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Ética y coraje en Antonio Maceo

En la personalidad del Titán de Bronce fueron primordiales su intransigencia revolucionaria en defensa de los principios y su profundo sentido ético y de respeto a las instituciones y al orden jurídico de la República en Armas

Autor:

Armando Hart Dávalos

Fue precisamente José Martí quien nos habló de los hilos invisibles que unen a los hombres en la historia, y en la fecha del 14 de junio quedaron enlazadas para siempre dos figuras esenciales de nuestra historia porque ella marca el natalicio de Antonio Maceo (1845) y del Che (1928).

Todos los años se recuerda merecidamente ese día a ambas figuras, aunque este año, sin dejar de evocar la grandeza de ese mito que es el Che, cuya imagen recorre las calles y plazas de todo el mundo como símbolo de libertad y justicia, quiero subrayar algunos aspectos de la personalidad de Antonio Maceo, cuando se inicia este 14 de junio una jornada de actividades de recordación y de homenaje a esa figura descollante de nuestras dos guerras por la independencia, que debe culminar el 7 de diciembre, al cumplirse el aniversario 115 de su caída en combate.

Hombre de honor

Para cualquier cubano es un honor y a la vez una enorme responsabilidad referirse a Maceo. Algunos exaltarán su valor personal y su talento militar, siempre encontraremos quien prefiera referirse a sus condiciones de hombre, hecho de una sola pieza. En esta ocasión deseo abordar su intransigencia revolucionaria en defensa de los principios y su profundo sentido ético y de respeto a las instituciones y al orden jurídico de la República en Armas.

Maceo no fue solamente un gran talento militar, sino, también, fue un hombre de honor, de insaciable curiosidad por la cultura, de amplísima visión humanista y de estrechos vínculos con el pueblo explotado del que era su más genuino representante en el Ejército mambí. Apreciamos en él a un guerrero de modales cultivados en el «hacer» y en el «decir»; al que hasta sus enemigos se vieron obligados a reconocer como un «caballero». En estos aspectos Maceo debe ser más conocido en Cuba y América y dar paso a un diálogo político sistemático cada vez más profundo con las nuevas generaciones, acerca del enorme significado que la cultura representada por Antonio Maceo puede tener para asumir los retos de hoy. Tenemos que promover esa cultura en las escuelas, la familia, las instituciones juveniles, políticas y sociales a todas las escalas de la vida cubana.

Fue en el seno de su familia, formada por el matrimonio entre Marcos Maceo y la santiaguera de origen dominicano Mariana Grajales, junto a sus ocho hermanos, donde se conformó su recia personalidad. Aprendió en su casa la responsabilidad, el aprecio al trabajo, los principios morales, la disciplina, la fortaleza de espíritu y de cuerpo, el valor y un profundo amor a la patria, a la libertad y a la justicia.

Carácter forjado por la autoeducación

Puede afirmarse que las dotes de carácter y virtudes revolucionarias de Antonio Maceo son consecuencia de un esfuerzo personal que tiene sus fundamentos en la formación familiar y social que desde niño recibió. La alta espiritualidad y vocación de servicio la alcanzó a partir de un proceso de autoeducación que recuerda las ideas y el ejemplo de Ernesto Guevara. La guerra y la lucha contra la injusticia del colonialismo y la esclavitud forjaron el carácter entero de aquel hombre convertido en símbolo. La familia heroica de los Maceo Grajales está en la raíz de sus virtudes, y nos sirve de orientación y estímulo al desarrollo de la educación y la política cubanas en los tiempos que corren.

Contaba con 23 años cuando se enroló en la guerra en medio de agudas situaciones sociales, de atraso cultural y de pobreza de los campos, poblados y ciudades del oriente de Cuba, y fue forjando al calor del combate un carácter, una voluntad y una ética que le permitieron promover la cooperación, establecer el orden, la organización y la disciplina dentro de la contienda bélica con mayor eficacia que otros patriotas con una formación cultural más elevada.

Fue un adolescente y joven cuyo temperamento y comportamiento no inducían a quienes hicieran un análisis superficial, a pensar que el hijo mayor de Marcos y Mariana llegaría a convertirse en un hombre de conducta ejemplar cimentada en sólidos principios morales y de elevado proceder en la sociedad y la política. Es bueno que nuestros maestros asuman esta lección. Asimismo, es indispensable que los jóvenes aprendan que fue un proceso de autoeducación lo que elevó al Titán de Bronce a las cumbres más altas de la historia de Cuba.

Pobre y discriminado por el color de su piel en la sociedad esclavista de las décadas que precedieron al 10 de octubre de 1868, se situó desde las primeras batallas de nuestras guerras de independencia, por su firmeza de carácter, valor personal e inteligencia excepcionales, en el punto más avanzado de aquella vanguardia revolucionaria que fue la partera ilustre de la nación cubana, y la cual ejemplificamos en Céspedes y Agramonte, La Demajagua y Guáimaro.

