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Voluntad de pequeños gigantes

Miembros de la Sociedad Cultural José Martí compartieron una jornada de canciones y emociones con niños de la Sala de Oncología del Instituto de Hematología e Inmunología del Hospital William Soler

Autor:

Susana Gómes Bugallo

Las miradas delatan, atrapan y burlan distancias. Si es sincero el sentir de alguien, una vez que te ves en sus ojos nunca más podrás salir de su mundo. El de Yordano se quedó en nosotros y bastaron unos instantes de su mirada.

Él es uno de los niños ingresados en la Sala de Oncología del Instituto de Hematología e Inmunología del Hospital William Soler que, a las puertas del nuevo curso, recibió la visita de miembros de la Sociedad Cultural José Martí (SCJM), en un encuentro que tuvo como motivación el cariño y el regalo de materiales escolares, junto a canciones protagonizadas por el trovador Adrián Berazaín.

Todo lo valió el reflejo de los ojos de los pequeños pacientes y sus madres. Así, mientras uno protestaba delicadamente cuando no alcanzaba a ver al Bera, otros no paraban de sonreír y vencían las molestias del tratamiento médico.

Cristian reclamó para que no apagaran el televisor. «¡Los muñequitos!», suspiró. Al minuto me contó cuánto sabía de colores. Sus cuatro años —combinados con la ternura de su mamá y la dedicación de la maestra de todos, Cristobalina Díaz— le permiten ostentar ciertos conocimientos.

De los 15 niños que ahora reciben tratamiento en la sala, tres  deben permanecer aislados: Abraham (dos años); Carlos (onceno grado en el matancero Instituto Preuniversitario Vocacional de Ciencias Exactas), y otro pequeñín que no excede los tres abriles y no nos deja enterarnos de su nombre por la alegría que le han provocado los regalos.

Aymée se atiende en el centro desde pequeña. A punto de sus 19 años y casi terminando la enseñanza tecnológica, reingresa cuando su cuerpo lo necesita. Conversa sobre su tesis con la pedagoga Cristobalina, encargada de mantener el vínculo docente de todos los menores, transmitiéndoles los conocimientos fundamentales que les corresponden.

Martí nos enseñó que a los niños no ha de decirse más que la verdad. Pero esta vez no pude. No les conté de las miradas que se me irán dentro. Tampoco sobre mi esperanza de verlos por ahí: en una escuela, competencia deportiva, un concierto, un parque. Hubo una verdad grande que nadie evitó pronunciar: gracias. Por dejarnos ser parte de su pedacito de mundo, que es el de todos. Por hacernos saber que este 2 de septiembre, como siempre, también entre ellos habrá tiernos luchadores peleando por más conocimiento.

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