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El «guajiro loco» de Sabanilla

Cuando sus amigos le dijeron alarmados: «¡Compadre, estás loco! ¿Cómo vas a dejar los estudios con lo que tú sabes, para irte para el campo?», desconocían la arraigada estirpe de campesino de Yaidel Sotuyo

Autor:

Nelson García Santos

PLACETAS, Villa Clara.— Por favor, ¿a cuántos kilómetros estamos de Sabanilla, ese lugar donde hay una cooperativa excepcional?

—Está cerca.

Y en unos 15 o 20 minutos surgió ante la vista el pequeño poblado. El guía ocasional detuvo su motor y nos dijo: «Ya están en Sabanilla».

—Un último favor, inquirimos. ¿Dónde vive aquí Yaidel Sotuyo León?

—Un servidor.

Entonces reímos. Vaya casualidad.

—¿Por qué usted dijo que en Sabanilla hay una cooperativa excepcional?

—Eso, exactamente, venía a preguntarte. Para comprobar si es así de verdad.

Delante teníamos a un joven de estatura mediana y físico fuerte. De él conocíamos, como antecedente, que era un magnífico trabajador agrícola, que fue electo joven vanguardia campesino a nivel de base, municipio y provincia, y que por sus cualidades y resultados participó en el IX Congreso de la Unión de Jóvenes Comunistas y ostenta la condición de Vanguardia Nacional Campesino.

Luego conocimos que el amor por la tierra le venía de sus padres y abuelos. Nació aquí en Sabanilla, y desde muy temprano aprendió a quererla, «porque la tierra es muy agradecida», confesó.

Está claro, entonces, que cuando sus amigos de estudios le dijeron: «¡Guajiro, estás loco! ¿Cómo vas a dejar la Universidad con lo que tú sabes, para irte para el campo?», desconocían su arraigada estirpe de campesino.

De inmediato nos invitó a su casa. Nos presentó a sus padres y abuelos, y comenzamos un diálogo que terminó en los sembrados, «porque me gusta más que la gente vea lo que hacemos a tener que decírselo», enfatizó.

Quien se detiene en el paisaje que aflora en la cooperativa de producción agropecuaria Augusto César Sandino, en Placetas, puede deleitarse con sus sembrados bien limpios y saludables, y darse cuenta de que allí la tierra sí rinde frutos.

En la conversación con Yaidel asomaron palabras claves, recurrentes, que develaron su modo de asumir la vida, «porque yo quiero tener lo mío y para ello la motivación y el interés han de andar juntos».

—¿Los satisface el salario que devengan?

—Ganamos de acuerdo con lo que seamos capaces de producir, y sí, tenemos una muy buena retribución y atención.

—¿Cómo hacen posible el milagro de la bonanza?

—Trabajando con eficiencia ocho horas, porque tampoco hay que matarse en el surco.

—Dicho así parece que es cosa de coser y cantar…

—Ven y agarra la guataca o la mochila con el herbicida o ponte a laborar como está el sol. Comprobarás lo duro que es. Pero, ¿conoces otro modo de tener resultados en el cultivo de la tierra que no sea con entrega?

—¿Siempre esta CPA fue así?

—No. En 1987 estuvo a punto de cerrar por improductividad. Pero se cambió la dirección, las personas se motivaron y se salió adelante. Se empezaron a obtener beneficios individuales que apegaron a los hombres al surco.

—¿Cómo son las relaciones entre los cooperativistas?

—Aquí todos somos como una familia que asumimos nuestra labor con amor, conscientes de que depende de nosotros, en gran medida, lo que tengamos. Te voy a poner un ejemplo de lo que llamamos eficiencia: si estamos guataqueando un cultivo y llega la hora de soltar, pero quedan pocos surcos para terminar el campo, seguimos para evitar tener que volver al otro día al mismo lugar.

—¿Cuál es tu visión sobre cómo debe dirigirse a quienes hacen producir la tierra?

—Las personas necesitan saberse atendidas y también sentir la presión de la exigencia.

«Hay lugares en los que se debe trabajar en el surco ocho horas y están realmente cinco. Después se quejan, pues carecen de buenos resultados en la producción, se desmotivan. Y esto es lo peor.

«¿Trabas? Siempre hay quien las pone por temor a las ideas nuevas o porque se ha quedado varado en el tiempo. Quizá hay concepciones que eran buenas hace 20 años atrás, cuando había más recursos, pero a las que en la actualidad hay que buscarle otra solución desde la propia cooperativa.

«También existen dificultades que no está en las manos de uno resolverlas».

—¿Cuál fue la actitud de tus padres ante tu decisión de comenzar a trabajar la tierra?

—Cuando les dije a mis padres que no iba seguir mis estudios fue terrible, me presionaron, pero al final respetaron mi decisión.

«Mi papá, Arturo Sotuyo, presidente de la cooperativa, me puso la condición de que no trabajaría con él. Entonces estuve un año en una unidad básica de producción agropecuaria y, a cada rato le insistía, hasta que al final estuvo de acuerdo, aunque con la condición de que tenía que ser ejemplo».

—¿Sientes que has cumplido?

—He tratado de hacerlo lo mejor que puedo. Y nos va bien, porque todos empujamos parejo.

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