Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Se lleva en la sangre

Una productora ganadera demuestra con los resultados de su finca el valor de la mujer en el campo

Autor:

Mayra García Cardentey

BRIONES MONTOTO, Pinar del Río.— «Tú ves la muchacha esa, la presidenta de la cooperativa en la novela que se acabó, esa no trabaja ni la mitad de lo que yo hago aquí», dice mientras abre el portón de su finca El Rocío, en los límites entre el municipio de Pinar del Río y Consolación del Sur.

El olor característico del ganado espantaría a más de uno, pero a Justina Domínguez Hernández, usufructuaria dedicada a la cría de ejemplares vacunos en la CCS Celestino Pacheco, le parece el paraíso. Por si fuera poco, ya exige más: «Ando loca porque me den par de búfalos para ver qué tal me va», comenta risueña.

Presta, con pantalones bien ajustados, tenis bajos, pulóver que moldea las aprovechadas libras y un sombrero peculiar, recibió a este equipo en su pequeño reinado. Una especie de Lala Contreras o una Isabel apareció en nuestra vista.

De casta le viene a la ganadera

Su finca El Rocío, en el asentamiento Marcos Vázquez, ronda las 22 hectáreas, 13 de estas dedicadas al ganado para el resguardo de unas 92 cabezas, entre las que se destacan las 35 vacas productoras y novillas.

Toros, bueyes, terneros y añojas conforman este minizoológico pecuario que Justina ha logrado formar en apenas cinco años.

El resto del territorio lo dedica a la siembra de tabaco y cultivos varios, incluidas dos hectáreas de frijol potenciado.

«Vengo de una familia tabacalera; todo lo que he visto es campo en mi vida y no quiero otra cosa. Algunos incluso me asocian con mi herencia de ganadera por mi bisabuela Marina. Solo sé que sin mis tierras y mis vacas no puedo estar».

Mujer orquesta

La jornada inicia para Justina a las cinco de la mañana. Media hora después ya pasea a sus «Lazarita, Trilliza, Maximina, El Coco»... las llama una a una, como si fueran hijas o hermanas. «Mira que esta Azuleja es remolona», se ríe como si regañara a un crío.

Solo ayudada por dos hijos, un sobrino y un cuñado, la líder de la tropa se las ingenia para consensuar caracteres y estilos de trabajo en estas huestes. «Imagínate (risas), no es muy fácil que digamos, pero el que no haga lo que le digo se va».

La campechana usufructuaria le tiene poco temor al sacrificio. «¿Que si se trabaja?», y enseña las manos. «Estas te lo dicen todo. Lo mismo ordeño, que alimento animales, que siembro, que desbotono tabaco... Lo que haga falta.

«Lo más difícil es lo que más me gusta: el ganado», manifiesta mientras acaricia a Lazarita, en tanto el equipo toma distancia prudencial del curtido animal. «¿Miedo?, ¡qué va! Al contrario, los quiero con la vida. Si mis animales están mal no duermo; si se me quedan sin comer sufro igual que ellos».

¡Se puede!... Y más

Los 11 500 litros de leche entregados avalan el quehacer productivo de El Rocío. «He pensado hasta dejar de sembrar tabaco para criar más ejemplares».

Justina es mujer de palabra y voluntad: «Muchos pensaron, cuando empecé, que no podía. Algunos cosecheros me decían que para qué meterme en eso. Hoy me siento suficiente para las tierras y los animales que tengo… y para los que vendrán».

La carga doméstica no es poca tampoco, y en tiempos de alza de tabaco, además de lo que usualmente hace como jefa de la finca, cocina para unas 25 personas. Tan solo verla resulta agotador.

«¿Cómo lo resisto? ¡Alabao! Ni yo misma sé; solo que cuando me siento no me puedo ni parar. Aquí no hay días festivos, feriados. No hay descanso. Es un trabajo de siete días y 24 horas.

«Mi esposo incluso me dice que no quiere saber de vacas. A mí no me da miedo. En la familia a la que le encanta el ganado es a mí. Mis hijos trabajan conmigo para seguirme la rima, porque no les queda más remedio (risas).

«¿Que si hay falsas creencias sobre las mujeres ganaderas? Para qué te digo», enfatiza mientras quita el estiércol de los zapatos. «Nada tiene que ver una cosa con la otra; puedo estar llena de animales acá, andar incluso “ensillá” el día entero, o con el olor característico y cuando me veas en la calle ser completamente diferente, ni parecer una ganadera, o al menos como la gente frecuentemente nos imagina.

«Esto es lo que quiero: vacas, toros, tabaco. ¡Campo! No se puede evitar, se lleva en la sangre, periodista, y esa no hay quien la cambie». Se endereza el sombrero y entra al cuartón con Azuleja.

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