de cara al sol(...)».

Mientras, el General en Jefe, apuntó: «Por la tarde visita a Boca de Dos Ríos al punto donde cayó José Martí. Allí mismo levantamos un mausoleo a piedra viva. El acto fue solemnísimo».

Por cierto, la cruz, de Caguairán, que marcaba el sitio glorioso de la muerte del Héroe Nacional, fue enterrada cinco meses después de la tragedia de Dos Ríos, por el General insurrecto Enrique Loynaz.

«Llegué el 10 de octubre de 1895 al histórico campo de Dos Ríos. Traía el encargo del presidente Cisneros (presidente de la República en Armas) de determinar exactamente con información local dónde cayó el Apóstol de la Independencia, y allí enterrar en una botella un acta en que así constase (...) Nos acercamos al bohío ocupado por la familia del Capitán y Prefecto de Dos Ríos, José Rosalío Pacheco, fanático adorador de Martí. Él me llevó al sitio fatal (...) Allí se levantó la cruz...», narró Loynaz en sus Memorias de la guerra.

Y más adelante agregó cuando Pacheco lo llevó cerca de su casa y le mostró huellas: «No había posibilidad de duda, en todo el campo de combate, no había otro charco de sangre, ni podía haberlo porque fue solo Martí el único muerto; ningún herido dejó ni podía dejar, ningún rastro de sangre (...) Aquí permaneció Martí, tendido en tierra desangrándose, hasta que terminado el combate fue recogido por los españoles».

Por otra parte, es oportuno señalar que aquellas piedras amontonadas por Gómez y sus soldados en 1896 quedaron fundidas, como símbolos eternos, al obelisco que se inauguró después, exactamente en mayo de 1913, por las gestiones de José Estrada, concejal del ayuntamiento del municipio de Palma Soriano (perteneciente a la provincia de Santiago de Cuba).

El monumento actual está fundido en concreto, tiene 16 metros cuadrados en su base y diez metros de alto.

Homenaje rebelde

Aunque en la llamada República Martí no dejó de ser homenajeado en Dos Ríos, los tributos tampoco resultaron numerosos. Las instituciones del Estado no se ocupaban del lugar como correspondía y las ofrendas fueron individuales.

Un ejemplo de eso es que, en 1936, el historiador Gerardo Castellanos, al visitar el sitio encontró que «el ganado se había adueñado del campo sagrado y nadie hacía nada al respecto», por eso denunció el hecho en la prensa.

Otro ejemplo que corrobora ese abandono: en junio de 1958, Camilo Cienfuegos y sus hombres, en su campaña de los llanos del Cauto, acudieron hasta Dos Ríos para homenajear al más universal de los cubanos y encontraron el obelisco en malas condiciones.

Sobre eso le daría parte a Fidel: «Fuimos al Panteón donde cayó el Apóstol y colocamos como él quería una bandera (...) Hicimos un minuto de silencio en memoria de los caídos y dos descargas de fusilería. De más está decirle que la aviación ametralló más tarde los alrededores. Aquello es una vergüenza como está de abandonado. Tenía planeado mandar a limpiarlo y arreglar el lugar. Ya nos encargaremos de hacerlo...».

Nació un rosal

Sin duda, después de la primera aurora revolucionaria se multiplicaron los tributos al Apóstol. Nació la tradición de evocarlo cada 19 de mayo con canciones y poemas, en actos patrióticos.

En 1975, a raíz del aniversario 80 de la caída en combate de Martí, se hicieron los trabajos de jardinería en el monumento, que incluyeron la siembra de rosales, palmeras y otros árboles. Cinco años después, el 19 de mayo de 1980, el sitio histórico fue declarado Monumento Nacional.

Con el tiempo se han llevado al lugar casi todas las especies de las 32 que Martí menciona en su Diario de Campaña, aunque, paradójicamente, faltan el fustete y el dagame, los dos árboles entre los cuales derramó su sangre por Cuba.

Hoy no existe alrededor del obelisco la cerca de púas que lo rodeaba en la neocolonia, sino un muro de piedras cuidadosamente trabajado.

A la izquierda, antes de llegar al punto exacto donde cayó el Héroe, hay una frase suya: «Cuando me toque caer todas las penas de la vida me parecerán sol y miel».

Entre los actos inolvidables en Dos Ríos estuvo el de 1995, presidido por Fidel y en el que se realizó una colorida revista militar. En esa ocasión el propio Comandante en Jefe depositó una ofrenda floral en la base del obelisco en nombre del pueblo de Cuba. Silvio Rodríguez le cantó entonces emocionado al Apóstol.

En 1990 el acto estuvo presidido por los entonces ministros de Cultura y Educación, Armando Hart y José Ramón Fernández respectivamente; y por la Heroína del Moncada Melba Hernández. En esa oportunidad se rindió homenaje en su centenario al héroe vietnamita Ho Chi Minh y desfilaron, después de ocho bloques uniformados, 95 jinetes en representación de la caballería mambisa.

Hace exactamente un año, el ministro de Cultura, Abel Prieto nos recordó que Martí, más allá de lugares, «está con nosotros en todas las batallas del presente, en la que tenemos que seguir librando a favor de la verdad y contra la mentira, en la batalla anticolonial y antiimperialista, en la batalla ética contra toda forma de corrupción».

Así debe verse al Maestro, en las palmas y en los rosales; pero sobre todo en el alma y el corazón.

Fuentes: Enciclopedia digital cubana ECURED, Periódicos Granma, Juventud Rebelde y La Demajagua de 1980, 1983, 1985, 1990, 1995, 2000, 2005 y 2010.

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