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Rosa Aurora: «Me duele que Fernando no va a trascender en otro ser humano»

Afirma Rosa Aurora Freijanes, la esposa de Fernando González Llort, uno de los cinco antiterroristas cubanos retenidos injustamente en Estados Unidos

Autor:

Juventud Rebelde

Como un cubano más, alejado de los pedestales, ve Rosa Aurora Freijanes a su esposo Fernando González Llort, uno de los Cinco.

De cuando en cuando, Rosa Aurora Freijanes coge entre sus manos la pintura que Fernando González Llort le enviara desde la cárcel de Terre Haute, Indiana; los trazos a lápiz devuelven el rostro de ella, con sus ojos de luz y el pelo, ondulado al final, a punto de descansar sobre los hombros.

Fernando, ¡¿también pinta?!

«No hace color todavía, pero sí dibuja; esta pintura la ha hecho en distintas oportunidades, a partir de una foto que me hiciera Bill Hackwell, un amigo de Cuba», agrega la esposa del luchador antiterrorista, encarcelado desde 1998 en Estados Unidos.

Cuando permaneció recluido en Oxford, Wisconsin, Fernando colocó ese close up en el mural de la celda. «Desde cualquier ángulo en que la miraba, me parecía que tú me seguías con la vista -le escribió en una carta-. Muchas veces (…) me encontré (…) sosteniendo un diálogo imaginario contigo».

«Fernando es un hombre de detalles», nos comenta Rosa Aurora en la pequeña sala de su apartamento en La Habana; allí guarda, como fortuna, las cartas de él, quien, ante sus carencias poéticas confesadas, le envió en cierta ocasión los versos de Todavía, de Benedetti, por saberla admiradora de la poesía del uruguayo.

Para «malcriarla», antes de su partida, él la sentaba sobre sus piernas para leerle la poesía de Vallejo, Neruda, Roque Dalton, casi siempre en el balcón, donde muchas veces, acodado, también esperaba que ella regresara de su trabajo en el Banco, en la noche.

«Me estás matando del corazón. ¿Hasta cuándo vas a estar en esta historia?», le decía en la puerta.

Rosa, ¿por qué usted insiste en no presentar a Fernando como un soldadito de plomo, alguien para poner en una vitrina?

Porque lo han encasillado como alguien que nunca se ríe, como un cubano que no es capaz de tomarse una cerveza. Él es una persona muy seria para las cuestiones que conllevan responsabilidad; pero en la vida cotidiana Fernan es un cubano más; por ejemplo, en la casa de mi suegra, se ponía a cantar canciones del Benny. Magali, su mamá, le decía: «Cállate, por tu madre, que nos tienes los oídos desbaratados», y él respondía: «¡Qué bobas son ustedes!, si el Benny me caía atrás para grabar conmigo”.

Dicen que es aficionado empedernido a la pelota. ¿A cuál equipo le va?

Fernan es un fanático de Industriales, cuando había un juego de pelota se encerraba y lo veía en el televisor del cuarto en la casa de mi suegra. Nosotras, por supuesto, poníamos la novela, otra cosa, en la sala. De buenas a primeras lo sentíamos fajado con el televisor, gritándole al mánager: «¿Para qué lo vas a quitar ahora?».

Antes de partir él hacia Estados Unidos, ¿qué más disfrutaban usted y Fernando, quien tuvo entre sus misiones la de monitorear al terrorista Orlando Bosch?

Nos encantaban las fiestas. Ni él baila bien ni yo tampoco, como para hacerlo en una rueda de casino. Íbamos al teatro, al cine; la última película que vimos juntos fue Fresa y chocolate. Él tiene un grupo de amistades desde el Pre, gente también muy divertida, y siempre estábamos inventando algo. Éramos callejeros, en verdad. Por todo eso, Fernan no es un soldadito de plomo.

¿De esos tiempos es la guayabera que él donó al proyecto sociocultural de igual nombre de Sancti Spíritus.

Sí; es de color blanco y mangas cortas. La usó muchísimo, está bien viejita; me daba un poco de pena entregarla por eso.

NUNCA SE QUEJA

Cuando el martes 8 de diciembre del 2009, Rosa Aurora rebasó la puerta de salida del edificio de la Corte Federal, perteneciente al Distrito Sur de la Florida, y puso un pie en la calle, la desazón casi la vence, luego de asistir a la vista de resentencia de su esposo.

En medio de la noche, que empezaba a envolver en luces rutilantes a Miami, no tuvo otra opción que apelar al cigarro de siempre. En su mente, la imagen de Fernando saliendo por un lateral de la sala de la audiencia: uniforme beige, grilletes en los tobillos y una sonrisa, a pesar de los 17 años más nueve meses que la jueza Joan Lenard ha dictado y que lo llevarán a permanecer en encierro hasta el 27 de febrero del 2014, según el sitio digital del Comité Nacional por la Libertad de los Cinco Cubanos en Estados Unidos.

El caso de los Cinco revalida el criterio del barón de Montesquieu de que cuando en la sala de la Corte la política entra por la puerta, la justicia sale por la ventana.

Es cierto; cuando entran a jugar intereses políticos, en este caso representados por la Fiscalía, no se puede esperar mucho de la justicia. Por eso, apelamos a que Obama les conceda un indulto, un perdón presidencial, y a incrementar la solidaridad mundial, a ese jurado de millones del que habló Gerardo.

