Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Cada cubano tiene su Almeida

El Comandante de la Revolución, Juan Almeida Bosque, fue todo un paradigma de revolucionario. Quienes lo acompañaron en sus luchas desde la Sierra lo recuerdan como un guerrero valiente, que se «comía» el mundo, pero sin alarde; muy afable, gentil y educado

Autor:

Luis Hernández Serrano

Bruno, un personaje de la novela Sobre héroes y limbos, publicada en 1960 por el escritor argentino Ernesto Sábato, dijo: «Nunca suceden cosas». Pero se equivocó. Los hechos, sobre todo los más sentimentales y profundos, están como predestinados, y a veces se convierten en grandes conmociones o noticias, como por ejemplo la muerte de Juan Almeida Bosque, el 11 de septiembre de 2009.

Al redactar estas líneas, me latió en la frente lo que un entrevistado, que tuvo una juventud de pobreza obrera como la del Comandante de la Revolución al que nos referimos, me contara, sugerido por su madre enferma y moribunda: «Tu riqueza, mi hijo, es la inteligencia natural que tienes. No la emplees para el mal. Y cuando te veas en un momento difícil, de peligro, prácticamente solo o golpeado por algo en la vida, no te dejes gastar nunca antes de tiempo por un problema, sé valiente y ejerce con fervor tu dignidad».

Eso hizo Almeida cuando el desastre de Alegría de Pío, al tercer día del desembarco del Granma, el 5 de diciembre de 1956, cuando le gritó al enemigo con todas las fuerzas de su alma: «¡Aquí no se rinde nadie…!», como respuesta instantánea a la exhortación de rendirse adjuntándole una gráfica palabra del valor de los cubanos, heredado de nuestros mambises, a lo Maceo… quien también tenía su brava piel de noche libre.

Y de la misma manera que cada cubano tiene su Félix Varela (la semilla); a su José Martí (la flor) y a su Fidel Castro (el fruto), cada patriota tiene a su Juan Almeida, como otro de los Maceo.

Como lo tiene María Mercedes Sánchez Dotres, para el Che, Carmencita, y para su jefe, Almeida, Mercedita, combatiente del Tercer Frente Oriental Mario Muñoz Monroy, en las montañas orientales.

Para ella, clandestina en Holguín y guerrillera en las montañas de Santiago de Cuba, Almeida fue todo un paradigma de revolucionario: «Lo recordamos como un guerrero de valentía modesta, que se comía el mundo sin alarde, muy afable, gentil y educado.

«Sin dejar de ser un jefe guerrillero exigente, un guerrero audaz, un ejemplo en el combate, se preocupó siempre por estudiar y aprender. Lo vi leer La divina comedia, de Dante».

Era extremadamente cortés con las compañeras y muy respetuoso con todos. Muy organizado. Abogó por escribir la historia de la gesta rebelde y fue un padre de la investigación sobre la guerra civil española, para reflejar el heroísmo internacionalista precursor de nuestra presencia combativa en África. Y como compositor reflejó la alegría de nuestro pueblo».

Almeida nos recuerda al verdadero amigo, que critica de frente y era de los que consideraba que el rango se obtiene por decreto y la jerarquía por actos ejemplares. El que tiene rango dice: Vayan, y el que tiene jerarquía: Síganme.

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