Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

La Revolución también está hecha para alcanzar la mayor civilidad

En mayor o menor grado, ello no solo pasa por el comportamiento común y corriente de las personas, sino también por el funcionamiento eficaz y certero de la red de servicios que pueden hacer al ciudadano mejor, sostiene, desde una mirada plural de la cultura, el destacado antropólogo cubano Jesús Guanche Pérez, distinguido recientemente con el Premio Nacional de Investigación Cultural 2013

Autor:

Yoelvis Lázaro Moreno Fernández

Un examen a la realidad nacional siempre resulta una convocatoria tentadora, halagüeña, propositiva; mucho más cuando las reconfiguraciones del escenario actual invitan a convertirnos en observadores activos, sin que figuren posturas acomodaticias, ni criterios traspapelados, ni advertencias descuidadas por no ser habituales.

Tiempos de cambios implican también lecturas de cambios, oídos más abiertos, visiones diferentes de los procesos, miradas más amplias a los fenómenos que gravitan sobre un país que se transforma y que no se adjudica ese principio con fragmentaciones —aunque exista total respeto por lo específico—, sino en su integralidad, como un todo psicológico, social, económico y especialmente en su cultura.

Y dígase cultura entonces para entender lo que somos y hacemos, en una diversidad del ser humano por el ser humano, que nos permite ensanchar los horizontes y asumir ángulos más extensos dentro de nuestros propios debates y trazados sociales. Por ello, desde esa perspectiva de la sociocultura como interesante área de análisis, se vive con satisfacción este diálogo con el destacado antropólogo cultural, Doctor Jesús Guanche Pérez, académico de mérito de la Academia de Ciencias de Cuba, profesor universitario y miembro de la Fundación Fernando Ortiz.

El intercambio nos aproxima a un acucioso intelectual, distinguido recientemente con el Premio Nacional de Investigación Cultural 2013, que confiere el Instituto Cubano de Investigación Cultural Juan Marinello. Especialista en temas de Etnología e Historia del Arte, y ferviente defensor de nuestras raíces africanas y españolas, a juzgar por la prolijidad de sus estudios en estos ámbitos. Pero el repaso a las complejidades cubanas de hoy rebasó herencias, costumbres y tradiciones artísticas o literarias. La mirada experta del antropólogo fue mucho más allá.

—Civilidad y cultura cubanas a inicios del siglo XXI. ¿Qué pesan más: las convergencias, las contrariedades o los desafíos?

—Hay convergencias insoslayables entre civilidad y cultura. Mientras más preparados estemos de cara a los desafíos de esta complicadísima centuria, más cercanos nos ubicamos a niveles de civilidad aceptables, no solo en lo referido a la cultura nacional, sino a otros referentes foráneos que nos van a permitir comparaciones permanentes y a veces necesarias. Nos hace falta saber cómo se opera en tal sentido en Europa, en Asia, en América Latina, aunque no podemos renunciar nunca a nuestros orígenes.

«Se da una relación interactiva muy valiosa en esta esfera, al no ver la cultura como expresión libresca, sino en el sentido de integralidad de la percepción cultural, tanto propia como ajena, y el respeto que implica esa percepción.

«Sin embargo, hay muchas contrariedades también. Ni la escuela ni la familia pueden competir con las propuestas de los medios. A veces, hasta con asombro, se disponen para el consumo del gran público producciones, algunas mediáticas, otras circulantes por vías alternativas, que son promotoras de la vulgaridad, el maltrato y la violencia verbal, aspectos poco amigables con un proyecto social superior al capitalismo. Y no es que no tengan calidad, todo tiene calidad, lo que puede ser óptima o pésima.

«Las expresiones de la música y la danza que se prestan para la agresividad contra las personas no pueden tener cabida alguna. Y la solución está en la selección cualitativa, no en la censura».

—Reflexionemos ahora un poco sobre el civismo como concepto, ¿de qué modo ha estado vinculado a la historia del proceso revolucionario cubano?

—Bueno, vamos a partir de una idea esencial: la Revolución también está hecha para alcanzar la mayor civilidad. El hecho de haber superado en una etapa histórica los desastres del capitalismo dependiente, y proponerse una vocación de carácter socialista es un acto de civismo en sí mismo. Ahora bien, una cosa es el programa, con todas sus proyecciones, y otra es el comportamiento del ciudadano medio ante determinadas situaciones sociales. En Cuba el grado de instrucción alcanzado por la población daría esa posibilidad, de cara incluso a un proceso de integración regional, ya que sería de un chovinismo extremo mirarnos siempre al ombligo.

