Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Coraje había de sobra

Mientras José Antonio Echeverría yacía en el suelo, a un costado de la Universidad, tras caer abatido por la policía batistiana el 13 de marzo de 1957, el equipo de cirujanos de guardia, en el hospital Calixto García, todos estudiantes, trató de rescatar su cuerpo. El gesto lo devela por primera vez un protagonista de aquel intento

Autor:

Luis Hernández Serrano

El 13 de marzo de 1957 los integrantes del equipo de Cirugía de la sala Fortún, del hospital Calixto García, todos estudiantes, estaban de guardia cuando llegaron los primeros heridos del asalto al Palacio Presidencial.

El doctor Justo Piñeiro Fernández —actual Profesor Auxiliar Consultante de Cirugía y especialista de segundo grado de esa rama en el hospital Joaquín Albarrán— cuenta por primera vez a la prensa cómo intentaron rescatar el cuerpo de José Antonio Echeverría.

«Aquel 13 de marzo de 1957 los integrantes del equipo de Cirugía de la sala Fortún estábamos de guardia y cuando llegaron los primeros heridos de bala del asalto al Palacio Presidencial los atendimos inmediatamente.

Y en cuanto supimos que el Presidente de la FEU estaba tirado en el suelo luego del enfrentamiento a tiros con una perseguidora de la policía, a un costado de la Universidad, acordamos ir a rescatarlo.

José Antonio Echeverría en su lecho de muerte. Foto: Archivo JR

«En una ambulancia interna del Calixto, con un chofer de apellido Flores, partimos hacia el lugar Ramón Casanova Arzola (hoy Profesor Titular del Cardiocentro William Soler); Vicente Osorio Acosta (Profesor de Urología, hoy muy enfermo); otro estudiante de Medicina llamado Braulio y yo». Los estudiantes de Medicina en ese vehículo en el que pretendían recoger el cuerpo de “Manzanita”, bajaron por el costado de la Universidad hasta J, doblaron a la izquierda y tomaron por 27, hasta la calle L. Doblaron allí y a la altura del hotel Colina la policía de varios patrulleros que llegaron en ese instante, les impidió materializar su empeño de levantarlo del suelo y ponerlo en la ambulancia. Solo pudieron acercarse un poco y ver que estaba acribillado a balazos en un charco de sangre.

«Los militares se opusieron, pero había un cabo con ínfulas de oficial, alto, blanco y con cara de verdugo, que con fuertes imprecaciones, amenazas y ademanes de dispararnos, nos obligó a marcharnos. Le dijimos que queríamos comprobar si aún le quedaba un hálito de vida para atenderlo como se merecía, pero nos gritó que estaba bien muerto y así se quedaría allí.

«Un sargento mucho más civilizado nos hizo señas de que nos calláramos y nos fuéramos, que aquel policía estaba como loco y regresamos al Calixto, seguidos por un patrullero en el que por el espejo retrovisor de la ambulancia comprobamos que iba el cabo esbirro en cuestión».

La perseguidora no entró al hospital detrás de la ambulancia, sino que bajó por la calle Ronda. A los pocos segundos se sintieron varios tiros, porque asesinaron a un estudiante del sexto año de Medicina que iba caminando vestido con su bata blanca y que más tarde supimos que era el joven José Manuel Hernández León.

«Al rato llegó Faure Chomón herido en la cadera, aunque no grave, y fue atendido por los ortopédicos en la sala Gálvez. Al irse Faure escondió en un rincón en una edificación del hospital en reconstrucción, una cartuchera suya con depósitos de fusiles M-2 o M-3 y a los pocos minutos de abandonar el hospital, llegó la policía. El estudiante de Medicina que nos acompañó cuando quisimos recoger el cuerpo de José Antonio, Braulio, vio lo que hizo Faure. De noche fui a buscar esa cartuchera y no estaba.

«Eso nos puso en guardia con respecto a Braulio. Después se le vio en un automóvil con el sanguinario coronel Esteban Ventura Novo, el torturador número uno de la tiranía y se confirmó la sospecha que teníamos».

Justo Piñeiro fue uno de los estudiantes que intentaron salvar el cuerpo de José Antonio Echeverría. Foto: Roberto Ruiz

El doctor Justo Piñeiro, que desde su primera juventud fue varias veces detenido, fue torturado y se integró a la lucha en la sierra del Escambray como miembro del Directorio Revolucionario; actuó como cirujano guerrillero allí, junto al luego comandante Humberto Castelló, y participó en varias acciones y combates como el de Báez y en las tomas de Placetas y de Trinidad. Al triunfo de la Revolución era capitán del Ejército Rebelde. Igualmente integró como internacionalista en la columna dirigida por el capitán Jorge Risquet Valdés en el Congo Brazaville.

Se graduó de médico en 1964; trabajó durante dos años en el hospital industrial de Nicaro, Oriente. Al regresar de África estuvo en el hospital Manuel Fajardo, en 1967. Y en 1969 volvió al Congo. Regresó y laboró otra vez en el Fajardo, hasta 1972. Cuando intentó rescatar a José Antonio, era, según él dice: alumno «cateto» o «arete» de Cirugía, en tercer año, formándose en esa especialidad, y fue el estudiante Tirso Urdanivia quien lo atrajo para formar parte del Directorio Revolucionario y por esa razón él fue uno de los gestores de aquel intento frustrado que hoy, con dolor, nos muestra.

Golpear arriba

Golpear arriba, buena o mala táctica, fue el propósito del comando de más de 50 hombres, la inmensa mayoría jóvenes, que aquel 13 de marzo de 1957 asaltaron el Palacio Presidencial en busca del gran culpable de la tragedia cubana, el dictador Batista; tomaron la emisora Radio Reloj para anunciar al pueblo que había sido ajusticiado e integraron las diferentes operaciones de apoyo.

