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Acabar con el maestro «de trampolín»

La familia siempre quiere que su hijo tenga un buen profesor, sin embargo, no siempre acepta que su hijo lo sea, sostiene Norma Díaz Rondón, quien luego de más de 50 años dedicados al magisterio ahora ayuda a formar a sus continuadores

Autor:

Margarita Barrios

¿Hay jóvenes que no quieren las carreras pedagógicas?, le preguntamos. Y esta venerable maestra, cuyos alumnos están por todas partes, responde con premura.

«En eso influye mucho la familia, que les dice que busquen opciones donde tengan mayor desenvolvimiento económico. El magisterio lo ven como algo con mucho sacrificio y poco beneficio personal.

«Y es una contradicción, porque la familia siempre quiere que su hijo tenga un buen maestro y le dejan a la escuela el mayor peso de la formación del joven. Sin embargo, luego no desean que su hijo retribuya a la sociedad.

«Todavía hay quienes asumen la profesión como un trampolín, porque no tienen promedio para otra carrera. Y aunque se ha perfeccionado la selección, con la primera graduación no vamos a alcanzar los resultados a que aspiramos.

«Claro que nos toca a nosotros seguir trabajando con esa arcilla, moldearla. Es un trabajo arduo para sembrar en ellos la vocación necesaria y también para que estudien, amplíen sus horizontes, porque lo que no se domina, no se puede enseñar bien».

Luego de más de 50 años dedicados al magisterio, la profesora Norma Díaz Rondón no se siente cansada. Y aunque ya se había acogido al retiro, regresó cuando le propusieron en 2001 ayudar a formar maestros.

«Y en este tiempo me hice Profesora Asistente, luego Auxiliar y Máster. Yo soy de la opinión que estudiar nunca está de más».

Cuando se los encuentra, los alumnos de tantos años siempre le deparan alguna nueva emoción, a veces cuando visita una escuela, o por la calle. «Me reconocen y se acercan con mucho cariño. A veces no los recuerdo, porque están gordos, o canosos, pero cuando me empiezan a hablar, me dan algún dato, vienen a mi mente, porque los rasgos de la cara no cambian».

Norma imparte ahora clases a un grupo de 147 maestros habilitados para la enseñanza primaria, que se están preparando para ingresar a la Universidad. Estos jóvenes ya están dando clases en las escuelas de la capital y ahora realizarán su licenciatura, sin abandonar las aulas.

«Aunque soy profesora de Historia, les imparto Cultura Política. Es una asignatura que me apasiona, pues es tomar los sucesos de la realidad, analizarlos, buscar sus orígenes, su trascendencia».

Esta mujer asegura que nació con la vocación de ser maestra, pues cuando todavía estaba en la escuela primaria ya enseñaba a leer y escribir a los niños de su barrio, y el triunfo de la Revolución la sorprendió estudiando el tercer año en la Escuela Normal de La Habana.

«Me incorporé al primer contingente de maestros voluntarios y fui para la zona oriental. Tenía 17 años y ninguna práctica, porque en aquella época no se vinculaba desde temprano al profesor con el aula, como ahora.

«Luego me sumé a la Campaña de Alfabetización. Me ubicaron en el cuartón de La Piedra, en Pilón, y me designaron responsable de 18 alfabetizadores. Casi todos eran niños de 12 y 13 años, de La Habana. Los campesinos de la zona eran muy buenos y nos acogieron muy bien, tengo de esa etapa los mejores recuerdos.

«Al terminar la Campaña me quedé por cinco años dando clases en las montañas, y luego, como me había casado y mi esposo trabajaba en Santiago de Cuba, trabajé en secundarias básicas de esa ciudad y luego en la capital.

«En 1974, cuando se funda la Escuela Formadora de Maestros Salvador Allende, me incorporé a ese centro, y por último, antes de jubilarme, ocupé el cargo de metodóloga en la provincia de La Habana».

En todos sus años de labor Norma ha estado involucrada en disímiles tareas, todas vinculadas con el magisterio: asesora en diversas instancias, organizando eventos como las Olimpiadas del saber o encuentros con la Historia; en la Universidad de Ciencias Pedagógicas, así como en la elaboración de un texto sobre Educación Cívica y otro sobre Didáctica de las Humanidades.

«Mis compañeros de trabajo, en broma, me dicen: “Norma, yo quiero ser como tú cuando sea grande”. Creo que este ímpetu se debe a que mi padre fue mambí y esa sangre corre por mis venas, así que no me rindo fácil», afirma sonriente.

«Para cualquier tarea digo siempre que sí, y mientras la salud me acompañe trataré de seguir, pues así me siento realizada».

—¿Cómo ve usted la actual formación de maestros?

—A estos muchachos que tengo hoy los asesoro, los atiendo, no solo para que se preparen para la Universidad, sino para ver sus habilidades, su interés por el magisterio. Algunos son brillantes, otros no, esa es la realidad.

«Ellos son de la última graduación del plan emergente y pensamos que no sea necesario volverlo a abrir. El éxodo de maestros se produjo mayormente por el período especial, y aunque el país no tiene posibilidades de darles hoy otros estímulos, lo principal es recibir el amor de sus alumnos.

«Pienso que haber regresado a las escuelas formadoras de maestros es un símbolo de recuperación. Nunca debieron cerrarse y hay que seguirlas perfeccionando. Si antes entraban con noveno grado, por qué no seguirlo haciendo así. Lo importante es formarlos con calidad, con exigencia, para tener el maestro que necesitamos. Los programas están estructurados con mucho acierto y se han ido rectificando con la práctica».

—¿Cuál es el principal consejo que da a sus alumnos?

—Que sean ejemplo. No solo en el aula, en todos los momentos de la vida, porque el maestro es maestro siempre. Y quien no se respeta a sí mismo, no es capaz de enseñar.

Alumnos que son maestros

Marcia y David Rodríguez son dos de los jóvenes maestros-alumnos de la profesora Norma. Ambos imparten clases en escuelas primarias de la capital, mientras terminan su preuniversitario y se preparan para las pruebas de ingreso a la enseñanza superior.

«Es una magnífica profesora, sus clases son perfectas. Me encanta su manera de expresarse, la relación que mantiene con nosotros. De su experiencia pedagógica lo tomaría todo», asegura Marcia.

«A mí lo que más me aporta es ver los conocimientos que posee, su formación, eso le permite explicar de una manera que todos entendemos, porque de manera sencilla nos enseña a razonar», aporta David.

Ambos jóvenes están enamorados de su profesión, y aseguran que lo que más les satisface es la bella relación que establecen con «sus niños».

«Estoy dando cuarto grado en la escuela primaria Alfredo Miguel Aguayo, de Diez de Octubre. Es un año difícil, pero me siento bien, me gusta lo que hago. Espero matricular Psicología en la Universidad, pero no voy a abandonar el aula, sino que esos conocimientos me ayudarán a entender mejor a mis alumnos», dice David.

«Yo doy clases en tercer grado de la escuela primaria Vicente Ponce Carrasco, de La Lisa. Un día —recuerda Marcia— me llamaron de la dirección, y cuando regresé al aula había tres niños llorando, porque pensaron que yo me iba del centro. Ese amor que ellos sienten por mí es lo más bello que se puede recibir».

—¿Qué es lo que no le puede faltar a un maestro?

«Ser ejemplo, porque los niños se fijan en todo, en lo que uno ni se imagina; por eso no se puede improvisar para dar una clase, hay que prepararse bien», afirma David. Mientras Marcia asegura: «Yo creo que pasión y amor, la profesión de maestro tiene que ser así».

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