«El desafío de la civilidad en cualquier lugar es complejo, porque hay que atender a situaciones muy bien identificadas como la desigualdad, que deja resacas fuertes en cualquier proyecto social.

«Pero yendo por lo que me preguntabas, no olvidemos que los grandes revolucionarios cubanos, desde la etapa colonial hasta nuestros días, han sido personas de una alta preparación intelectual, conscientes por su inteligencia y su experiencia de vida de todo lo que están haciendo. Y ello ha conferido, históricamente, cierto valor asociado al liderazgo y la capacidad de mando dentro de la propia construcción a la que aspiramos».

—Socialismo es socialización, afirmaba usted meses atrás, y argumentaba que esta última está marcada por la participación en su sentido más abarcador y dinámico. ¿Qué prácticas pudieran fomentarse hoy para que un proyecto de país como el nuestro resulte más inclusivo desde su propia cultura?

—El tema de una participación inefectiva sigue siendo una asignatura pendiente, que merece dársele continuidad para promoverse bien después. Participar no es asistencia, ni compulsión masiva ni discursos consignatarios. Ello implica actitudes mentales respecto a las acciones, implica estudio del potencial humano que se va a beneficiar con esos procesos, lo cual traería consigo también variaciones en el discurso, especialmente en la manera de examinar la realidad.

«En las ciencias sociales cubanas se están haciendo acciones múltiples. Una de las más recientes está vinculada con el patrimonio gnoseológico del país a la luz de los premios de la Academia de Ciencias. De dicho patrimonio se realizó una actualización con vistas a incidir en la introducción de resultados en la práctica social a nivel de enseñanza, pero sobre todo en la toma de decisiones.

«Ese proceder es esencial, y hay que continuar estimulándolo. El resultado científico, en cualquiera de sus expresiones, tiene que ser una herramienta vital para el trabajo de intelectuales, políticos, empresarios y comunicadores».

—Economía, cultura y sociedad. En una Cuba llamada a la racionalidad, ¿cómo lograr armonías sin que pesen términos absolutos en este trinomio?

—Vayamos por partes. La economía es un instrumento, no es más que un medio para el desarrollo. El fin siempre seremos nosotros mismos, los seres humanos, la sociedad, portadora de una cultura, de una forma de hacer y pensar el mundo. Y eso es lo que se pierde si nos convertimos en datos estadísticos, y no en elementos de atención directa para el propio desarrollo.

«Si hablamos de economía en una sociedad como la nuestra, que apuesta permanentemente por la salvaguarda de su cultura, el gran cometido de la descentralización, si se quiere un socialismo próspero y sostenible, es ser funcional, racional y útil, basada en la riqueza de nuestra propia diversidad, porque no es lo mismo, por ejemplo, un área con predominio de la producción cañera a otra donde prevalezca lo fabril. Todo cambia, desde la gente hasta los hábitos de vida. Por eso debemos pensar de abajo hacia arriba.

«Lo más importante es el reconocimiento en la práctica de que este es un país culturalmente diverso, a la hora de decidir y a la hora de proponer. Opciones que se le brinden a una zona cenagosa no pueden ser iguales que las presentadas a ciudades o a otras zonas rurales, porque aun cuando todos nos sintamos cubanos somos también únicos. Y ese es un factor esencial cuando se establecen y aplican políticas».

—En cierta ocasión usted refirió que el tema de la identidad es un terreno movedizo y en extremo controversial. ¿Dónde radican las principales inquietudes sobre este asunto en la actualidad?

—Desde el punto de vista lógico la identidad parte de la matemática, bajo el principio de que uno es igual a uno. Si tú comienzas a ser desigual de ti mismo, entras en crisis con ese sentido de identidad. En la actualidad, al respecto, hay posiciones muy contradictorias, desde autores que hablan del término como una falacia, hasta otros que apuestan por la defensa del sentido de pertenencia para no dejar de ser.

«Respeto las inteligentes propuestas que ha realizado en los últimos años el Estado Plurinacional de Bolivia, donde se ha ganado conciencia de la importancia de proteger lo identitario, dentro de esa diversidad étnica y lingüística que los distingue ante todas las presiones externas a las que está sometido el país.

«En Cuba la defensa de la identidad es para no dejar de ser. Y esa es una razón bien fuerte que se emparenta con nuestras guerras de independencia y llega hasta nuestro propio futuro a largo plazo. A veces no lo creemos así, pero hemos de entender que formamos parte de un programa de absorción por un vecino cercano desde hace mucho tiempo.

