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Con la tierra en el corazón

Entre la vida difícil de las comunidades agrícolas, incluso entre prejuicios, se desarrolla hoy la vida del joven campesino. JR se acerca al esfuerzo de tres de esos jóvenes, que siguen apostando al campo cubano

Autor:

Luis Raúl Vázquez Muñoz

CIEGO DE ÁVILA.— No están locos. Tampoco toman un calmante para los nervios. Ante la eterna interrogante, en unas ocasiones se ríen despreocupados con palabras salpicadas de bromas. Sin embargo, en otras ocasiones, cuando el cansancio y las dificultades tensan los ánimos, la sonrisa se convierte en unos labios estirados de manera perceptible.

«Siempre es la misma pregunta: “Tú, tan joven y metido en el campo, ¿estás loco?”. Y la respuesta también es la misma: “No, no estoy mal de los nervios”», dice Daniel Ramón Ángel-Bello, joven campesino de 27 años y usufructuario del Decreto-Ley 259.

A su lado, Lexander Duarte Pla asiente en silencio. Está vestido con una ropa mitad de ciudad, mitad de campo: botas altas de goma, pitusa, pulóver con dibujos grandes y colores vivos y una gorra adornada con grabados. Con 20 años, tiene una caballería dedicada al ganado porcino en la zona de Ceballos, municipio de Ciego de Ávila.

«Conmigo pasa lo mismo —dice—. La gente no ubica a una persona joven metida en el campo, y lo que más le asombra es que un muchacho vaya a trabajar de la ciudad al campo. Te miran como si estuvieras de ingreso para el Psiquiátrico. Yo lo que hago es reírme y decir: ya verán, deja que pase el tiempo».

La nostalgia es la misma cuando terminan una fiesta, descubren que pronto amanecerá y que ya es la hora para estar con los animales. Entonces se cambian de ropa y parten al trabajo. Te enumeran un sinnúmero de dificultades en el bregar diario, pero al final siempre sale la misma afirmación, con un tono de descanso y viejo amor escondido: «A pesar del trabajo, el campo gusta, periodista. No lo dude».

Todavía hay jóvenes, pero...

No son los únicos en pasar por el conflicto de la incredulidad. Este se convierte en una de las situaciones que enfrenta el campo cubano: la carencia de mano de obra joven para laborar en sus tierras y con una tendencia a la emigración de las áreas rurales hacia las urbanas.

Ciego de Ávila, con 424 245 habitantes, es una provincia donde la edad promedio se ubica hoy en los 37, 7 años, de acuerdo con datos recopilados en 2010 y publicados en 2011 por la Oficina Nacional de Estadísticas e Información (ONEI) en el territorio. Según las valoraciones demográficas, tanto en el área rural como urbana existe un equilibrio en el rango de edades comprendidas entre los 15 y los 59 años.

«Esa es una realidad que indican los datos: ese es el grupo que prevalece en las dos áreas —señala Antonio Pérez Hernández, demógrafo de la ONEI provincial—. Aunque los flujos migratorios internos y la salida de los jovénes, hacen que, incluso municipios eminentemente de campo donde los grupos de la tercera edad son menores, hoy se encuentren en una tendencia al envejecimiento».

Las estadísticas indican que Bolivia, en el norte de la provincia, es en estos momentos el territorio más joven: solo el 14 por ciento de su población posee más de 60 años. En una situación semejante se encuentran Primero de Enero y Baraguá, con 15 ancianos por cada cien habitantes. Florencia, en cambio, registra el mayor número de longevos.

«Pudiéramos decir que, en la actualidad, en Ciego de Ávila la balanza no está inclinada hacia la tercera edad —expresa Pérez Hernández—. En eso influye la recepción de emigraciones que tuvo el territorio en la década de los 80. Pero una de las situaciones que se registra hoy es el movimiento de jóvenes hacia las zonas urbanas ante mejores ofertas laborales, donde pueden satisfacer sus necesidades con mayor rapidez en comparación con las que ofrecen las labores del campo. Y eso es una situación a atender en el desarrollo de la provincia».

Con todas esas cosas, yo me quedo

Cuando se pregunta qué necesita el campo para retener a los jóvenes, en la respuesta saltan dos palabras: mayor atención. Con 21 años, Javier Frómeta Sánchez es económico en la CPA Raúl Martínez Alfonso en la localidad de Vicente, en las afueras de la ciudad de Ciego de Ávila.

«En la ciudad se encuentran trabajos con buena paga y sin guapear tanto como en el campo —dice—. También está el problema de la vivienda, el transporte y los espacios de diversión. Existen comunidades campesinas que están muy aisladas y el joven piensa también en otras cosas, como divertirse, conocer otras personas y lugares. Al final se va en busca de otros horizontes que no encuentra en el campo».

Quizá uno de los lados más polémicos e interesantes de la relación actual entre el campo y la juventud cubana es que, pese a las dificultades, existen jóvenes que apuestan a la agricultura como una oportunidad para encauzar sus vidas y, en algunos casos, continuar con una tradición familiar con la que se relacionaron desde niños.

Lexander y Daniel han tenido que afrontar la falta de suministros y la burocracia para echar adelante sus proyectos de fincas junto con sus familiares. Lexander ha enfrentado la carencia de insumos para habilitar las cochiqueras. También habla de cómo desmontar a machete un campo de cítricos en demolición. Las historias de Daniel son igualmente frondosas.

«Con el marabú —cuenta— no te puedes poner a pensar: pártele por el medio y sin temor. Lo que pasa es que no hay un lugar donde buscar suministros con seguridad. Con la comida para las reses es un dolor de cabeza. Yo he estado cuatro días con sus noches durmiendo en una cola para no perder una carreta de hollejos de naranja. Del combustible, ni hablar. Si hubiera más atención, se pudiera producir más».

Con todo Lexander pronto tendrá lista la caballería de tierra y la cochiquera. Por su parte, Daniel y su familia, encabezados por su padre, Ramón Daniel Ángel-Bello Echemendía, entregaron 36 365 litros de leche durante 2011 y se ubicaron entre los mejores productores de ese rubro en el municipio cabecera. Cuando se pregunta por qué se mantienen en el campo a pesar de las dificultades, las respuestas son gráficas.

«Aquí uno ve el resultado de su trabajo —explica Lexander—. Me gustaron los animales cuando pasé el Servicio Militar en el EJT; me di cuenta de que por ahí podía estar lo mío. Lo otro es la tranquilidad, no hay bullicio y la vida puede ser más limpia».

Daniel coincide con él. «Una de las cosas más lindas es cuando tú terminas —dice—, y ves el campo sembrado con tu trabajo o las vacas tranquilas después del pastoreo. Mis abuelos son campesinos, el campo me entró por las venas y el corazón. Si tú me pones un carro y un carretón con un buen caballo, disfruto más el carretón, no sé por qué. Esa tranquilidad que hay en el campo yo no la cambio. Es muy mía. Con todo lo duro que es, yo me quedo con él».

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