Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Un mismo camino

Hace 21 años, el Comandante de la Revolución Ramiro Valdés accedió a la solicitud del colega Luis Hernández Serrano de compartir recuerdos de su participación en los hechos del Moncada y el Granma. Por su valor testimonial, JR reproduce fragmentos de aquel diálogo con el héroe que ya Raúl anunció será el orador principal del acto por el Día de la Rebeldía Nacional en Artemisa, su tierra natal

Autor:

Luis Hernández Serrano

Frente a nosotros se encuentra un hombre que compartió con Fidel y Raúl el azar de cuatro domingos históricos: el 26 de julio de 1953 ante los muros del Moncada; el 15 de mayo de 1955, al salir del Presidio Modelo en Isla de Pinos; el 25 de noviembre de 1956, al partir en el Granma rumbo a Cuba, y el 2 de diciembre de ese año, en el desembarco que fundó las Fuerzas Armadas Revolucionarias.

Es el Comandante de la Revolución Ramiro Valdés Menéndez, dirigente del Partido y del Estado, y fundador del Ejército Rebelde junto a Fidel, Raúl, Camilo, el Che y otros combatientes legendarios.

Artemiseño de pura cepa, nacido el 28 de abril de 1932, hijo de obreros humildes, —de una despalilladora y de un electricista de Artemisa—, desde su adolescencia sintió inquietudes contra la injusticia, la humillación y los abusos.

Fue aglutinador de jóvenes artemiseños que con el tiempo se agruparían allí en la célula del Movimiento revolucionario comandando por Fidel, entre ellos Ciro Redondo y Julito Díaz, para citar solo dos héroes inmortales de su localidad natal.

Con 18 años ya laboraba en Artemisa como aprendiz en una cuadrilla obrera de la Compañía Cubana de Electricidad. Se hizo hombre junto a su padre, ayudándolo en trabajos de carpintería y en alguna que otra labor honesta con la que se buscaba la vida.

Sobresalió temprano por su espíritu rebelde, y testimonio de ello es su activa vida como conspirador y luchador clandestino, y su participación en numerosas acciones, como cuando lanzó desde la calle un bombillo de 500 bujías lleno de chapapote contra un retrato de Batista que se exhibía en lo alto de un hotel con un indignante letrero que decía: “Este es el hombre”. La dictadura lo retiró enseguida para huirle al ridículo.

Tras confesar que no le agrada mucho aparecer en entrevistas periodísticas, accedió a la solicitud del ya desaparecido periódico El Habanero. He aquí sus recuerdos.

Ante el golpe batistiano

«Era ayudante de camionero, tirador de caña en el central Pilar, hoy Eduardo García Lavandero, cuando supe por Radio Reloj que algo ocurría.

«Después, en el batey del ingenio, me enteré de que Batista había dado un golpe de Estado. Le dije a Rolando, el chofer: “No voy a trabajar más, me voy a luchar contra este tirano”.

«No pensamos en verdad con criterio marxista-leninista, y decirlo ahora sería una falsedad. Aunque debemos aclarar que entonces no éramos anticomunistas ninguno de mi grupo, y ya eso era un paso de avance.

«Tuvimos, sí, la claridad de saber que para combatir al dictador tendríamos que pelear contra el ejército que lo aceptaba y protegía en el poder usurpado por la fuerza, a espaldas del pueblo.

«Fuimos hacia el barrio y trabamos contacto con varios compañeros, entre ellos Julito Díaz, Ciro Redondo, Rigoberto Corcho y con otros. Nos reunimos en el portal de una bodega. Allí propusimos ir a ver a José Suárez (Pepe), miembro del Comité Nacional de la Juventud Ortodoxa, para que nos presentara a Fidel.

«Ya lo conocíamos por el espacio radial en el que hablaba al pueblo con mucho valor y dignidad, y sabíamos de sus condenas a la corrupción del gobierno de Prío. Intuimos sus valores como revolucionario y patriota y nos inspiró siempre una gran confianza. Vimos en él al hombre alrededor del cual podría nuclearse y organizarse la juventud para luchar.

«El contacto con Fidel y Abel Santamaría se produjo en la calle Prado, 109, el local del Partido Ortodoxo. Acudimos Pepe Suárez, Ciro, Julito, Rigoberto, Tomás Álvarez Breto y yo. Fidel nos dio algunas indicaciones sobre cómo organizarnos y los cuidados que debíamos tener.

«Regresamos a Artemisa y comenzamos a organizarnos. De los diez compañeros de nuestra célula primaria allí surgieron los jefes de otras que se fundaron. Pepe Suárez delegó en mí la responsabilidad frente a la de mi pueblo y él asumió la de toda la provincia de Pinar del Río.

