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El único hombre que ha tocado mi corazón

El doctor Supervieda lo narra todo como quien comenta una película de terror. Marlenis le mira con la admiración propia de una princesa medieval rescatada de la torre de la muerte

Autor:

José Aurelio Paz

«¡Ese es el único hombre que ha tocado mi corazón!», gritó Marlenis, de acera a acera, y el otro tembló ante tanta osadía. Sin embargo, la frase no desató un duelo de espadas entre su marido, un moreno tan alto como ella es de hermosa, y el que venía; sino, en su lugar, el abrazo fue pañuelito perfumado por la gratitud.

Años atrás, exactamente el 28 de julio de 1999, Marlenis Abreu Terry se levantaba más temprano que nunca. La esperaban en el quirófano del propio hospital donde trabajaba, el Antonio Loaces Iraola, de Ciego de Ávila. Cumpliría su sueño de convertirse en una especie de Barbie caribeña, gracias a la dermolipeptomía que le sería practicada. Microbióloga y trabajadora allí, sus compañeras la acompañaron hasta la entrada del salón con bromas, incluso algunas de humor negro, pero a la espera de que todo saliera bien.

Para Eddy Supervieda era una mañana como muchas otras. Entraría a hacer varias cirugías con un equipo de especialistas… Marlenis, su compañera de trabajo, era el último de los casos.

A punto ya de comenzar la operación, los anestesistas se dieron cuenta de que algo anormal sucedía. Empezó a bajar la presión arterial y la frecuencia cardiaca. La sangre cambió de color. Estaban ante un paro cardiorrespiratorio. De manera que, de una raquídea, se pasó, como el volar de un zunzún, a entubarla y aplicarle anestesia general.

Iniciaron, de inmediato, las técnicas comunes de reanimación, pero Marlenis parecía perdida en el mar de la vida y sus compañeros se sentían a la deriva, asidos solo al amor que le profesaban. Se armó el caos. Algunos comenzaron a llorar. Entonces Eddy habló fuerte al grupo, mientras practicaba una incisión en el tórax para dar un masaje directo.

«Afortunadamente el corazón comenzó a latir al contacto con mis dedos, como caballo desbocado. Le colocamos, entonces, una sonda en la pleura y cerramos la herida.

«Fue ahí donde vino la gran disyuntiva. Había estado más de cinco minutos en paro y los daños cerebrales serían evidentes. La mayoría pedía pasarla a cuidados intensivos, pero yo me negué. Dije que si ella había entrado al salón a hacerse la dermolipeptomía para verse más hermosa, yo la iba a complacer en su último sueño».

El doctor Supervieda lo narra todo como quien comenta una película de terror. Marlenis le mira con la admiración propia de una princesa medieval rescatada de la torre de la muerte.

«Te confieso que aquella noche no dormí. No solo porque ella fuera mi compañera, sino por el ser humano que quizá quedaría sumido, para siempre, en un estado vegetativo por el tiempo que había estado en paro. Rogué e hice lo que poquísimas veces en mi vida he hecho: lloré desconsoladamente.

«No recuerdo si al amanecer salí de la casa sin siquiera tomar café. Me obsesionaba verla. No marqué tarjeta en el hospital y subí, derechito, a Terapia. Me sentía el peor médico del mundo en 30 años de profesión. Decidimos, entonces, quitarle la ventilación artificial, a ver si respondía, y ella abrió sus hermosos ojos de morena incontenible y me sonrió».

«Fue un momento mágico —recuerda Marlenis—. Desperté y en medio del sopor vi a este hombre que me tomaba de la mano y me hablaba con la suavidad del encaje. Comenzó a hacerme preguntas de mi vida. Quería saber si había o no daño cerebral. Y yo le respondí: ¿Quieres que te diga mi número de Carné de Identidad? Eso provocó un aplauso en el resto de los médicos y para mí empezó lo que yo llamo un nuevo nacimiento».

Con nuevo corazón

Entre guiños y risas, ella afirma que fue él quien provocó el milagro. La modestia, hecha médico, dice que no, que mucho tuvo que ver su equipo de trabajo, «aunque, a decir verdad, tu corazón estaba loquito por que yo lo tocara, porque enseguida saltó…».

Se abrazan y yo, con mi grabadora en mano, me siento gorgojo en la sopa. Todo parece apagado para que la luz de un abrazo los funda. El flash de mi cámara les recuerda que me han hecho cómplice de esta historia.

«Entendí —afirma Eddy— que un médico no puede dejar que los sentimientos lo dominen en momentos límites de la profesión. Hoy esta mujer me da cada sofocones cuando, en plena calle, me grita la famosa frase que ha hecho suya… y yo ¡para qué decirte! Me siento el jovencito enamorado de una morena que me pertenece por derecho propio. Cada paso que da en la vida lo siento como mío. Nos une un amor distinto, pero nos une, y es la primera que me despierta en mis cumpleaños o el Día de la Medicina, preguntándome por teléfono con voz de caramelo: “¿Quién es ese hombre que ha sido el único en tocar mi corazón?”».

Ella lo mira con esos grandes ojos almendrados que se hacen dulce en almíbar por el agradecimiento: «Lo amo incondicionalmente —afirma Marlenis—. Claro, sé que mi vida no solo se la debo a él, sino también a ese genial equipo de mis compañeros que lo apoyaron.

«Esta experiencia me cambió totalmente. Entendí que el amor se da de muchas maneras y esta es una de las más hermosas, porque me enseñó a dejar a un lado las cosas banales y centrarme en lo que, de verdad, tiene valor. Después de eso logré mi sueño de niña, hacerme sicóloga, y hoy, máster en Ciencias. Disfruto a profundidad cada minuto de mi hijo que ya es todo un atleta. ¿Qué más puedo pedir?

«Te aclaro. Yo fui el vehículo de esta historia, pero lo quiera o no Alicia, su esposa, él es mi héroe. Ese príncipe que despertó a la Bella Durmiente con un beso».

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