La caravana rumbo al Palacio estaba integrada por un automóvil delantero, en el que viajaban Carlos Gutiérrez Menoyo y otros compañeros; el conocido camión rojo de entrega de paquetes, de la Fast Delivery S.A., al centro, repleto de combatientes, el grueso del comando de asalto y, al final, otro auto en el que iba Faure Chomón con el resto de los asaltantes, todos fuertemente armados.

La acción se organizó bien, aunque en realidad no se ejecutaron pasos planeados. No falló el chequeo previo a Batista, ni la toma de Radio Reloj, ni el asalto mismo al Palacio. Iba a ser tomado el aeropuerto de Rancho Boyeros; sería tiroteado el Buró de Investigaciones para que de allí no pudieran salir refuerzos de la policía; un grupo de francotiradores en edificios aledaños dispararía desde las azoteas contra todos los militares que intentaran rodear o entrar al Palacio, y varias camionetas con armas de grueso calibre pararían en seco a las perseguidoras que trataran de acercarse al lugar del ataque, pero esas operaciones no se emprendieron.

Aquella acción desataría una guerra civil en la capital con las armas conseguidas y las que lograran capturarse, para atacar los cuarteles, y sería un enorme apoyo a los rebeldes que comandaba Fidel Castro en la Sierra Maestra, según la histórica Carta de México firmada por el Movimiento 26 de Julio y el Directorio Revolucionario.

Batista pudo escaparse por una escalera secreta a un sitio mucho más alto, fuera ya del alcance de las balas revolucionarias. Coraje había de sobra para capturarlo, pero huyó y fue materialmente imposible ajustarle todas las cuentas. Tal vez aquel fue su mejor ensayo para la fuga de la madrugada del 1ro. de enero de 1959.

Chequeo diario de la ruta de Batista

El Directorio Revolucionario decidió que fuera Armando Pérez Pintó quien controlara personalmente la vigilancia de la ruta seguida por el tirano para llegar todos los días al Palacio Presidencial.

Este chequeo se inició el 19 de febrero de 1957, y duró en total 22 días. Después se comenzó el acuartelamiento de todos los que participarían en el asalto, en la acción de Radio Reloj y en las operaciones de apoyo previstas.

Luego de la rigurosa vigilancia se supo que los encargados de cuidar a Batista iban y venían por los mismos lugares, sin desviarse ni una pulgada.

Cuando salía de Columbia, desde una casa en 41 y 42, en Marianao, la familia de Manolo Reyes le decía por teléfono a Pérez Pintó la hora exacta en que pasaba por allí. Y tan pronto como se aproximaba a una velocidad normal al Palacio, dos ancianas, Carmita Martínez y Eulalia «Lala» Puerto, también por teléfono, hacían lo mismo.

Colaboraron asimismo en el chequeo el camionero Fernando Pita, pinareño, y Francisco Martín y Jesús Cordero, habaneros, pero solo Pérez Pintó sabía que se iba a asaltar el Palacio. Algunos días este hombre, nacido en Nueva Paz el 24 de agosto de 1913, se paraba como un bobo frente a la Iglesia del Ángel y medía el tiempo que Batista siempre empleaba en llegar. El carro suyo entraba por la puerta de la cochera; nadie sospechó nunca de su aparente bobería. Y si Batista se quedaba a dormir en el Palacio, lo que no siempre ocurría, se sabía, porque ponían unas vallas en la calle Colón para que las guaguas no pasaran y no perturbaran su sueño. A Pérez Pintó le dieron un teléfono especial para avisar la hora exacta en que el dictador estaba allí, y un día antes del momento clave, el 12 de marzo, lo vio entrar a las 10 a.m.

Gutiérrez Menoyo lo recogió a la una de la tarde y fueron a conversar a una cafetería de Consulado y Trocadero, donde le informó cómo se hacía el chequeo y se interesó en si el tirano estaba, sin fallo, en su cubil. Esa misma noche se reunieron en una casa de la calle 25, Gutiérrez Menoyo, Faure Chomón, Ignacio González y Armando Pérez Pintó.

El día señalado, el hombre del chequeo vio venir los vehículos revolucionarios por Monserrate y también luego cuando Menoyo se tiró del auto, arma en mano y sintió el tiroteo. Su misión ese día era avisar a José Antonio Echeverría que la acción comando había comenzado, pero al tratar de llamarlo desde una cafetería, oyó su alocución anunciándola por Radio Reloj al pueblo.

Es justo decir que Armando al siguiente día, en unión de Domingo Portela, su coterráneo, en el auto de un oculista de apellido Echeverría, rescataron la camioneta llena de armas de la operación de apoyo que se había quedado cerca del Palacio, las cuales fueron llevadas a un sótano de la Quinta Covadonga (hoy Salvador Allende, en el Cerro). Más tarde llegaron a la Sierra Maestra y con esas en lo esencial se atacó el cuartel de El Uvero. Semanas después Armando tuvo que abandonar el país y en el obligado exilio lo sorprendió el triunfo de la Revolución.

¡Ah, qué coincidencia! Morir José Antonio a un costado de aquella edificación conocida como La Casa del Reloj, segundos después de haber tomado la emisora Radio Reloj.

FUENTE: Entrevista con el doctor Justo Piñeiro Fernández. Yo vi matar a José Antonio, del autor, JR, 13 de marzo de 1981. Y Golpear arriba, también del autor, declaración de Armando Pérez Pintó, JR, 12 de marzo de 1993.

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