Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Centinelas de huracanes

La estación meteorológica, ubicada en el extremo occidental de Cuba, cumplió 40 años

Autor:

Mayra García Cardentey

LA BAJADA, Sandino, Pinar del Río.— Por él culmina o empieza todo. En medio de una temporada ciclónica, el radar de La Bajada vaticina los últimos designios del recorrido de algún evento climatológico de este tipo por o cerca del archipiélago; en otras épocas del año recibe a los organismos prefrontales que traen lluvias o frío.

Ubicado en lo más occidental de la provincia pinareña, el radar de La Bajada constituye una herramienta importante para velar cada uno de los fenómenos atmosféricos que se avecinan a la nación.

El Doctor José Rubiera definió a esa instalación en una visita como una «magnífica estación de radar» y a sus trabajadores como «insomnes centinelas de huracanes y tormentas al sur del occidente cubano».

Rubiera elogió el centro y lo calificó como de «gran ayuda al pronóstico y a la protección de nuestro pueblo. Las condiciones son excelentes y la atención escapa a todo superlativo», expresó en el libro de visitantes. Este año, dicha estación meteorológica cumplió cuatro décadas.

Radar certero

Como resultado de un proyecto de financiamiento del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo, el emplazamiento comenzó a construirse en 1972. Su inauguración fue en agosto del siguiente año.

Junto a este radar se implementaron también dos más en la Isla de la Juventud y Santiago de Cuba, todos bajo el modelo RC-32B. La puesta en marcha de dichos dispositivos se debía al interés de crear un sistema de radares en el área del Caribe, frecuentemente afectada por organismos hidrometeorológicos de diferente tipo.

«Para aquel entonces era una tecnología bastante avanzada; se instaló un sistema analógico de importancia para la época, pero el servicio meteorológico no era lo que es hoy», aseguró Raúl Rodríguez Llaugert, fundador y quien primero realizó una observación en el local.

«Antes era más difícil: todo se hacía a lápiz, se transmitía por códigos al Instituto de Meteorología y se decodificaba allá. Tantos procederes se volvían un poco engorrosos y podían traer errores de paralaje», recuerda el veterano, quien se ufana de pertenecer a un centro que nunca ha cometido errores. «No hubo diferencia entre nosotros y el avión de reconocimiento. Nuestras posiciones y cálculos siempre coincidían».

Cuarenta años después

Según explicó a JR Gonzalo Linares González, director de la estación, el radar ha funcionado ininterrumpidamente. En la actualidad cuenta con cuatro operadores, un especialista principal y un ingeniero electrónico.

«Si se tiene en cuenta la posición geográfica privilegiada, sus procedimientos son de vital importancia», recalcó.

«Durante muchos años se trabajó en su puesta original, de carácter convencional analógica. Es hoy una tecnología atrasada en el mundo, pero con un nivel de confiabilidad alto.

«En el año 2005, como parte de un programa nacional para perfeccionar los servicios meteorológicos, se automatizó el radar, pero sus elementos fundamentales siguen siendo los mismos: el transmisor, el receptor y la antena; solo se incorporaron componentes digitales de mando. Las ventajas son enormes», puntualizó el directivo.

Rodríguez Llaugert, experimentado operador, especificó: «Ahora es diferente; no hay que codificar y decodificar. La señal que veo aquí, la ve el Instituto, el Centro de Radares de Camagüey, el mundo entero, está en Internet».

Linares González explicó, por su parte, que la perspectiva para los próximos tres años es asumir tecnología de efecto Dopler. «De esta manera se pueden ver los tornados asociados al huracán; el radar convencional no los capta», expuso.

Un soldado no abandona la guerra

Rodríguez Llaugert aún recuerda con tristeza aquel septiembre de 2004. Cercano a las costas de la península de Guanahacabibes pasaba el huracán Iván categoría V; la orden fue evacuar las instalaciones.

Por primera y única vez en la historia se trasladó a todo el personal y los medios materiales de la estación, por el peligro que se avecinaba.

A él no le gustó abandonar su puesto de trabajo. «Siempre dije que tenía que ser un tsunami para que subiera la loma esta. Nos sacaron a todos de las orillas de las costas. Pero nadie quería irse, ni las cocineras. ¿Cómo un soldado va a entregar el fusil cuando viene la guerra?».

Aunque en medio de un paraje tranquilo y alejado de la vida citadina, Rodríguez Llaugert aclaró que la vida nunca ha sido aburrida allí. «Siempre tienes algo que hacer, te superas constantemente».

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