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Chávez, una necesidad

Marisol apenas durmió. Hasta las 2 de la madrugada estuvo confeccionando ese cartel con las banderas de Cuba y Venezuela y un mensaje: «Chávez, estás + vivo que nunca»

Autor:

Nyliam Vázquez García

Cuando todos pensaban que estaba en el aula, ella estaba en la Plaza de la Revolución. Marisol Cruz Torres se fue sin permiso, faltó a clases, pasó varias horas en la larga fila que la separaba de la imagen de Hugo Chávez para ese último adiós desde La Habana. Nada la hizo detenerse en el empeño de rendirle tributo a un hombre que a sus 17 años ella siente cercano.

Marisol apenas durmió. Hasta las 2 de la madrugada estuvo confeccionando ese cartel con las banderas de Cuba y Venezuela y un mensaje: «Chávez, estás + vivo que nunca». Luego se levantó a las 5 a.m. en Boyeros y sabía que su trayecto era uno solo, el único posible cuando Cuba se estremece por el dolor.

Alumna del preuniversitario Eduardo García Delgado, Marisol hizo la fila en silencio, rodeada de gente desconocida, pero a la que la unía la misma necesidad de homenaje a un hombre grande, venezolano, latinoamericano, cubano por más de una razón.

Ella quiere explicar sus motivos, que quizás se parecen a los de otros de los miles llegados hasta el Memorial José Martí, pero se entrecorta su voz. «Yo sé, lo que todos dicen, que Chávez vive en nuestros recuerdos, pero el solo hecho de saber que no lo voy a ver más me pone muy triste».

Su mamá piensa que Marisol llora por otra cosa, pero es el dolor de saber que ese hombre, parte de la vida nacional desde hace más de una década, ya no nos sorprenderá más con alguna visita de imprevisto, con algún canto, con algún mensaje de Fidel, de esos que solo él podía darnos, en calidad de hijo privilegiado de nuestro Comandante en Jefe.

«Él era tan bueno», dice y con ello quisiera resumir las esencias del presidente venezolano, pero agrega: «Venezuela logró tantas cosas, Latinoamérica… le dio esperanzas a la gente».

Menuda, vestida con su uniforme azul, Marisol se aferra a su cartel y sigue intentando dar forma a aquello que la llenó de valor para estar, para vivir ese instante en el silencio sobrecogedor de una Plaza serpenteada por una infinita fila de seres humanos.

«Caminé bastante, pero valió la pena», confirma.

Ella que nunca ha tenido grandes posibilidades económicas, se ve en la obra de Chávez, en la obra de la Revolución cubana.

Hace un recuento final. Ahora que está en 12 grado, que quiere «ser alguien en la vida», sin haber tenido que pagar nunca un centavo por la escuela y después que en enero estuvo en un hospital a causa de una bacteria donde recibió tratamiento gratuito, ella comprende mejor. «Todo eso me dio valor para llegar hasta acá».

«Como dijeron que era el último adiós, yo no me lo quería perder. No quería ni verlo por la televisión, ni que me lo contaran», dijo.

Marisol tendrá que explicar por qué no siguió este 7 de marzo su rutina de todos los días, por qué no estuvo en el aula, por qué no le contó a su madre de sus planes… lo hará seguro más serena. Hugo Chávez le dio valor y decirle adiós en La Habana era lo único que ella necesitaba.

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