Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

«Yo apuesto por el porvenir»

El importante académico y pedagogo está seguro de que la Cuba futura será mejor. A su juicio, la clave de nuestra fortaleza está en la tradición de pensamiento, en la formación del pueblo y en «una juventud capaz de enfrentar todos los retos». Ante el panorama que plantean las relaciones con Estados Unidos, Torres Cuevas sostiene que la victoria depende «no solo de la lucha, sino de la lucha inteligente»

Autor:

Enrique Milanés León

Eduardo Torres Cuevas es en sí mismo una clase, un hombre que no sabe hablar «a secas» porque, en su caso, el diálogo siempre resulta enseñanza. Su pensamiento, su prédica y hasta su estampa recuerdan a esos grandes pedagogos cubanos que tanto cita, en frecuentes homenajes de continuador. Un atributo acerca sobremanera al académico e historiador a los maestros que le precedieron: la preocupación por Cuba.

Esa fue la llave que nos abrió esta entrevista: «Hablemos de Cuba», le propuso Juventud Rebelde y él, que conserva en su vida y ejecutoria personales el nombre y el apellido de nuestro periódico, accedió al primer intento. «Veré qué puedo responder que sea digno de publicarse en Juventud Rebelde», respondió en una lección de modestia que dio confianza al reportero para someterlo a un largo cuestionario que, sin embargo, se bebió una hora «en un minuto».

Fuimos allá, a la Biblioteca Nacional José Martí, que él dirige desde el año 2007, a proponerle un canje: nuestras preguntas, que pueden ser las de muchos cubanos, por esas  respuestas que articulan mejor quienes rastrean los hilos que enlazan, aquí y ahora mismo, el pasado con el futuro.

Entonces, a la vera de los cerca de dos millones de documentos que atesora nuestra Biblioteca mayor, simplemente conversamos sobre las relaciones entre Cuba y Estados Unidos con la mayor naturalidad, como si él no fuera Doctor en Ciencias Históricas, ni Miembro de Número de la Academia Cubana de la Lengua, ni Premio Nacional de Historia y de Ciencias Sociales y Humanísticas, ni presidente de la Academia de Historia de Cuba, ni Profesor Titular de prestigiosas universidades… o le buscamos precisamente porque lo es.

—El propio 17 de diciembre, en medio del impacto que provocó la noticia del inicio del proceso de restablecimiento de relaciones diplomáticas entre Cuba y Estados Unidos, usted decía que cambian las reglas del juego, pero no cambia el juego. En general, ¿cuán preparados estamos en Cuba para apreciar las «nuevas reglas», jugar y ganar con ellas?

—Estamos en condiciones de ganar en cualquier juego. Somos veteranos exitosos en el juego político. Lo que sucede ahora fue siempre un programa de un sector liberal norteamericano; es decir, penetrar la Revolución al interior del país para obtener un espacio en el cual, de una forma u otra, incidir en el desarrollo cubano.

«Somos capaces de enfrentar cualquier reto, y lo digo por la formación general del pueblo de Cuba. Hay profundas raíces culturales y profunda conciencia de quiénes y cómo somos. Ahora hay que lidiar en un campo, no de confrontación directa, sino de diálogo, un campo de inteligencia.

«Este país ha formado más de un millón de universitarios y tiene una población educada en retos muy diversos. Por nuestra cultura y raíces tenemos un lenguaje más asequible al grueso de la población que el lenguaje que puede llegar de otras partes, especialmente de Estados Unidos.

«Desde los orígenes de Estados Unidos y de Cuba se creó una relación de influencias mutuas que enriquecieron ambas culturas. En ese sentido, ganaríamos de nuevo un espacio que nos ayudaría también a  entenderlos a ellos, no solo en lo que es positivo para nosotros, sino también en las interioridades, no siempre visibles, críticas de la sociedad norteamericana».

—Barack Obama es un político de amplios recursos retóricos, sin embargo, no reparó en afirmar, apenas dos días después de aquellos anuncios, que se utilizarían «tanto zanahorias como palos» para provocar los cambios que EE.UU. busca en la sociedad, el país y la cultura cubanos. Esas no son buenas palabras en esta tierra. ¿No cabía esperar más cautela en su declaración?

