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Con alma de creador y temple anticipado

A las ocho décadas arribaría este domingo Frank País García, el hombre que con solo 22 años llegó a ser el más odiado y temido por la tiranía batistiana en las calles santiagueras y que, sin embargo, fue un joven como todos: alegre, enamorado de la vida, amante de las artes y la naturaleza

Autor:

Odalis Riquenes Cutiño

SANTIAGO DE CUBA.— Vivió cada minuto de su corta existencia desde el rigor, el afán de conocimientos, el riesgo, pero no hubo lugar en él para la temeridad irresponsable o la inmadurez.

Amaba la vida y soñaba con un futuro al lado de la mujer amada, en una Cuba libre, en la que «aspiramos a crear planes revolucionarios que pongan a todos los sectores a trabajar en beneficio de la Patria nueva».

Mas allá de la mística de su huella, trasciende la fuerza imantada del muchacho de sonrisa franca y mirada profunda, bondadosa; su temple anticipado, que cautivaba tanto como su arrojo, sensibilidad, interés por estudiar  y la profundidad de  su pensamiento.

Encarna el retrato de los sueños de un joven que supo vivir al compás de su tiempo. Su amor por la obra martiana y el contacto con las corrientes filosóficas de aquel momento, le permitieron desarrollar tempranamente su pensamiento.

Ese era Frank País García, el joven líder de la clandestinidad cubana: coraje imberbe en traje verde olivo, que al decir de su amigo y compañero de luchas Armando Hart, se sembró con su muerte en el corazón de Cuba, pero cuya vida lo hubiera hecho aún más grande.

Cuna de virtud

Nacido en Santiago de Cuba el 7 de diciembre de 1934, en el humilde hogar del reverendo Francisco País y Rosario García, Frank País tuvo que abrirse a la vida entre los rigores de la supervivencia.

Cinco años tenía cuando falleció su padre. Desde entonces, entre la austeridad de recursos económicos y la responsabilidad de sostener la familia y ayudar a la madre en la formación de sus dos hermanos, desarrolló cualidades y virtudes especiales que marcarían su manera de ver la vida.

Creció entre el amor, la exigencia y sensibilidad, y bajo los sólidos principios de disciplina, amor al estudio y al trabajo de una esmerada educación. Cuentan que Doña Rosario acostumbraba a afirmar solemnemente: «¡En esta casa hay orden!».

Así fue forjándose su sentido de la responsabilidad, su apego a los detalles más esenciales, el respeto a la familia, a la mujer, a la belleza de la naturaleza y las artes.

Su concepción de la mujer, escribió años más tarde Vilma, posibilitó que estas pudieran trabajar exactamente igual que los hombres en el Movimiento. Aunque tendía a protegerlas del peligro, no hacía diferencias en cuanto a las tareas a realizar, a menos que fueran muy duras físicamente.

En el barrio de Los Hoyos, al roce con sus vecinos, gente franca y sincera, imbuida de una conciencia patriótica creada por sus ancestros y traicionada por sus gobernantes, empezó a germinar ese patriotismo excelso, puro y sincero del joven, que se estremeció en aquel despertar de tiroteo y ametralladoras del 26 de julio de 1953 y se elevó después al contacto con las ideas de La Historia me absolverá.

«Estábamos fascinados, se hablaba un lenguaje nuevo en el que se clarificaba un programa alrededor del cual podíamos todos aglutinarnos y era un programa avanzado y atractivo (…) nos identificábamos completamente con él y sus objetivos.», relataría Vilma luego.

Sin dudas en aquellas tardes de su hogar modesto pero cálido, en las que Doña Rosario interpretaba al piano marchas e himnos, en su temprano descubrimiento del legado martiano estaba también la semilla del hombre espiritual y sencillo que cantaba, tocaba el piano, gustaba de pintar y expresaba sus más hondos sentimientos en versos.

Líder, dirigente

«Hay que ayudar a ese muchacho que tiene unas ideas tremendas», fue el comentario que hizo a su esposa el hoy veterano combatiente de la clandestinidad Luis Felipe Rosell, cuando conoció a Frank País.

A pesar de la diferencia de edad, de más de cinco años, que existía entre ambos, el también integrante del grupo de dirección de las acciones del 30 de noviembre, ha dicho más de una vez que todos quedaron sorprendidos ante la forma de dirigir, de tomar decisiones, de hacerse sentir como dirigente, del artífice de la clandestinidad.

«Frank se fue convirtiendo poco a poco en el líder que todos queríamos y respetábamos. Jamás en la vida nos dijo “yo soy el jefe”. Se fue imponiendo de una manera espontánea mediante sus hechos, la forma de dar las órdenes.

«Tenía un carácter sereno, sangre fría y, aún siendo el jefe del Movimiento en el llano, era capaz de ir tres veces a Guantánamo y regresar con una máquina llena de armas. Era un ejemplo para quienes estábamos subordinados a él.»