El carácter y la conducta de Maceo estaban guiados por un arraigado sentido ético. Los siguientes párrafos de la carta que dirigió al general español Camilo Polavieja ilustran claramente sus concepciones morales:

«(...) jamás vacilaré porque mis actos son el resultado, el hecho vivo de mi pensamiento, y yo tengo el valor de lo que pienso, si lo que pienso forma parte de la doctrina moral de mi vida (...) La conformidad de la obra con el pensamiento: he ahí la base de mi conducta, la norma de mi pensamiento, el cumplimiento de mi deber. De este modo cabe que yo sea el primer juez de mis acciones, sirviéndome de criterio racional histórico para apreciarlas, la conciencia de que nada puede disculpar el sacrificio de lo general humano a lo particular. (...) Vislumbro en el horizonte la realización de ese mi ideal, casi parecido al ideal de la humanidad, humanizado con los grandes bienes que tiene que realizar en el porvenir. (...) no hallaré motivos para verme desligado para con la Humanidad. No es, pues, una política de odios la mía, es una política de amor; no es una política exclusiva, es una política fundada en la moral humana (...) no odio a nadie ni a nada, pero amo sobre todo la rectitud de los principios racionales de la vida»1.

No son las palabras de un tratadista de ética, sino de quien mostró, con el ejemplo de su vida, la validez de estos principios.

Un aporte aleccionador de este crisol de ideas sobre Antonio Maceo se encuentra en incitar la búsqueda de las raíces esenciales del pensamiento cubano en las masas explotadas. Es más conocida y comprendida la historia de las ideas de los forjadores de la nación en las fuentes de la alta educación recibida por los patriotas ilustrados de la clase acomodada que tomaron la decisión de unirse a la justa aspiración de los humildes, fusionar sus intereses con los del pueblo trabajador y desencadenar la lucha por la independencia y la abolición de la esclavitud.

Genio militar con una amplia visión cultural

No puede atribuirse de forma exclusiva la educación de los Maceo a la escuela de Varela y de Luz. Ella debió jugar, desde luego, una influencia indirecta importante, pero el asunto es mucho más complejo porque las ideas de libertad de los esclavos, hijos de esclavos y, en general, de la población explotada, tenían —tal como han planteado algunos investigadores— otras influencias, sobre todo en el oriente de Cuba. Es lo que yo he llamado la cultura Maceo-Grajales que representa la forma en que las masas explotadas de origen africano, incluyendo los esclavos, asumieron las ideas de la modernidad, sintetizadas en la consigna Libertad, Igualdad y Fraternidad.

La lucha contra la esclavitud llevó al cubano a amar la dignidad plena del hombre no referida a unos cuantos, o a una parte de la población, sino a todos sin excepción. Este valor universal está en Antonio Maceo. De las entrañas de la tierra oriental, en una sociedad esclavista, nació un sentido del honor, de la dignidad humana y del valor de la cultura en su acepción más profunda, que convierten a Maceo, por sus dotes excepcionales, en un genio militar con una amplia visión cultural y una ética superior puesta a prueba en las más difíciles circunstancias.

Frente a la claudicación y la división entre los cubanos que propiciaron el Pacto del Zanjón, se alzó Antonio Maceo, con su carácter entero, su devoción patriótica y su sentido ético, sumando a los bravos que estaban unidos a él en la defensa de la independencia de nuestro país en la Protesta de Mangos de Baraguá, en febrero de 1878. Ante las promesas de reformas políticas con que España pretendía sepultar el ideal independentista opuso su lógica inclaudicable: «¿Qué ganaremos —decía Maceo— con una paz sin independencia, sin abolición total de la esclavitud, sin garantías para el cumplimiento por parte del estado español?». Por esta razón, se convirtió en la expresión más radicalmente popular y de más acendrado patriotismo de la gloriosa Guerra de los Diez Años. José Martí dejaría constancia más tarde de la enorme trascendencia de ese hecho al escribir: «Tengo ante mis ojos la Protesta de Baraguá, que es el documento más glorioso de nuestra historia»2.

Antonio Maceo demostró un gran respeto por la ley y por las autoridades a las cuales la revolución había confiado su conducción. Alcanzó, por su pensamiento y su acción, timbres de gloria que lo distinguen como ciudadano de Cuba y de América, y lo presentan como un ejemplo para todas las generaciones de revolucionarios cubanos.

Promover un conocimiento más profundo sobre Maceo como hombre de pensamiento, como dirigente político, será un justo reconocimiento al artífice de la Protesta de Baraguá. Así lo reconoce Martí cuando señala: «Con el pensamiento la servirá, más aún que con el valor. Le son naturales el vigor y la grandeza»3.

Todavía resuenan sus palabras, como una sentencia para todos los tiempos, advirtiendo que: «quien intente apoderarse de Cuba solo recogerá el polvo de su suelo anegado en sangre, si no perece en la lucha».

En Punta Brava, a las puertas de La Habana, cayó el General Antonio Maceo, el 7 de diciembre de 1896 y junto a él también pasó a la inmortalidad Panchito Gómez Toro (su joven ayudante), hijo de su jefe y amigo, el Generalísimo Máximo Gómez. La sangre brava del General Antonio se unió de esta forma a la de la nueva generación para fundir así, en un abrazo eterno, los ideales de la nación cubana. Es todo un símbolo que los cubanos guardamos celosamente como un patrimonio esencial de la nación.

1 Torres-Cuevas, Eduardo. Antonio Maceo. Las ideas que sostienen el arma, Editorial Ciencias Sociales, La Habana, 1995.

2 José Martí: “Al General Antonio Maceo”, en Obras completas, t. 2, Ed. de Ciencias Sociales, La Habana, 1991, p. 17.

3 José Martí: Ob. cit., t. 4, p. 454.

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