—Bueno, había una vieja teoría con respecto a Estados Unidos, que era el doble uso de la manzana y la cañonera: donde no da resultado la cañonera, lo da la manzana; donde no funciona la manzana, funciona la cañonera. Sin que hayan entrado nunca en Cuba, las cañoneras tienen su expresión en el bloqueo. Ahora viene la manzana, que consiste en una política de lenta introducción de una concepción política.

«No es nuevo. En una época, Franklin Delano Roosevelt utilizó la Política del Buen Vecino; ellos eran “los buenos”. Es el modo más sutil e inteligente de producir cambios desde dentro. Yo no dudo que el cambio de política tiene los mismos objetivos, con un presidente u otro. Hoy puede ser Obama, fue Clinton en un momento, Carter antes… en esa línea, digamos, de “manzanas”.

«Nuestro país está preparado, no solamente por tener a la generación que hizo la Revolución, sino porque hay también otra joven, muy capaz, que ha pasado por lo mejor y por lo peor —como fue el período especial—, que ha vivido una experiencia muy fuerte y cuenta con convicciones a medida que madura. Tenemos una juventud capaz de enfrentar todos los retos en todos los campos.

«Obama no hizo más que decir, de otra forma y más claramente, cuáles son sus objetivos. No se puede olvidar que la meta final siempre va a ser derrocar la Revolución, cambiar el país y volverlo manipulable por parte de ellos».

—Casi 200 años después de aquella tesis en la que a Cuba le «tocaba» hacer de fruta y madurar, llegamos aquí sin caer en el patio del vecino poderoso. ¿Será Estados Unidos el que «maduró»?

—No se puede olvidar que el concepto filosófico más importante para definir su modo de hacer política, que lo diferenció de Europa —por eso hoy dominan Europa—, es el pragmatismo. La política norteamericana siempre será, o tratará de ser, pragmática: mover sus piezas y trazar estrategias de acuerdo con las circunstancias.

«La pregunta a hacerse es cuáles son los intereses de Estados Unidos en América Latina, porque no podemos ver a Cuba excluida del conjunto. Ellos están obligados a cambiar la política si quieren cierta credibilidad. No veo diferencia en el objetivo final, que es la influencia en América Latina, lo que pasa por el ajuste de sus relaciones con la región».

—Obama ha reconocido que la anterior política «no ha funcionado». ¿No ha funcionado para qué? ¿Qué potencial tendría la «nueva política» para sus intereses? Tal pareciera que, hoy mismo, Martí alertara: «plan contra plan».

—Exacto. La declaración no es casual. Ellos tienen sus tanques de pensamiento y sus estudios. Para mí, en estos momentos existe una especie de estudio del fracaso y del porqué del fracaso. Obama no aplica una teoría que no haya sido sostenida por los políticos e intelectuales norteamericanos, lo que pasa es que nunca pudieron contra el lobby del bloqueo. Por eso estos pasos suyos se han tomado como un acto de valentía política.

«Yo creo que él va a convencer y que incluso la ultraderecha norteamericana, y más específicamente la  cubanoamericana, mantendrá sus puntos de vista pero apelará a otros medios. Va a ocurrir una confrontación de otro corte, un forcejeo por influir en la opinión pública cubana y presentar una nueva “cara” de Estados Unidos —no solo para Cuba, sino para toda América Latina— que lo muestre como un país capaz de dialogar y respetar.

«Son políticas. El conflicto con Venezuela tampoco es casual. Por razones históricas, “aflojan” la mano por un lado y “aprietan” por el otro. Ahora a Venezuela le “toca” la mano dura y a nosotros nos toca la “fruta madura”. No cayó nunca en territorio norteamericano, pero eso no quiere decir que renunciaran a esa política. Pueden pensar que el problema fue que se precipitaron y la fruta “todavía” no estaba madura y, por tanto, lo que hay que hacer es darle más tiempo. Quizá crean que echándole ahora ciertos abonos puedan madurarla más rápido».

