Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

El alma de una generación

Ochenta y cuatro años cumpliría hoy Abel Santamaría, quien fuera el modelo de revolucionario del Movimiento 26 de Julio

Autor:

Odalis Riquenes Cutiño

SANTIAGO DE CUBA.— «Era el alma del Movimiento…», según lo definió Fidel, y al decir de su sobrina Celia María Hart Santamaría, el hecho de que haya muerto tan joven, así entusiasta y generosamente dispuesto a sacrificarse para salvar a quien él mismo definió como «el hombre de Cuba» —en alusión a Fidel—, lo hace ver como un ángel protector de la Revolución Cubana.

En Martí encontraba todas las respuestas, lo resumiría su hermana Haydée, la más cercana de todos, y ese sentir martiano fue tal vez el mejor alimento para el impresionante sentido de justicia que lo caracterizó y que lo convirtió en el modelo de toda una generación. Así fue el segundo hombre del Movimiento 26 de Julio, así fue Abel Benigno Santamaría Cuadrado.

Desde pequeño, en su andar estuvo el retrato de la convicción y el empeño. Así lo supieron las guardarrayas y cañaverales próximos al central Constancia, en la antigua provincia de Las Villas, adonde fue tempranamente a residir su familia.

Había nacido el 20 de octubre de 1927 en Encrucijada, del matrimonio de origen español que integraban Benigno Santamaría y Joaquina Cuadrado —él, jefe de carpintería del Central, y ella, ama de casa—.

Su hogar estaba instalado en el perímetro agroindustrial del mismo central donde laboró el gran dirigente de los trabajadores azucareros Jesús Menéndez, y quizá eso influyó en que entendiera temprano que debía imponerse sobre aquel ambiente rural e industrial. Así pasó sus primeros años trabajando en el central como mozo de limpieza y despachador de mercancía, y posteriormente como empleado de oficina.

Aquel entorno, sin embargo, no fue obstáculo para que desde temprano estudiara, interpretara y amara a Martí, e interesado por su superación, un poco antes de 1953, con 19 años de edad, se trasladó a La Habana, donde logró ingresar en la Escuela Profesional de Comercio y en el Instituto No. 1 de Segunda Enseñanza.

No sin grandes sacrificios cursó ambos estudios: tuvo que simultanear el estudio con el trabajo, pero logró abrirse paso, al punto de llegar a cursar hasta el tercer año de la carrera de Contabilidad. Por esa misma época descubrió también las obras de Lenin, lo que lo llevó a abrazar la teoría revolucionaria del proletariado.

Sus inquietudes políticas lo llevaron a ingresar en la Juventud Ortodoxa, donde realizó campañas de apoyo entre los jóvenes a favor de su líder Eduardo R. Chibás, y al producirse el golpe militar de Fulgencio Batista, el 10 de marzo de 1952, fue de los primeros en manifestar su repulsa combativa por los hechos.

Su apartamento de 25 y O no tardó en convertirse en un centro de reunión de jóvenes de profundas convicciones revolucionarias, a los que logró aglutinar.

Un día en que se conmemoraba la muerte de un obrero asesinado por la policía en el anterior gobierno, coincidió en el Cementerio de Colón con Fidel Castro. Entonces encontró a quien, como él, creía que «una Revolución no se hace en un día pero se comienza en un segundo», y reconoció enseguida al «hombre de Cuba», al único que podía conducir a su país a la libertad. Fidel, por su parte, conoció a quien había de ser «el más generoso, querido e intrépido de los jóvenes» que con él asaltaría, 15 meses después, el cuartel Moncada.

Esas acciones, unidas a sus características personales: un joven muy organizado, de seriedad probada y discreción extraordinaria, capaz de poner a disposición de los libros, las armas y las municiones el poco dinero que había en su casa, lo que significaba dejar de comer todos los días, estuvieron presentes en aquel amanecer de luz en que, con el ataque al cuartel Moncada, Cuba inició la última etapa de luchas por su definitiva independencia.

Ese día fue hecho prisionero, junto a su hermana Haydée y Melba Hernández, y conducido al cuartel como prisionero junto a los demás revolucionarios bajo su mando. Los torturadores militares querían arrancarle de los labios el nombre del jefe del Movimiento y sus planes, pero Abel guardó silencio al igual que los demás, y esa misma mañana, luego de sacarle los ojos y torturarlo horriblemente, lo asesinaron.

Abel y los demás compañeros que habían salido con vida del Hospital Civil fueron los primeros prisioneros asesinados el 26 de julio de 1953. La fuerza de su gesto, su ejemplo, es hoy luz que acompaña a los nuevos, como el alma de toda una generación.

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