Los Cinco jamás se han sentido derrotados; Fernan nunca se queja.

OTRAS HUELLAS

Al dejar atrás en el 2007 la prisión federal de Oxford, Wisconsin, Fernando quizás supiese que en algún rincón de su nueva cárcel en Terre Haute una inyección letal puso fin en el 2001 a la vida del ex-soldado estadounidense Timothy McVeigh, autor del atentado explosivo en Oklahoma City, donde murieron 168 personas.

«Ni él ni el resto de sus hermanos tienen nada que ver con ese mundo. Ellos estaban en la Florida para evitar más dolor a Cuba por actos terroristas»”, añade Rosa Aurora.

¿Con quién comparte la celda actualmente?

Con un señor colombiano y Oscar López, un independentista puertorriqueño, que lleva 30 años prisionero.

Hay quienes, presos de la ignorancia, ven como una ventaja que los Cinco puedan llamar de vez en vez…

Hay una realidad: son cárceles del Primer Mundo; pero existe otra: nunca debieron estar allí. Luego de caer presos, estuvimos 27 meses sin saber de ellos; en casi 14 años me han dado visa solo 11 veces. Ellos pueden llamar por teléfono 10 minutos un día sí y otro no; las llamadas son muy breves, porque ese tiempo es el mismo para hablar con su abogado, su mamá y con nuestra Sección de Intereses en Washington.

Ahora, por ejemplo, hace una semana no tenemos comunicación con él; está en lock down (encierro total, una sola comida -fría- al día, ningún contacto con el exterior y nada de baño).

Muchas personas tienen la idea, la referencia de la visita a prisión de Cuba. Aquí le puede llevar la comida que le gusta; allá, lo único que puede llevar es un monedero transparente o un nailito con el dinero para comprar los alimentos en máquinas expendedoras, es decir, un pan con algo, refresco… Al llegar y al irte le puedes dar un beso y un abrazo; no puede haber más contacto durante la visita, que es de 8 de la mañana a 3 de la tarde. Además, en las prisiones federales no existen las visitas conyugales.

Por cierto, en una de las visitas, ante la imposibilidad suya de tener un hijo por una cuestión biológica, le dijo que si cuando él regresara creía necesario tenerlo, usted entendería la separación para volverse a casar. ¿Cómo reaccionó él?

Para él fue como si lo estuviera insultando. Me dijo: «¿Qué clase de hombre tú crees que yo soy? ¿No te he demostrado a través de los años cuánto te quiero? ¿Cuántas parejas hay que por otras razones no pudieron tenerlo?».

Como estábamos contra reloj, antes yo había hecho averiguaciones para hacerme una inseminación artificial; todas las pruebas físicas dieron bien, pero no pudo ser. Luego, por la edad ya no podía tener el hijo; incluso, tuve que someterme a una operación.

Fernan es un hombre extraordinario, y me duele saber que no va a trascender en otro ser humano; esa es una de las cuestiones que más trabajo me ha costado asimilar. Llevamos juntos desde junio de 1990; nos casamos por poder en el año 2002, que no fue lo que habíamos soñado.

Al final del día, cuando usted llega aquí a la casa, y pone el bolso en aquel asiento, ¿qué ocurre?

En los casos de Adriana y mío, cuando uno entra y cierra esa puerta no tenemos ni siquiera con quien hablar. Muchas veces me pregunto: «¿y si me siento mal en la noche?». Le he dicho a mi vecina -como su cama queda en la misma posición de la mía y apenas nos separa una pared bien finita-: «si me pasa algo te voy a tocar en la pared»; pero a veces digo: «¿y si no puedo llegar ni a la pared?» Ya no tenemos 20 años y estamos sometidos a un estrés muy fuerte.

En medio de esa marcada ausencia, usted cierta vez le escribió: «(…) te he visto hacer el café, porque a mí me queda mal».

Ahorita les voy a demostrar que ya no soy tan mala haciéndolo. Realmente, lo hacía muy clarito, no lograba coger la medida. Y cuando le decía: «voy a hacer una colaíta», él respondía: «no, no, espérate, yo la hago». Por la mañana, él se levantaba como un cohete para usar el baño primero, afeitarse, y para que no le tomara la delantera y entretenerme, me traía el café a la cama. Yo fumo y, por supuesto, después del café venía un cigarro, y así le iba dando tiempo a él. Esa es una de las cosas que más extraño.

¿Cocinar?; no sabe; pero sí tiene muy buen apetito.

En prisión ha bajado más de 40 libras; él ha ido cambiando sus hábitos de alimentación y piensa que cuando venga los va a mantener. Un poco en broma, le digo: «¿Sí?; deja que te empates con el congrí, la carne de puerco, la yuca, los platanitos fritos, yo voy a ver si eres capaz de aguantar».

¿Desde cuándo usted no va por Fomento (Sancti Spíritus, en el centro de la Isla)? De esa zona eran sus padres.

Hace cuatro años que no voy; tremendo centralito había antes allí. Mis padres vinieron para La Habana en el 1952 y aquí nací. Fernan me dice: «Cuando regrese, yo quiero ir a Fomento».

¡Qué cabeza la mía! Discúlpenme, vengo ahora, se me había olvidado poner el café.

Tomado de CubaDebate

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