—Doctor, casi todos aplauden los pasos que se emprenden. Esta noticia ha traído en el mundo mucho entusiasmo, pero la historia nos obliga a mantener en Cuba prevenciones raigales que en otras partes no cuentan. Si aún hay bloqueo, si Guantánamo sigue mutilado, si se estimula la contrarrevolución y hay muchas compensaciones pendientes… ¿Debe menguar nuestra lucha? ¿Qué nos toca hacer ahora?

—Hemos visto el inicio de un proceso. Ni los politólogos ni los historiadores somos futuristas; no es fácil poder decir qué va a pasar y cómo va a pasar, pero hay principios que no tienen discusión: Cuba ha luchado por su soberanía, primero contra los restos del imperio español y después cuando vio nacer a Estados Unidos como imperio.

«Cuando he visto las cosas que han pasado en otras partes, pienso que es muy difícil que ocurran aquí, porque nadie conoce mejor a los norteamericanos que los cubanos, y nadie conoce mejor a los cubanos que los norteamericanos.

«Nuestra fuerza radica en sostener lo que siempre se sostuvo. Cuba lleva dos siglos y medio de elaboración de un pensamiento propio que nos permite entendernos a nosotros mismos pero también nos da bases teóricas permutables permanentemente en el campo de las ciencias, de la política… Contamos con una tradición de pensamiento extraordinaria, igual que la tienen ellos.

«Tenemos que impulsar el conocimiento de nuestro propio pensamiento como expresión de una cultura que nace en la base. Para mí, cultura es el modo de ser y hacer de un pueblo, el modo de pensar, de relacionarse, de decir… En ello radica la fuerza histórica que llevó a que Cuba produjera, en dos siglos, dos hombres extraordinarios, conductores de movimientos que trascendieron el país y que muestran pensamientos universales: Martí y Fidel».

—¿Qué importancia le concede usted, para los tiempos que vienen, a nuestro equilibrio entre apertura y resistencia?

—En Cuba ocurrió una interrelación de culturas y, por tanto, tenemos una cultura muy abierta que, de por sí, es universal y tiene sus elementos en grandes pensadores desde Félix Varela hasta los actuales. Hay un pensamiento muy profundo sobre nosotros mismos; ahora, hay que llevarlo a la memoria de los jóvenes. Un libro de Fernando Ortiz no tiene que ser popular, pero hay que escribir a partir de ese conocimiento para todos los públicos. Esa es la función del periodista, del escritor… al margen de que hay que elaborar nuevas ideas para el presente.

«No se puede temer la apertura porque vienen los tiempos de un mundo interrelacionado. Yo veo la apertura mucho más allá del campo político, la veo en lo cultural y lo humano. Y tenemos que saber dónde están los puntos de resistencia: la defensa de nuestras tradiciones, de nuestros procesos sociales y de lo que una Revolución esencialmente ética y humana dio a nuestro pueblo. Esos son los elementos a defender a toda costa porque es lo que nos ha hecho un pueblo diferente; ni mejor ni peor, diferente, porque fuimos educados en una tradición de agudo sentido humanista.

«En El socialismo y el hombre en Cuba, el Che escribe: “A riesgo de parecer ridículo, la Revolución es una obra de infinito amor”. Martí también lo decía cuando nos valoraba como nación y afirmaba: “Patria es unión dulcísima y consoladora de amores y esperanzas”. No podemos matar las esperanzas, debemos hacerlas crecer.

«El mundo que se nos abre nos ofrece absolutamente más posibilidades; ahora, hay que tener claro qué no puede perderse: nuestra identidad, nuestra independencia y soberanía. Yo estoy seguro de que la Cuba futura será mejor que cualquier otra anterior».

—A menudo tapadas por los conflictos, hay cercanías entre Cuba y Estados Unidos. Usted ha explicado, por ejemplo, la ayuda económica y humana de Cuba a la independencia de las Trece Colonias. Son conocidas la admiración de Martí por la pujanza de aquel pueblo y las simpatías cubanas hacia los luchadores por los derechos civiles en Estados Unidos, país donde los Cinco hallaron grandes amigos. ¿Qué símbolos históricos ve como potencial para querernos como pueblos?