«Examinar los valores culturales internos y compararlos permanentemente con las influencias exógenas es una forma también de estimar la identidad cultural del país. El ser humano no es ser humano sin su cultura. Si algo nos diferencia por esta condición es el hecho de ser portadores y transmisores de determinados tipos de información y creencias».

—Si tuviera que enunciar el elemento que más identifica al cubano en su psicología sociocultural, ¿cuál sería?

—La altísima capacidad de resistencia ante los problemas. Muchas veces nos caracterizamos por no llorar frente a las dificultades; nos burlamos de los obstáculos como un mecanismo previo a su salida o solución. Ahí está, por ejemplo, el rol del chiste popular en nuestra cultura, reconocido durante la realización del Atlas Etnográfico de Cuba como el primer tipo de narración oral que se destacó, por encima de mitos, cuentos y dicharachos.

«Sin lugar a dudas, el chiste ha sido para los cubanos un recurso de firmeza, como expresión sociocultural que nos viene de las raíces africanas y españolas, pues en la tradición hispánica, la picaresca tiene una connotación fortísima».

—A veces se entiende lo tradicional en la cultura de modo conservador, como si constituyera una regresión al pasado. ¿De qué modo se logra el complemento entre la tradición y la modernidad?

—Se trata de un tema muy socorrido en los estudios contemporáneos de esta área porque, justamente, lo tradicional está constreñido a erigirse de cara a la innovación. En ese maridaje solidario está el complemento.

«Un ejemplo bien interesante, en este sentido, son las Parrandas de Remedios, realizadas recientemente, declaradas Patrimonio Cultural de la Nación. En estas fiestas conviven elementos tan arcaicos, como los pendones, con otros muy modernos, como son los programas de computación que regulan el encendido y apagado de las luces de los trabajos de plaza. Y eso es tradicional porque mantiene una unidad de acción que posibilita una convivencia armoniosa entre lo viejo y lo nuevo, entre lo emergente y lo establecido, lo cual no siempre se logra».

—¿Y lo popular ante tantas hibrideces? ¿Cómo ha quedado? ¿Colapsa, se transfigura o ensancha sus límites?

—La significación de lo popular depende del prisma de referencia con que se mire; obedece a su propio alcance conceptual. El término cambia de un espacio cultural a otro.

«Para que se tenga una idea de la variedad, el académico chileno Néstor García Canclini asume la categoría desde lo que hacen las personas en su comunidad. Sin embargo, en el escenario estadounidense, donde se halla el gran monopolio de los medios de comunicación, lo popular es lo que se consume.

«Todo ello tiene una importancia decisiva en la conformación, digamos homologada, de gustos y preferencias. Por eso es explicable la reacción a nivel internacional en favor del rescate de las identidades como un mecanismo de defensa a partir de los valores culturales propios de cada lugar, ante la propuesta de los grandes medios, lo cual exige aguzar las miradas, desde escenarios locales, para no caer en concesiones de contenido y estéticas lamentables.

«En nuestro país están identificadas cientos de agrupaciones tradicionales que seguirán siendo lo que son, sobre todo por lo enraizado de sus prácticas culturales. Creo que no hay colapsos ni rupturas en este sentido, sino más bien ensanchamientos, pero ensanchamientos que obligan a repensar bien cualquier tipo de coexistencia».

—¿Cómo valora en los últimos años el legado cultural en Cuba?

—Si bien resulta esencial mantener vivas las tradiciones populares, así como la necesidad de no ponerle límites a la creación artística, es decisivo saber cómo transmitir las propuestas en su esencia, o sea, de qué modo comunicarlas de una generación a otra.

«Creo que falta mucho por pensar y hacer al respecto. Nos dispersamos a veces entre tantas intenciones. Las mayores complejidades estriban, no en los soportes en sí, sino en el uso que se hace de estos. Y conjuntamente con ello, en la manera en que se tratan los contenidos, se jerarquizan las propuestas y se respeta el objetivo de lo que se quiere comunicar».

—Es preocupante que muchos jóvenes, entre los que no quedo del todo excluido, desconozcan áreas raigales de nuestra cultura. O lo que es peor, no se interesen por ellas. ¿Qué se pudiera hacer para incentivar algunas expresiones de la identidad cubana?

—Eso tiene que ver con muchas cuestiones. Recuerdo, en parte con alegría y en otra con dolor, a un destacado físico miembro de la Academia de Ciencias de Cuba, que decía que si no se incorpora la enseñanza de la Física Cuántica de manera temprana a la enseñanza general, pudiéramos quedarnos extremadamente atrasados en cuanto al desarrollo de este campo para el propio pensamiento, alcance y estudio de la realidad. Y quien dice la Física Cuántica dice otras áreas del conocimiento.