«Más tarde, recibimos, de Fidel, blancos para prácticas de tiro, dos pistolas, una calibre 38 y otra 22, y parque. Guardamos todo esto en una ponchera colindante con la carpintería de mi papá, en poder de un compañero que luego fue al Moncada junto con nosotros.

«Más tarde, Fidel se reunió con dirigentes del Movimiento en Artemisa y Guanajay para controlar el trabajo, dar orientaciones, supervisar la calidad de la organización que teníamos y, sobre todo, la de nuestros compañeros. Vio las listas del personal escogido y sugirió que se ampliara.

«Orientó un día que diéramos un buen pretexto para ausentarnos de Artemisa como mínimo durante 72 horas, sin levantar sospechas. Se aproximaba la hora cero tan esperada. Organizamos allá los grupos y los jefes respectivos y acordamos el punto en la capital donde nos reuniríamos después.

«En verdad, pensamos que atacaríamos el campamento de Columbia, en Marianao, la fortaleza militar más importante del país. Después, partimos rumbo a Santiago de Cuba. Y fue en la Granjita Siboney que supimos que la acción revolucionaria era contra el Moncada.

«Cuando imaginamos que se atacaría Columbia, pensamos que íbamos a triunfar, pero que había muchas posibilidades de morir, pues la lucha era muy desigual en armas y en hombres. Y aunque no triunfamos en el Moncada, los que quedamos con vida tuvimos una motivación más, un gran compromiso de seguir el combate contra la tiranía, no por vengar a los hermanos caídos, sino por liberar a Cuba».

El Granma

«El Granma fue por eso la continuidad de nuestra lucha. Salimos de Cuba en avión, rumbo a Mérida, México. Y de allí, por vía aérea también, hacia la capital azteca. Habíamos estado un día en un hotel de Mérida. Y ya en el Distrito Federal estuvimos en Emparán 49, la casa de María Antonia González. Allí es nuestro reencuentro con Raúl. Con Julito, Ciro y otros compañeros compartimos las mismas casas-campamentos y gran parte del entrenamiento.

«Julio, Ciro y otros coincidimos en el campamento del Rancho Santa Rosa, en Ayapango, localidad de Chalco, en el que el Che era el jefe y nosotros su segundo. Hicimos caminatas juntos.

«En el campo de tiro Los Gamitos, comenzamos las primeras prácticas con las armas. Y en algunas casas recibimos conferencias militares del general español Alberto Bayo, sobre la guerra irregular, por ejemplo.

«El encuentro con el Che fue algo normal. Después lo fuimos conociendo mejor y valorando más sus virtudes. Pronto se identificó con todos nosotros. No podíamos decir que él era un extranjero. Fue siempre muy cuidadoso, enérgico y exigente en los entrenamientos. Estableció una disciplina rigurosa y logró un intenso programa de prácticas. Elevó nuestra capacidad de sacrificio y resistencia.

«En las montañas del Estado de México, bajo la lluvia y el frío, al anochecer, comenzábamos los entrenamientos de guerra, guiados por las estrellas, entre las lomas. Había un campamento abajo y uno arriba, que era el de prácticas de tiro.

«A Camilo lo conocí en México, en una de las casas. Era como un compañero más. Aún no se había destacado tanto como en el caso del Che, el gran guerrillero que con el tiempo demostró que era. Después en la guerra, supimos bien qué era y cuánto valía en realidad Camilo.

«Salimos de Tuxpan en una noche tormentosa. Se pensó que podríamos ser interceptados al salir del río y entrar en el mar. Hubiera sido un verdadero desastre. Pero teníamos la convicción de que la situación era sin regreso, había que seguir.

«En la travesía, gran parte del tiempo traté en lo posible de estar fuera de los camarotes, para evitar el mareo. A la izquierda del yate, es decir, a babor, Fidel se colocó durante el viaje. Puso una diana en la proa y desde la popa disparaba con los fusiles para ajustar sus puntos de mira.

«Miedo en verdad no fue lo que más experimenté, sino ansiedad por llegar a la Patria y reiniciar la lucha. Una tensión similar a la del Moncada. Pero no es inmoral sentir miedo: lo inmoral sería dejarse vencer por él, desertar y traicionar. Y 21 de nosotros teníamos ya la experiencia del Moncada.

«Nos formamos en el convencimiento de que íbamos a una acción y que debía ser al menor costo de vidas posible. La primera decisión, ser expedicionario, estaba tomada. Veníamos como segundo de Raúl. Él era el Capitán jefe del Pelotón de Retaguardia, donde yo era teniente jefe de una escuadra. Al llegar a las costas de Cuba fuimos nosotros los últimos en descender del yate, para bajar algunos equipos, uno de los dos pequeños cañones que llevábamos y parte del parque.

