Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

«Ni por un millón»

El joven aduanero Sergio Antonio Segura lleva en sí el decoro que le ha inculcado su familia, y ello lo defiende con fuerza en su trabajo

Autor:

Yahily Hernández Porto

CAMAGÜEY.— «Era uno de esos días muy agitados en el salón de la terminal, en el que el trabajo no te da chance de nada. Los colegas en medio de tanto movimiento del personal no se detenían ni un segundo y nosotros, los informáticos, no dejábamos de observar cada uno de los detalles en los pasajeros que arribaban a Cuba», recordó el joven de 26 años Sergio Antonio Segura Fernández, quien no imaginó la prueba que le depararía la vida, una mañana del pasado mes de mayo.

«Estaba muy ocupado realizando mi trabajo, en la Aduana en Camagüey, cuando al retirarme de mi puesto una señora me interrumpió el paso y me pidió muy bajito que la sacara del flujo del control de los inspectores aduaneros.

«Aquel instante me pareció infinito; no podía imaginar que algo así me estuviera pasando. He conocido de casos similares, pero siempre lo había imaginado desde la experiencia ajena.

«Con mucha calma la miré detenidamente por segundos, algo que ella malinterpretó, porque sus palabras, luego de enfrentarla por tanto atrevimiento, me demostraron su equivocación: “Sácame del flujo de control aduanero, que te voy a pagar, y bien, por este favor”.

«Aún aquellas palabras me desconciertan, pues no fue solo que me habló bajito y muy segura de sí, sino que después de mirarla indignado y de replicarle “aquí nadie puede violar el control aduanero”, me agredió verbalmente, con una expresión que prefiero no repetir.

«No me dejé provocar. La miré y procedí con lo establecido. Le indiqué silencio, la conduje y denuncié su mal proceder, porque a mí nadie me pone precio.

«Cuando estas cosas le pasan a uno te quedas por un tiempo preguntándote: ¿Por qué yo? ¿Qué me vio: cara de novato, de inexperto...? Pero se equivocó.

«No olvido cómo después de contarles a mis padres, papi solo me dijo: “Con los principios no hay equivocaciones. Ni se compran ni se venden, son intocables; y para tenerlos adentro, en el corazón y en la sangre, solo hay que andar con la verdad de frente. Para eso no se necesita edad, sino ser un hombre desde que se nace”.

«Sus palabras no se me olvidarán nunca. En mi mamá, Pilar, y mi papá, Sergio, pienso todos los días, porque desde que nací ellos me llaman campeón, y ese día también me dijeron: “Ahora sí eres nuestro campeón”. Eso me llegó al alma, al igual que lo de mi suegra cuando expresó: “Tu actitud no me sorprendió”.

«Y te quedas lelo, porque yo nunca había reparado acerca de lo que piensan de mí los que me rodean; el ajetreo diario con que vives te imbuye en otras cosas y a veces se me olvida que estamos rodeados de gente buena, que te quiere y respeta.

Sergio se sintió muy impresionado por el reconocimiento que le hicieron sus compañeros, el Comité de Base de la UJC y sus vecinos. Ellos, dijo, enaltecieron mi actitud, «que no es más que el reflejo de mi familia, y el de muchos cubanos de siempre, a quienes les ha sobrado la divisa de la verdad y la vergüenza».

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