—Yo creo que la ruptura de relaciones, el bloqueo, etcétera, nos hicieron daño a nosotros, pero también a ellos, entre otras cosas porque siempre hubo una relación pueblo a pueblo esencialmente sana. No pensemos en el marine ni en aquellas imágenes que representaban al imperio; pensemos en el pueblo norteamericano que ha luchado por los derechos sociales de las minorías, pensemos en la gente sensible a las buenas causas, que baila nuestra música y nos hace bailar con la suya, pensemos lo lindo que puede surgir de una relación que siempre existió.

«¿Cuántos norteamericanos no vinieron, se casaron, hicieron un hogar y se quedaron aquí? Está el caso famoso de Hemingway, que escogió su Cojímar, más que “la gran Habana”, para vivir en este aire y este sol nuestros.

«Hace poco le releía a Guy Pérez-Cisneros las cosas que el cubano medio, por tenerlas, no aprecia: ese aire, ese sol, esa coloración, ese brillo de Cuba se hacen visibles hasta cuando miras otros cielos. De ahí nace la gran nostalgia. La nostalgia cubana siempre es extraordinariamente fuerte; nadie olvida su “parte cubana”, aunque haya vivido en el desastre total. Hasta ese desastre deja añoranza porque es todo un ambiente.

«Podemos acercarnos pueblo a pueblo, ventajosamente para nosotros. Yo no veo la apertura como peligro, pero hay que trabajar muy fuerte para que la gente sepa quién es y qué defiende. Por ahí hay banderas de todo tipo y la cubana aparece por todas partes, a pesar de que la Ley establece que no debe usarse en determinadas cosas. Es la respuesta más espontánea. Mi hijo trae orgulloso, en el cuello, una bandera cubana hecha de cuentas.

«Siempre recuerdo una frase de Antonio Gramsci. Cuando todos estaban seguros de que el socialismo era inevitable, él aclaraba: “No, lo único predecible es la lucha”. Las leyes pueden estar ahí, pero si los hombres no luchan… Nuestra experiencia de pueblo nos dice que la victoria depende no solo de la lucha, sino de la lucha inteligente».

Dos mujeres, Roberta Jacobson y Josefina Vidal, jefas de las delegaciones de Estados Unidos y de Cuba, respectivamente, a las rondas de conversaciones, mostraron al mundo el potencial del diálogo bilateral.

—¿Cómo habrán de enfrentar, los historiadores respetables de Cuba y de Estados Unidos, la compleja misión de acercarse a la verdad común de los actos bilaterales, actuales y pasados, que se supone es la historia verdadera?

—Mira, acabo de publicar un libro del historiador norteamericano Markus Rediker titulado El Barco de Esclavos. Una historia humana. Él utilizó una fuente que aquí no teníamos. En cuanto vi su libro, le pregunté: “¿Me autorizas a publicarlo?”, y con toda generosidad me dijo que sí. Le advertí que no podía pagarle y me respondió que no importaba: él se pagaría hasta el pasaje para venir a la presentación en La Habana.

«Para la historia de Cuba hay importantes fuentes en Estados Unidos que no tenemos nosotros, y en Cuba hay importantes fuentes para la historia de estas relaciones, que ellos no tienen. Siempre habrá discrepancias e intencionalidades —porque la ingenuidad no funciona aquí y todo especialista tiene sus “pre-juicios”—, pero también habrá puntos de contacto. En el debate nos enriquecemos.

«Necesitamos mucho de los métodos que la ciencia norteamericana ha dado. Por otro lado, creo en la academia cubana y en la calidad tremenda que tienen mis colegas, no solo los establecidos, sino también los que surgen.

«Ya llevo 45 años en la Universidad de La Habana como profesor y te puedo afirmar que en cada grupo que llega hay personas brillantes. La capacidad de análisis de un grupo de jóvenes que van a constituir nuestra vanguardia inmediata es excelente. El intercambio académico nunca va a ser negativo porque, además, ninguna de las partes está interesada en que lo sea».

