Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Tierna mirada que conmina

La fecha convida a preguntarnos cuánto más debemos y podemos hacer en Cuba para nuestros niños y niñas. ¿Podemos estar conformes? ¿Son todos atendidos y educados de igual manera y con las mismas posibilidades?

Autor:

Margarita Barrios

Este 1ro. de junio es el Día Internacional de la Infancia, fecha que se celebra a partir de 1982. Desde entonces, ¿cuánto se ha hecho y qué ha pasado con los más pequeños en el mundo?

Según datos del Fondo de Naciones Unidas para la Infancia (Unicef), más de 600 millones de infantes viven en la pobreza; 250 millones, entre cinco y 14 años de edad, trabajan; seis millones padecen de lesiones causadas por las guerras, y cada 24 horas 8 500 se contagian de sida.

En América Latina, por ejemplo, se han dado pasos importantes sobre todo en la escolarización, y si bien Cuba, Venezuela, Bolivia y Nicaragua han sido declarados territorios libres de analfabetismo, en el año 2010 no asistían a la escuela primaria más de dos millones y medio de niños.

Para nuestra tranquilidad, Cuba exhibe una realidad mucho más alentadora, punto de partida para preguntarse cuánto más debemos y podemos hacer para nuestros niños y niñas, cuyos cuidados de salud están garantizados —incluso desde antes de nacer—, así como escuela, alimentación y otros servicios básicos. ¿Podemos estar conformes? ¿Son todos atendidos y educados de igual manera y con las mismas posibilidades?

La memoria nos lleva a una afirmación del teólogo brasileño Frei Betto quien, en diálogo con los participantes en el Congreso Internacional Pedagogía 2013, sostuvo que la sociedad en que nacemos y vivimos es responsable de los valores morales que llevamos en la cabeza o consideramos aceptables.

Mucho se hace hoy en la escuela cubana por prepararlos para la vida, para que sean capaces de adquirir las bases para una existencia plena, de total integración en el ámbito nacional y de acceso a la cultura de su tiempo, así como que logren una formación para el trabajo y asuman con responsabilidad el sentido de ser útiles a la sociedad.

Pero en realidad preparar para la vida es algo más. Hay que lograr que sean capaces de vivir en sociedad, que significa mantener una relación ética con la naturaleza y con los otros seres humanos, en conciencia de que todos —y en especial las nuevas generaciones— tienen la imperiosa necesidad de preservar la especie humana, garantizar la paz, lograr la protección del medio ambiente y aprehender una filosofía del desarrollo sostenible.

Preparar para la vida es la finalidad del sistema educativo cubano, pero ese cometido rebasa indudablemente los marcos de la escuela y se enraíza en un contexto social al cual se engranan diversos agentes, en primer lugar la familia con su importante influencia.

Algunos maestros aseveran que lo que hacen en el aula se lo destruye luego el contexto social donde vive el alumno. También hay padres que se quejan de lo mismo, pero a la inversa. Quizá esta «falta de comunión», en todos los escenarios y momentos, aborte mejores resultados.

La escuela contribuye a la formación de un ciudadano patriota, culto, sano y apto para el trabajo útil, y de una manera muy especial lo hace desde la puesta en práctica en 2006 de un programa director de educación en el sistema de valores de la Revolución Cubana. Para ello se diversifican acciones que han de evaluarse con sistematicidad, pues el éxito en un ámbito tan complejo como este no lo garantizará que algo esté «reglamentado», sino nuestra voluntad de hallar respuestas a cada nuevo reto.

Existen fortalezas para lograrlo. Resulta clave, por ejemplo, que cada maestro sea un modelo ético —no solo dentro de los muros escolares— y que la familia, célula fundamental de la sociedad, sea ejemplo de actuación para los más pequeños.

Las insatisfacciones las comentamos casi todos. El modo en que se comportan los docentes y los estudiantes —en particular en lo que corresponde al cumplimento de las normas de comportamiento ciudadano y de los deberes escolares— no siempre está a la altura de lo que esperamos como sociedad humanista y solidaria.

Pongámonos entonces todos en coincidencia. Padres, maestros, organizaciones sociales y comunitarias, autoridades políticas y estatales, la sociedad toda, tienen una responsabilidad ética: pensar que bajo nuestras miradas, empinados desde las puntas de sus pies, unos pequeños curiosos esperan la señal que les indique el buen camino.

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