«Recordamos en aquel instante al Che, a Raúl y a René Rodríguez. El entrenamiento fue fuerte, pero caímos en un infierno de fango, mangle, cortadera, diente de perro. Fue muy duro y agotador llegar a tierra firme. Y cuando vimos al fin una pequeña loma, nos preguntamos: “¿Podremos subir aquello?”.

«Como se sabe, el 5 de diciembre, acampamos en Alegría de Pío. Fidel nos dio la misión de llegar a una bodeguita que había cerca y conseguir algún alimento para la tropa. Fuimos y compramos chorizos, latas de leche condensada y galletas. Después, salimos a buscar a los compañeros de nuestra escuadra, que estaban en el monte haciendo la guardia.

«En eso vi salir del monte a unos soldados y grité: “¡Guardias!” Me lancé al suelo y comencé a disparar. Fue un momento muy difícil y desagradable para todos. Nos sorprendieron y tuvimos que dispersarnos.

«Quedamos juntos en un mismo grupo Rafael Chao, Reinaldo Benítez, el Che, Almeida y yo. El día 7, llegamos a lo que después supimos que era Punta Escalereta. Por allí nos encontramos con Camilo, Pablo Hurtado y Pancho González.

«El día 10, llegamos a un lugar en el que estuvimos observando la casa de un campesino. Con el tiempo supimos que era el delator Manolo Capitán. Al bajar y entrar por el patio de la casa vimos unas cajetillas de cigarro Regalías Superfinos y otras marcas no usuales en el campo, sino en la ciudad y comprendimos que allí estaba el ejército.

«Entonces le dije al Che: “¡Para atrás, que por aquí hay guardias!” y le expliqué por qué se lo decía. Observamos bien y los vimos, pero ellos no.

«El 13 llegamos a la casa de Alfredo González, en el Alto de Regino. En su casa dejamos a Pablo Hurtado en muy mal estado físico, no podía caminar. Camilo fue a la de Ibrahim Sotomayor. Reynaldo Benítez y yo a la de Ofelia Arcís, en Las Puercas, y el Che, Almeida, Chao y Pancho González, a la de Argelio Rosabal, en El Mamey.

«El 16, como conocimos posteriormente, Fidel y otros compañeros llegaron a la casa de Mongo Pérez. Y fue al otro día que todos nos reunimos en la de Perucho Carrillo. El 19 partimos rumbo al Purial de Vicana. Llegamos el 21 a la casa de Mongo.

«No puedo olvidar el encuentro con Fidel en Cinco Palmas. Al verlo ya dimos por seguro la continuidad de la lucha y el triunfo, por la confianza que tuvimos siempre en él como el más indicado para el combate contra la tiranía. No era solo él quien hablaba de lucha, pero solo él fue quien nos convenció. En eso me baso para decir que al verlo recuperamos la esperanza».

Julito y Ciro

«¿De Julito y Ciro? Dos jóvenes muy valientes. Muy unidos, verdaderos compañeros de lucha, honestos, sinceros. Viví siempre muy cerca de ellos. Mi escuela primaria estaba a unos 50 metros de sus casas. Ellos eran vecinos, casi pared con pared. Crecimos juntos. Éramos como hermanos. Teníamos las lógicas discusiones propias de la juventud y de la lucha.

«Julito era más serio; Ciro, más campechano, más expresivo, más alegre. Los dos, de grandes cualidades humanas. La lucha y vivir presos 22 meses bajo un mismo techo por una causa común nos hermanó más después del Moncada. Ellos estaban por encima de las expectativas. Éramos hermanos de combate y de ideales, que es más que hermanos de sangre. Y no les conocí ni una sola vacilación.

«Diferentes personalidades, pero igual valor y arrojo. Julito murió en el combate de El Uvero, el 28 de mayo de 1957. Situado detrás de un árbol, le dieron un tiro en un ojo. Falleció en el acto. Casi dos metros detrás de mí. Fue el primer expedicionario del Granma que vi morir.

«Ciro cayó en el combate de Mar Verde, el 29 de noviembre de ese mismo año 1957. Intrépido. No estábamos ese día juntos, por encontrarnos en otro sitio, en una emboscada. Ninguno se cuidó lo suficiente. Y es que los revolucionarios en el combate son temerarios y pueden morir. El Che lo dijo en su carta de despedida a Fidel: “en una revolución se triunfa o se muere, si es verdadera”.

«Recordamos que Fidel durante la travesía del Granma nos dijo que hacían falta tres requisitos para obtener la victoria: resistir, resistir, resistir. Eso hicimos nosotros en nombre de bravos como ellos, y triunfamos.

«Ahora no son 82 expedicionarios en esa nave, aunque el mar está igualmente “picado”. Hoy es un pueblo valeroso y heroico, dispuesto firmemente a combatir en cada uno de los asaltos y desembarcos. El Partido, con un Comandante invicto al frente, hará a la cabeza de este pueblo indómito, que el Granma llegue a puerto seguro».

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