—Doctor, con los actuales componentes históricos, ¿qué es lo que espera, en su desarrollo, comprensión cabal y crecimiento, a ese proceso muy estudiado por usted que es la cubanidad? ¿Está más retada hoy la cubanidad?

—La cubanidad es un ente vivo y, como tal, permuta de elementos constantemente, lo que no permuta es su esencia. Con sus esencias, cada época le da nuevos signos y la hace crecer, perfeccionarse, adquirir nuevos elementos.

«Es como el árbol. Siempre comento que cultura viene de cultivo, y cultivo quiere decir arar el terreno, sembrar la semilla. Hay gente que dice: “la raíz”; no, no es la raíz. “La semilla”; no, no es la semilla. La clave del fruto es el terreno. Según cómo ares, cuides la semilla, siembres… nacerán raíces fuertes. Claro, hay que escoger buena semilla.

«La cubanidad ha sido eso. Hemos tenido cultivadores extraordinarios, desde Félix Varela a José Martí, Fernando Ortiz y Fidel, en momentos diferentes de un terreno. A partir del concepto de que cubanidad es la cualidad de lo cubano y de ese ajiaco que definía don Fernando, hay que entender que el sabor siempre se puede enriquecer. Para el ajiaco no hay la fórmula única de una época: da la posibilidad de agregar cosas. Es que la cubanidad, como organismo vivo, será lo que seamos capaces de hacer con ella. Pero hay que saber también qué cosa, en la raíz de lo cubano, pudiera marchitar el fruto o derribar el árbol.

«José Antonio Saco decía: “Cuba siempre existirá, pero yo quiero una Cuba cubana y no anglosajona”. Que venga todo lo bueno que podamos incorporar, pero que la raíz y el terreno sean cubanos.

«Se debate mucho sobre la patria. Patria es el femenino, en latín, de patrius, que significa “padre”; por tanto, patria es la “madre”. Nosotros somos hijos de la madre patria. En inglés no tienen esa palabra sino motherland, “tierra madre”, y los bolivianos hablan de la Pachamama. La Patria es nuestra Pachamama. No se puede olvidar que la Patria es la madre que nos crió y nos dio todos los hermanos que forman la gran familia cubana».

—Hay en Cuba disímiles maneras de interpretar la situación actual. No faltan quienes temen; sin embargo, se avanza en un acercamiento buscado por las dos partes y no hay —haciendo una abstracción de «equivalencias»— cese del Partido Revolucionario Cubano ni cierre del periódico Patria, no se desactiva el Ejército Libertador de ahora ni entra en vigor ninguna Enmienda Platt; por el contrario, luchamos contra ese rezago suyo que es la base naval de Guantánamo. Somos más fuertes, pero hay riesgos… ¿A qué apostar, a la confianza o al peligro?

—Yo no lo veo contradictorio. ¿Confianza en el modo en que Estados Unidos se va a relacionar con nosotros, o en el modo en que nosotros seamos capaces de abordar con inteligencia la nueva situación? Tengo confianza absoluta en nuestras condiciones para abordar esta época.

«Por otro lado, sería ingenuo no estar conscientes de los peligros, porque no son pocos y porque nuestros recursos son desbalanceados frente a los de ellos. Los peligros son reales, latentes, y hay un viejo dicho que dice que, en política, la ingenuidad es un pecado. Ser ingenuo sobre lo que pueden hacer los sectores de Estados Unidos opuestos a Cuba sería un pecado parricida.

«Tenemos que ser optimistas porque las posibilidades que se abren son mucho más favorables para el desarrollo. Ahí está el “juego”: hay peligro y hay que tener confianza en nosotros mismos.

«¿Temor a estas alturas? En los años 1940 y 1950 del siglo pasado hubo mucho debate sobre la influencia de Estados Unidos en Cuba y, sin embargo, se produjo una Revolución cuyas bases siguieron un profundo proyecto de defensa de los valores nacionales, enraizado en la justicia. Tenemos que tener confianza en nosotros y conciencia de los peligros. ¿A qué apostar? Yo apuesto por el porvenir».

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