«Los temas de los factores culturales en Cuba se entroncan con el sentido de pertenencia, y no los resuelve solo la enseñanza de la Historia. Además, pueden ayudar a zanjarlos los elementos culturales que dan origen a la nación, y que son parte de la historia. Pero no se trata solo de la historia de los grandes hechos patrióticos, económicos, políticos y sociales, sino también de la historia cotidiana, que es una vertiente muy fuerte, sobre todo por su vinculación con la riqueza de cada localidad.

«El espacio en que vivimos es potencialmente admirable. Ahí es donde se amerita el estímulo, el incentivo. El conjunto de tesoros locales constituye la nación. Permíteme acudir a esa frase bastante aludida de José Martí de que “Patria es Humanidad”. Y casi nunca referimos la segunda parte de la expresión: “es esa parte de la humanidad donde nos ha tocado nacer”. El Apóstol, cuando valora la noción de humanidad, no se enfoca en lo global, sino en el papel de lo local.

«Si no se tiene sentido de pertenencia por el espacio menor de uno, jamás podrá pensarse en la nación como factor envolvente del proyecto personal de vida.

«También debemos ver bien qué entendemos por historia, lo cual se reduce en ocasiones a una sucesión de hechos fríos. Nuestra historia no arrancó ni remotamente con Cristóbal Colón. Por ello hay que replantearse la noción de prehistoria, que es falsa completamente. Es historia, lo que con otras fuentes. Puede ser tan fuente un hueso, como una palabra escrita. Con el hueso te puedes equivocar a la hora de clasificarlo, pero la palabra escrita puede ser, igualmente, incierta».

—Las tecnologías nos ponen en la actualidad de cara a un diálogo intercultural improrrogable. ¿Cómo aprovecharlo en función de nuestro proyecto social?

—Cuando uno estudia a Cuba, aunque geográficamente somos una isla, tan isla como la Isla de la Juventud, que en extensión geográfica es mayor que 19 Estados del Caribe, no podemos perder la visión continental del asunto. No estamos tan aislados de otras áreas, por lo que no es muy saludable que busquemos estrategias extremadamente endógenas, centrípetas, sobre todo por la apertura que siempre hemos tenido a otras influencias culturales.

«La Revolución ha creado un potencial humano inmenso que ojalá pueda utilizarse siempre de manera adecuada en la asimilación de las influencias más contemporáneas, que llegan ahora con las tecnologías y la vida entre redes y conexiones. No nos olvidemos de que la realidad es una y las maneras de interpretarla resultan muchas. Pienso que el aprovechamiento dependerá siempre de nuestras finalidades».

—En el país hay capacidad e inteligencia suficiente para pensar y actuar a favor de nosotros mismos, destacaba usted en una de sus conferencias. Situándonos sobre el eje sociocultural de la nación, ¿dónde se ubican nuestras mayores reservas?

—Pienso que en las posibilidades organizativas, con eso basta. Un ejemplo en el país, de referencia a nivel internacional y considerado además uno de los grandes logros de la Revolución, está asociado al sistema de la defensa civil. De ese modo se han logrado contrarrestar al máximo los desastres naturales, lo que ha sido posible por grandes y oportunas movilizaciones antes, durante y después de los desastres.

«Por ese mismo rumbo, habría que repensar entonces cómo se pudieran reducir al mínimo posible las complejidades sociales a partir de las potencialidades que tiene el país. Y ahí entra el tema de la indisciplina y volvemos a la civilidad, que fue por donde comenzamos conversando, para cerrar el ciclo.

«Las cuestiones asociadas a la indisciplina social, o lo que es igual, la civilidad, en mayor o menor grado, no solo pasan por el comportamiento común y corriente del ciudadano, sino también por el funcionamiento eficaz y certero de la red de servicios que pueden hacer al ciudadano mejor. Esto es vital para poder aspirar a un ciudadano respetuoso y culturalmente situado.

«No existen dudas de que el país tiene aseguramientos organizativos suficientes para enfrentar los desastres sociales, que no son más que los desequilibrios o desórdenes que se dan en la vida cotidiana de la población. Ahí cabría incluir desde el ruido y todas sus transgresiones hasta el desconocimiento jurídico que lleva a no conocer lo que está legislado para cumplir con los deberes y exigir por los derechos.

«Hay que defender al ciudadano para que se civilice cada vez más, y eso es algo multidimensional. De la misma manera que ha existido una política coherente para la defensa civil, habría que pensar en una política no menos coherente para la defensa de la civilidad a todos los niveles, de manera orgánica, porque la realidad es un sistema, no son aparatos funcionando de modo desordenado».

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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