«Era el más limpio y capaz de todos nuestros combatientes», diría su compañero de luchas Armando Hart, parafraseando a Fidel. «Poseía una moral y una pureza como pocas he conocido. Tenía, a la vez, una abierta y sincera vocación de dirigente. Quien hablara dos veces con él sabía que había nacido para mandar. Y mandaba con una moral espartana y noble espíritu de justicia».

Hombre de detalles

Pero más allá de sus increíbles dotes como organizador y dirigente, de esa rapidez de reflejos que le hizo escapar innumerables veces de la muerte, de su integridad a toda prueba, estaba el humano espiritual y sencillo, preocupado por cada detalle.

Nunca se creyó héroe, pero su corta existencia fue la mejor expresión de su personalidad sencilla y multifacética, que lo hacen trascender, ubicándolo a la altura de cualquier tiempo.

«Yo acababa de venir de una excursión y estaba tan cansado que me acosté y a eso de las cinco y media me despertó un intenso tiroteo de ametralladoras y rifles», contaría a una amiga normalista, en alusión a los hechos del 26 de julio de 1953, que lo conmovieron profundamente y cambiaron sus días.

Tenía entonces 18 años y la playa y las excursiones estaban entre sus preferencias. Investigaciones recientes dan fe de sus constantes incursiones por sitios como la Gran Piedra, el Morro, San Juan, La Bahía, donde sus correrías daban riendas a su afán naturalista.

Entre balas y afectos

Después de largo rato en silencio, de dar las indicaciones pertinentes, esas que le impedían dejarse arrastrar por un sentimiento personal que pusiera en peligro las tareas del Movimiento, solo entonces dio riendas sueltas al dolor por la muerte del más pequeño de sus hermanos, Josué, caído exactamente un mes antes que él.

Y plasmó ese dolor en versos, quizá la mejor manera que aprendió para proteger sus afectos en el duro bregar que implicaba su vida en la clandestinidad: «Qué solo me dejas/ rumiando mis  penas sordas/ llorando tu eterna ausencia».

Desbordante de ternura contaba Vilma Espín del encargo que le hiciera el héroe de comprar una orquídea para Doña Rosario en el Día de las madres, delicada muestra de la admiración  que sentía por su mamá, que aunque era una mujer fuerte de carácter, había tenido una existencia dura.

«Sabes que a pesar de la distancia no te puedo olvidar. Esto es muy bonito pero yo suspiro por ti», escribiría a su novia América Domitro, en una postal que le enviara desde Xochimilco,  México, en agosto de 1956.

Y la poesía de ese amor le acompañaría hasta los últimos momentos. Desde la casa de San Germán No. 204, donde vivió sus instantes finales antes de que una descarga de 22 plomos cegara su vida en las calles santiagueras, Frank llamaba a su novia América, dos veces como mínimo diariamente, relataría luego la esposa de Pujols. «Prepara para casarnos», sería el tema de sus últimas conversaciones.

Aquel hombre que con solo 22 años llegó a ser el ser más odiado y temido por la tiranía en las calles cubanas, el que comandaba el llano desde el sabotaje, la agitación, los gallardetes izados, la resistencia cívica, la prensa clandestina, era también un joven como todos, que adoraba los helados de vainilla con galleticas, ordenaba sus ideas delante de una pecera o soñaba a la amada ausente desde una canción: Ya no estás  más a mi lado, corazón, en el alma solo tengo soledad...

Historia y magisterio

Maestro de profunda raíz martiana y ricos recursos pedagógicos nacidos del genuino contenido patriótico en todo cuanto impartía, el amor con que enseñaba, los valores morales y principios en los que educaba a los niños, los vínculos de amistad y respeto mutuo que estableció con ellos, Frank País dejó  también en sus alumnos una huella inolvidable.

«No hay nada para mí como preparar un curso de Historia de Cuba y luego irlo a explicar hasta entusiasmar a mis alumnos de cuarto grado». Así, transformado por la emoción hablaba el maestro Frank a su compañero de luchas Armando Hart Dávalos.

Graduado de la Escuela Normal para Maestros de Oriente, impartió clases en la escuela El Salvador. Su aula de primaria funcionaba como si fuera una república, y los estudiantes, sus ciudadanos.

Electos por los propios alumnos, la clase tenía presidente, ministros de Justicia, Hacienda, Obras Públicas, Salubridad, Trabajo y Educación, quienes lo mismo tomaban el puesto del maestro, si este tenía que ausentarse, que limpiaban, repartían los materiales o juzgaban las indisciplinas. Aquella República Escolar Democrática, que declaraba ilegal toda discriminación por color de la piel, sexo, o clase social, era la de mejor disciplina del plantel.

Un día el maestro tuvo que dejar de dar clases de Historia, pues había llegado la hora de hacerla. «Porque Cuba me necesita», respondió al director del colegio que inquiría sobre su actitud.

Para ayudarnos a hacer la historia nueva, como su mejor clase, nos dejó sus ideas, profundas e intrépidas, y sus sueños de joven capaz de amar y vivir a la altura de cualquier tiempo.

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